19/7/11

Alemania V Alemania. "Cada nación se burla de las otras y todas tienen razón".

La guerra cambió de escenario, de la ciudad al césped. Los capitanes de las dos Alemania en el previo del encuentro. 


-“Mantén cerca a tus amigos pero más cerca a tus enemigos”

Michael Corleone (Al Pacino) En “El padrino II” (1974) Dirigida por Francis Ford Coppola.



Por: Edwin Medina S.

El fútbol es más que un juego: a medida que el mundo comenzó a desarrollarse, también se fueron desarrollando ideologías, doctrinas, credos y corrientes de pensamiento que se oponían a otras nociones sobre lo que es, y debe ser, el devenir del mundo. 
El fútbol no fue ajeno a esta evolución de pensamiento, el deporte más popular del mundo quedó atrapado entre ideologías y simbolismos políticos, un ejemplo de ello, es el mundial de 1974. En aquel entonces existían dos países similares pero distintos, Alemania Occidental y Alemania Oriental. Desde el fin de la segunda guerra mundial Alemania quedó dividida en dos, el país bávaro era el principal escenario de la Guerra Fría. Aquella época estaba llena de tensiones políticas las cuales afectaron dicho mundial (la URRS no participó tras negarse a jugar un partido de Play- off contra Chile, puesto que en el país austral recién se instalaba el régimen fascista de Pinochet) la seguridad en el mundial 1974 fue extrema, ya que dos años atrás terroristas palestinos asesinaron a varios deportistas israelís en las olimpiadas de Múnich, y ni hablemos del terror que imponía la guerrilla de izquierda RAF (Armee Rote Fraktion).
Inmersos en este cúmulo de líos políticos, se enfrentaron el 22 de junio de 1974 la República Federal de Alemania (RFA) y la República Democrática de Alemania (RDA) capitalistas contra comunista cara a cara en la ciudad de Hamburgo. Alemania Federal era favorita, además de estar en su casa tenía excelentes jugadores que venían de ganar la Copa de Europa con el Bayern Múnich, como lo eran Beckenbauer, Breitner, Overath, Mueller y el portero Maier, sin embargo los alemanes del Este tenían un delantero poco conocido pero muy sagaz llamado Jurgen Sparwasser, el cual fue la figura del encuentro, al marcar el único gol de la batalla. Quien lo creería, el héroe terminó siendo un actor de reparto, el intérprete de la humillación fue un de los más inadvertidos jugadores de la historia del fútbol Alemán, pero como bien lo dijo en una entrevista el gran Sparwasser: “Si en mi lápida pusieran ‘Hamburgo, 1974′, todos sabrían quién yace debajo.
    

13/7/11

Napoli v Juventus 1985. El gol imposible

Diego Maradona


Por: Edwin Medina S.

Aquel gol se conoce en toda Italia como "El Imposible". Corría el mes de noviembre del año 1985. En plena pugna por el Scudetto, se enfrentaban el Napoli de Maradona contra la Juventus de Platini. Este último, venía de ganar por tres años consecutivos el Balón de Oro.

El partido se encontraba igualado en ceros. Hubo una falta a favor del Napoli dentro del área. Tiro indirecto, sentenció el juez central. Maradona el encargado de cobrarlo. Con la barrera y el arco tan cerca del pateador, era casi imposible que alguien lograra anotar, pero Maradona con una suave caricia, tomando apenas un suspiro de impulso, la puso en el ángulo, por encima de la barrera y lejos del alcance del arquero "bianconero". Fue un pase a la red, fue un auténtico golazo, fue el gol imposible.

11/7/11

Man United v Bayern. Final Copa de Europa 99. Del tártaro a la gloria, en tres minutos.

Ole Gunnar Solskjaer, celebrando el gol del triunfo.
Por: Edwin Medina S.

Los diablos rojos de Manchester consiguieron la victoria sobre los bávaros en una memorable final de copa de Europa  disputada en el estadio Cam Nou de Barcelona. Faltando tres minutos para finalizar el partido el United perdía el encuentro por un gol, pero el equipo ingles no se dio por vencido, y fue así como dos desesperados centres le dieron la victoria y consiguieron arrebatarle “la orejona” a los Alemanes. Paradójicamente el trofeo había sido decorado con los colores del Bayern  tres minutos antes de finalizar el encuentro.


10/7/11

Argentina - Brazil 1990. Nunca recibas agua de un extraño

Caricatura de Carlos Bilardo





Por: Edwin Medina S. 


Mundial  de Italia 1990, Octavos de final, los dos gigantes del continente Americano se enfrentan. Gauchos y cariocas no quieren quedar eliminados del Mundial a manos de su eterno rival. 
Al término del primer tiempo, Brasil le está dando un baile bárbaro a los gauchos, pero aún no han podido abrir el marcador, cuando van a los vestuarios en el entretiempo, los Rioplatenses esperan los incontables  gritos de su técnico Carlos Bilardo, pero fue todo lo contrario, el “Narigón” sabía que necesitaba más que el talento de sus jugadores para vencer. Bilardo tenía preparado dos bidones de líquido, uno contenía agua, mientras el otro contenía somníferos, de éste último le dieron a beber a algunos jugadores brasileros, entre ellos al volante Branco, el más afectado de todos. El cual comenzó a sentir dolores estomacales y bajó notoriamente su rendimiento.
El partido finalizó con victoria por la minina diferencia de los argentinos, con gol del delantero Claudio Caniggia. Sería Italia 90 el peor mundial de la historia para los brasileros.
Años más tarde Branco dijo a la prensa que después de tomar el agua se sentía “atontado” y también contó que se encontró con Bilardo en Guatemala y le dijo: “Desgraciado ¿Qué me quisiste hacer? Y Bilardo le contestó: Branco, en el fútbol vale todo.



Alemania V Italia. Mundial 1970. El “Kaiser” y su hombro dislocado.

F. Beckenbauer.

Por: Edwin Medina.


Se le consideró el partido del siglo, no sólo por los siete goles que se vieron, los 120 minutos jugados o por las figuras que saltaron al césped del estadio Azteca: Uwe Seeler, Gerd Muller, Sepp Maier, Giacinto Facchetti, Luigi Boninsegna, entre otros.

El gran Franz Beckenbauer, capitán de los teutones, fue el más sobresaliente líder que pudo tener un equipo alemán en toda la historia. Beckenbauer poseía un gran talento, mucha valentía, idoneidad y sobretodo pericia, porque se necesita pericia para jugar con un hombro lacerado un clásico del fútbol mundial.
Era el 17 de junio de 1970, en Ciudad de Mexico, se enfrentaban en la semifinal alemanes e italianos. Los teutones ya no contaban en sus filas con viejas glorias del Mundial del 54. Aquellos héroes que vencieron a la mítica selección de Hungría cuando aún el país se levantaban de las ruinas de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.

El calendario marcaba el 11 de Septiembre de 1945, Adolf Hitler ya se había volado la cabeza, el Ejército Rojo ya ondeada la bandera de la Hoz y el Martillo en la capital Berlín, Stalin y Churchill esbozaban sonrisas vencedoras, cuando el futuro capitán Beckenbauer nacía en Munich. Él y sus demás compañeros de selección, sobrevivientes como muchos tantos alemanes de las balas de los aliados, no avecinaban lo que venía cuesta arriba.

Desde niño Franz dio muestras de liderazgo, apenas a los 14 años fue fichado por el 1860 Munich. Luego pasó al equipo vecino. Recién llegó al todopoderoso Bayern Munich se ganó la confianza de sus dirigidos.
Su primer Mundial fue en Inglaterra 66, donde fue la gran revelación alemana al anotar 4 goles y llevar a su selección hasta la final. Cuatro años más tarde buscaba de nuevo la final pero en semifinales se encontró ante los italianos. Aliados en la guerra pero enemigos en el césped.


En aquélla dura semifinal del Mundial de Mexico 70 contra la “azzurra” Beckenbauer se fracturó la clavícula en un choque. Su técnico Schoen Helmut lo quería sustituir del duelo para cuidar su salud. Franz se negó a salir del terreno de juego, ya que los teutones habían usado sus dos sustituciones permitidas. El "Kaiser"se quedó en el campo y llevaba en su brazo dislocado un cabestrillo. Así jugó el tiempo extra. Beckenbabuer parecía un robot, nunca dio muestras de dolor. Siguió jugando en el medio campo. Su fortaleza, más que su técnica, era su inteligencia. El partido continuaba. Era un frenesí de goles. Los italianos vencieron tras prórroga 4-3. Pero lo de Beck es el gesto más épico de amor al fútbol. Sin duda es el mejor ejemplo de lo que es un hombre con concepción ganadora. Lo dijo alguna vez su compañero Netzen: “Es el héroe de nuestro país. No es casualidad que lo haya ganado todo”.

Italy V Chile World Cup 1962 - The Battle of Santiago





Por: Edwin Medina S.


Chile es un pequeño y pobre país. Pensar que Chile puede recibir el mundial es una locura. La ciudad sólo tiene 700 camas de hotel. Los teléfonos no funcionan, y los taxis son más raros que los maridos fieles". Antonio Ghirelli dirigente italiano.
En 1962 por fase de grupos de la Copa Mundo se jugó un partido de extrema violencia, alimentado por la prepotencia de la prensa italiana. Recordemos.
Se le llamó la Batalla de Santiago al encuentro disputado entre Chile e Italia en el Mundial de fútbol de 1962.
La guerra entre estos dos contrincantes ya estaba pactada desde antes del comienzo del mundial, ya que Chile fue víctima de un terremoto en 1960 lo que le impediría realizar el evento. A pesar de todo, Chile recibió el apoyo de todas las federaciones participantes, excepto una, la Federación de Italia. En una comunicado a la FIFA, el país itálico le explicaba a los mandamás del fútbol porqué la Copa Mundo de 1962 no se debería disputar en Chile. La carta alegaba: falta de infraestructura, enormes saltos de temperatura, extrema pobreza, y de ser Santiago el símbolo de lo que es un país subdesarrollado, con enormes problemas de desnutrición, prostitución, miseria y vandalismo.
Los “argumentos” de los italianos no cayeron para nada bien en el país austral. Pero al final de cuentas el mundial se terminó realizando en territorio sudamericano. Pere esa no fue la peor noticia para la “azzurra”, luego del sorteo para la frase de grupos del torneo, los italianos quedaron en el mismo grupo de los locales.
El día tan esperado del encuentro entre estas dos selecciones llegó el 2 de junio de 1962. Clima tenso, miradas de rencor, derroche de odio, aversión acumulada. Ingresar al estadio Nacional de Chile era para los italianos era como entrar mismísimo tártaro. Era tanto el temor de los europeos que la estrella del equipo el italiano Omar Sivori se negó a jugar, -y eso que Sivori era de origen Argentino-.
La guerra ha empezado. A los doce segundos la primera falta, y a los siete minutos el primer expulsado. Fue un violento golpe del delantero Ferrini al chileno Landa. Ferrini se negó a dejar la cancha, luego de unos minutos tuvieron que ingresar los carabineros y llevárselo en arresto. Landa quería revancha y minutos después golpeó en el pecho a un desprevenido Humberto Maschio, el árbitro no vio, o mejor, no quiso ver nada. El cronometro siguió avanzando, No parecía un partido de fútbol, sino una batalla de boxeo. Poco se jugaba, el partido era lento. Discusiones. Broncas. Puños a la mandíbula, al pecho, a las costillas. Patadas voladoras. Abusos al reglamento. Camisetas bañadas en sangre. Jugadores arrestados, en fin, una tarde de extremada crudeza y severidad. Una vez más un estadio de fútbol fue testigo del salvajismo de los mortales.
A sí, y Chile ganó dos goles a cero. Y se sacó la espina ante los bufonescos italianos que habían insultado su orgullony se mostramos insolidarios ante la tragedia del país sudamericano.



9/7/11

Argentina vs Inglaterra (1998). La batalla de St. Ettiene






Por: Edwin Medina S.



Nunca habían jugado mejor,  sin embargo, Inglaterra quedó fuera de la Copa Mundial. Y una vez más, es la tiranía de las sanciones que ha llevado a Inglaterra hacia abajo, como en la Eurocopa 96, como en Italia 90, y Alemania 2006. La historia se repitió de la manera más cruel e imaginable para la selección de los tres leones.
Paul Ince fue un rey entre leones al igual que el mediocampista David Batty, la clase de Alan Shearer y Michael Owen, aportaron al equipo inglés gambetas y dos anotaciones.

El siempre líder Ayala, Verón y Zanneti los jugadores más sobresalientes del equipo sudamericano. Y por supuesto Simeone, el  “Cholo” Hizo lo que se le antojó en aquel partido, simuló un penal e hizo expulsar al icono del fútbol inglés moderno.
El partido cambiaría notoriamente cuando Inglaterra se despidió de David Beckham. Cuando Beckham fue expulsado a principios de la segunda mitad por una patada al astuto capitán Diego Simeone, los jugadores dirigidos por de Glenn Hoddle se vinieron abajo, sabían que con un hombre menos sería complicado vencer a los pupilos de Daniel Passarella.
La expulsión de Beckham iba a tener consecuencias especialmente perjudiciales. Uno de los mejores cobradores de pelota quieta de la historia del fútbol, ya no estaría disponible para los lanzamientos desde el punto penal.
Pero antes de la expulsión de Beckham, habían sucedido varías cosas. 
Apenas a los cinco minutos de juego Simeone cayó en el área rival, David Seaman, el culpable, el árbitro de la contienda pitó penal. Éste fue convertido por Gabriel Batistuta, que dirigiéndose a sus fans imitó las celebraciones de Bebeto en USA 94, un tributo a su recién nacido hijo.
Inglaterra se negó a aceptar cualquier idea de supremacía por parte de su rival. Así que comenzó a ser más agresivo. Minutos después. En el medio campo el siempre lúcido Paul Scholes cabeceó de manera inteligente el balón. Éste se dirigió al Golden Boy, Owen pronto haría lo suyo, ganó en velocidad y adentrándose en el área  ganó un penalti para los suyos. Roa acertó el lado al que el balón iría pero no pudo contener el poderoso disparo del ídolo de las “Urracas” Alan Shearer.
15 minutos después,  una sensacional carrera, culminaba con un golazo, aquella jugada encapsula todo el amor de una nación por un jugador. Beckham toma el balón el medio campo, lanza un exquisito pase, esos que siempre hizo durante toda su carrera con su botín derecho, Owen adormeció el pase de Becks tan bien que se habilitó y le alcanzó para dejar en el camino a Chamot, que ya vencido sabía que jamás alcanzaría al delantero inglés.
           
Argentina se sacudió, luchando bajo una manta blanca lanzada por Tony Adams y sus defensores. Los medio campistas ingleses, liderados por Paul Ince , también sudaban sin descanso por la causa, persiguiendo y acosando a sus oponentes .
Luego, llegó una dosis más de derroche futbolístico, en el epilogo de la primera parte, llegó una de las mejores jugadas de laboratorio de los mundiales. Juan Sebastián Verón deslizó un sutil pase a Javier Zanetti , cuyo primer contacto le permitió acomodar la esférica en el angulo de la portería defendida por Seaman. Con empate a dos tantos terminaría la primera parte.
 Justo después de la reanudación, Beckham fue expulsado por golpear a su antagónico colega Diego Simeone. Vientos de adversidad para el equipo de la isla se aproximaban. Inglaterra fue a una defensa de cuatro.  Scholes y Owen cubren el ancho del medio campo mientras Shearer ofreció un punto focal único.
Argentina arremetió contra los ingleses. La estrategia habitual contra los oponentes agotados fue la misma, pases mortales del diez argentino Ariel Ortega, Gambetas de Claudio López y disparos de media distancia de Verón y Batistuta. El estado de ánimo de Inglaterra nunca decayó a pesar de todo. El aliento hacía los leones se escuchaba una y otra vez en  las gradas,  donde los hooligans ingleses cantaban sin parar.
Argentina, disfrutó inevitablemente la mayor parte de la posesión del balón,  pero no logró anotar, el partido se fue a tiempo extra pero allí persistió el empate. La batalla se definiría por lanzamientos desde el punto penal.

Allí, Roa sería determinante atajándoles dos penales a los ingleses ya exhaustos. A excepción de Hernán Crespo Argentina no falló desde los doce pasos, las cabezas de Inglaterra cayeron.  Pero deben mantener bien alto, porque hicieron una actuación para llenar de orgullo a un país entero.  Un partido sublime que quedará en los mejores de la historia de los mundiales. 


  

Inglaterra V Alemania.1990. Las lágrimas del Hooligan




Por: Edwin Medina

El 4 de Julio de 1990 en el estadio Delle Alpi de Turín se enfrentaban dos viejos conocidos, Inglaterra y Alemania. El vencedor pasaría a la final, y el derrotado lloraría de vergüenza. Fueron ciento veinte minutos de resistencia, pasión, golpes, insultos, expulsiones y al final, una apasionante definición por penaltis con alegría para unos  y frustraciones para otros.
Los 90 llegaron con vientos de cambio para el viejo continente. La Guerra Fría había llegado a su fin, el Muro cayó en Berlín, la URSS fue desterrara de esta tierra mientras Gorbachov festejaba con vodka. Los ingleses anhelaban comenzar la década con triunfos categóricos de su selección, así como lo habían conseguido sus clubes, en los 80 el Nottingham Forest (el cual ganó la copa como debutante y repitió al año siguiente) el Liverpool y Aston Villa obtuvieron la Copa de Europa, pero a nivel de selecciones los británicos no lograban levantar una Copa desde que organizaron la Copa mundo de 1966. En la sociedad inglesa aún las cicatrices de las tragedias de Heysel y Hillsborough permanecían en el imaginario colectivo de los ingleses, como si fuesen imposibles de erradicar, pero seguro, un triunfo en la Copa del Mundo de 1990 daría un renacimiento emocional en el golpeado fanático inglés.  
La selección inglesa contaba con una gran generación de futbolistas. El más talentoso era Paul Gascoigne, perspicaz, brillante y pendenciero. Pupilo favorito del entrenador de aquel entonces Bobby Robson. Mientras los alemanes contaban con baluartes de la casta de Matthaus, Klinsman y Voeller. Sin duda, sería una batalla épica.

El partido comenzó. Con Gascoigne como líder estaba haciendo un excelente trabajo junto con sus camaradas. Inglaterra hacía un partido perfecto en todas sus líneas. Al peligroso diez teutón Lothar Matthaus lo estaban controlando, algunas ocasiones con juego fuerte. Al defensa alemán Andreas Bremhe se le dificultaba parar al goleador del mundial hasta ese entonces, el gran Gary Lineker. Illger, portero alemán sufría con su defensa los ataques ingleses.

Hasta que llegó el peor error de la carrera futbolística de Paul Gascoigne. Minutos antes el volante inglés recibió una fuerte patada, nadie defendiendo una camiseta con tres leones en el pecho se quedaría tan sólo con una disculpa. Fue así como Gasgoine buscó su revancha, sin saber que sería  la peor decisión que pudo haber tomado. Gasgoigne corrió hacia donde estaba el volante alemán y le propinó un violento golpe, Paul vio la segunda amarilla, salió expulsado. Supo lo que era estar muerto en vida. Llorando, desconsolado, cabizbajo se retiró del terreno de lucha, sabía que los leones ingleses sin su caudillo iban a fenecer ante la artillería alemana.

Inglaterra fue el mejor equipo durante los 90 minutos y Alemania en el tiempo extra. Los ingleses con valentía aguantaron con un hombre menos hasta llevar la batalla a la definición desde los doce pasos, donde tuvieron mejor suerte (como siempre) los alemanes. Fue la forma más cruel de eliminación para los ingleses sobre todo después de una actuación tan maravillosa. Lineker cae de rodillas mientras Matthaus deja atrás la celebración del triunfo para consolar a sus rivales, un gran gesto de un jugador de clase mundial como siempre lo fue. Bobby Robson sonríe con tristeza, pero también con orgullo mirando al cielo, como diciendo: “Vaya suerte”. Sabe lo cerca que estuvieron de derrotar a su enemigo número uno. Días después, los teutones se coronaron campeones del mundo ante la Argentina de Maradona.

España V Italia. El codazo de Tassotti



Por: Edwin Medina S.

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Luis Enrique luego del golpe recibido por Tassoti.


Barcelona V Real Madrid. La guerra de los posters


“La creatividad es más que ser simplemente diferente. Cualquiera puede hacer extravagancias, eso es fácil. Lo difícil es ser tan simple como Bach”. Charlie Mingus (1922-1979), contrabajista y compositor.

Ninguno de los dos parece de verdad. Uno, es un jugador de PlayStation, con tobillos de goma, alas en los pies y una insólita capacidad para penetrar la materia cada vez que un ejército de defensores intenta detenerlo. Su slalom a toda velocidad se ve tan predecible como imposible de neutralizar y esa es, seguramente, su virtud más perturbadora: hacer lo que todos saben que hará, sin invertir ni un segundo en disimularlo. Leonel Messi acelera con la pelota pegada al pie directamente hacia el bosque de piernas, el lugar más imposible del mundo. Y pasa. Pasa siempre.
El otro, que fue bautizado en honor a Ronald Reagan, tiene la caja torácica de un héroe de cómic, sonrisa de galán y el peinado de una publicidad de yogurt. Así, impecable como un muñeco de repisa, encara, desborda, engancha, cabecea, le pega desde 40 metros o define. Sus movimientos parecen responder a un guión estudiado y no es extraño verlo, después de una jugada monumental, mirándose en la pantalla gigante, embelesado, a ver si sigue tan bonito como antes. No hay caso: a un tipo así se lo ama o se lo detesta. A mí me encantaría ser irónico y jurar que es un invento, un baby face inflado a fuerza de marketing. Pero no. Maldito sea, ¡el tipo es un crack!
Los dos viven en los posters. Omnipresentes, sonríen en las gigantografías al costado de las autopistas, en la tapa de diarios y revistas, en los juegos de computadora, en la televisión. En todas partes.
Uno y otro son símbolos perfectos de sus equipos. Leonel Messi, argentino pero reformulado en el laboratorio de La Masía, es el orgullo catalán; el país dentro del país, la vanguardia cultural y europeísta que resistió el largo invierno de Franco. Cristiano Ronaldo es la nueva gema de la aristocrática Casa Blanca. “¡Ala Madrid!, juegas en verso, que sepa el universo cómo juega el Madrid…”, canta Plácido Domingo en el himno del Centenario. Eso sienten. El Real Madrid, marca first class, es al fútbol lo que Ferrari es a la Fórmula Uno. La elite.


7/7/11

Rosario Central V Newells. Diciembre de 1971.





Morir después de la victoria, morir de alegría, morir en la popular. La historia del viejo Casale.


Sí yo sé que ahora hay quienes dicen que fuimos unos hijos de puta por lo que hicimos con el viejo Casale, yo sé. Nunca falta gente así. Pero ahora es fácil decirlo, ahora es fácil. Pero había  que estar esos días en Rosario para entenderlo.
Yo no sé si vos te acordás lo que era Rosario en esos días anteriores al partido. ¡Y qué te digo “esos días”! ¡Desde semanas antes ya se venía hablando, del partido y la ciudad era una caldera, porque eso era lo que era la ciudad! Claro, los que ahora hablan son esos turros que después vos los veías por la calle gritando y saltando como unos desgraciados, festejando en  a los gritos y después ahora te salen con que son... ¿qué son?... moralistas... ¿De qué se la tiran, hijos de mil putas? Ahora son todos piolas, es muy fácil hablar. Pero si vos vieras lo que era la ciudad en esos días, prendías un fósforo y volaba todo a la mierda. No se hablaba de otra cosa en los boliches, en la calle, en cualquier parte. Saltaban chispas, te aseguro. Y la cosa arrancó con las cábalas. O mejor dicho, de los maleficios.
—Hay que entender que no era un partido cualquiera, hermano, era una final final. Porque si bien era una semifinal, el que ganaba después venía a jugar a Rosario y le rompía el culo a cualquiera. Fuera Central como Ñul, acá le hacía la fiesta a cualquiera. ¡Y cómo estaban los lepra! ¡Eso, eso tendrían que acordarse ahora los que hablan al reverendo pedo y nos vienen a romper las pelotas con el asunto del viejo Casale! ¿No se acuerdan esos cómo estaban los lepra? ¿No se acuerdan ahora, mi viejo? Había que aguantarlos porque se corrían una fija, pero una fija se corrían, hermano, que hasta creo que se pensaban que nos iban a llenar la canasta. No que sólo nos iban a hacer la colita sino que además nos iban a meter cinco, en el Monumental y para la televisión. ¡Pero por qué no se van a la concha de su madre! ¡Qué mierda nos van a hacer cinco esos culos roto! ¡Así se la comieron doblada! ¡Qué pija que tienen desde ese día y no se la pueden sacar!
Pero la verdad, la verdad, hermano, con una mano en el corazón, que tenían un equipazo, pero un equipazo, de padre y señor mío.
Hay que reconocerlo. Porque jugaban que daba gusto, el buen toque y te abrochaban bien abrochado. Estaba Zanabria, el Marito Zanabria; el Mono Obberti ¡Dios querido, el Mono Obberti, qué jugador! Silva el que era de Lanús, el albañil. ¡Montes! Montes de cinco; Santamaría el Cucurucho Santamaría, qué sé yo, era un equipazo, un equipazo hay que reconocer, y la lepra se corría una fija. ¿Sabés cuántos había en la ruta a Buenos Aires, el día del partido? Yo no sé, eran miles, millones, yo no sé de dónde habían salido tantos leprosos. Si son cuatro locos y de golpe, para ese partido, aparecieron como hormigas los desgraciados. Todos fueron. ¡Lo que era esa ruta, papito querido! Entonces, oíme, había que recurrir a cualquier cosa. Hay partidos que no podés perder, tenés que ganar o ganar.  Entonces si a mí me decían que tenía que matar a mi vieja, que había que hacer cagar al presidente Kennedy, me daba lo mismo, hermano. Hay partidos que no se pueden perder. ¿Y qué? ¿Te vas a dejar basurear por estos soretes para que te refrieguen después la bandera por la jeta toda la vida? No, mi viejo. Entonces, ahí, hay que recurrir a cualquier cosa. Es como cuando tenés un pariente enfermo ¿viste? tu vieja, por ejemplo, que por ahí sos capaz hasta de ir a la iglesia ¿viste? Y te digo, yo esa vez no fui a la iglesia, no fui a la iglesia porque te juro que no se me ocurrió, mirá vos, que si no... te aseguro que me confesaba y todo si servía para algo. Pero con los muchachos enganchamos con la cuestión de las brujerías, de la ruda macho, de enterrar un sapo detrás del arco de Fenoy, de tirar sal en la puerta de los jugadores de Ñubel y de todas esas cosas que siempre se habla. Por supuesto que todas las brujas del barrio ya estaban laburando en la cosa y había muñecos con camiseta de Ñubel clavados con alfileres, maldiciones pedidas por teléfono y hasta mi vieja que no manya mucho del asunto tenía un pañuelo atado desde hacía como diez días, de ésos de “Pilato, Pilato, si no gana Central en River no te desato”. Después la vieja decía que habíamos ganado por ella, pobre vieja, si hubiera sabido lo del viejo Casale, pero yo le decía que sí para no desilusionarla a la vieja.
Pero todo el fato de la ruda macho y el sapo de atrás del arco eran, qué sé yo, cosas muy generales, ya había tipos que lo estaban haciendo y además, el partido era en el Monumental y no te vas a meter en la pista olímpica a enterrar un sapo porque vas en cana con treinta cadenas y no te saca ni Dios después, hermano. Entonces, me acuerdo que empezamos con la cosa de las cábalas personales. Porque me acuerdo que estábamos en el boliche de Pedro y veníamos hablando de eso. Entonces, por ejemplo, resolvimos que a Buenos Aires íbamos a ir en el auto del Dani porque era el auto con el que habíamos ido una vez a La Plata en un partido contra Estudiantes y que habíamos ganado dos a cero. Yo iba a llevar, por supuesto, el gorrito que venía llevando a la cancha todos los últimos partidos y no me había fallado nunca el gorrito. A ése lo iba a llevar, era un gorrito milagroso ése.El Coqui iba a ir con el reloj cambiando de lugar, o sea en la muñeca derecha y no en la izquierda, porque en un partido contra no sé quién se lo había cambiado en el medio tiempo porque íbamos perdiendo y con eso empatamos. o sea, todo el mundo repasó todas las cábalas posibles como para ir bien de bien y no dejar ningún detalle suelto. te digo más, estuvimos parados en la tribuna en el partido contra Atlanta para pararnos de la misma manera en el partido contra la lepra el boludo de michi decía que él había estado detrás del Valija y el Miguelito porfiaba que el que había estado detrás del Valija era él. Mirá vos, hasta eso estudiamos antes del partido, para que veas cómo venía la mano en esos días. ¿Y sabés qué te lleva a eso, hermano, sabés qué te lleva a eso? El cagazo, hermano, el cagazo, el cagazo te lleva a hacer cualquier cosa, como lo que hicimos con el viejo Casale.
Porque si llegábamos a perder, mamita querida, nos teníamos que ir de la ciudad, mi viejo, nos teníamos que refugiar en el extranjero, te juro, no podíamos volver nunca más acá. Íbamos a perecer

esos refugiados camboyanos que se tomaron el piro en una balsa. Te juro que si perdíamos nosotros agarrábamos el “Ciudad de Rosario” y por acá, por el Paraná, nos teníamos que ir todos, millones de canallas, no sé, a Diamante, a Perú, a Cuzco, a la concha de su madre, pero acá no se iba a poder vivir nunca más con la cargada de los leprosos putos, mí viejo. Ya el Miguelito había dicho bien claro que él se la daba, que si perdíamos agarraba y se volaba la sabiola y te digo que el Miguelito es capaz de eso y mucho más porque es loco el Miguelito, así que había que creerle.  Pero, te digo, nadie quería ni siquiera sentir hablar de esa Posibilidad. Ni se nombraba la palabra “derrota”.

 Y ahí fue cuando sale a relucir lo del viejo Casale. El viejo Casale era el viejo del Cabezón Casale, un pibe que siempre venía al boliche y que durante años vino a la cancha con nosotros pero que ya para ese entonces se había ido a vivir al norte, a Salta creo, lo vi hace poco por acá, que estaba de paso. Y ahí fue que nos acordamos de que un día, en la casa del Cabezón, el viejo había dicho que él nunca, pero nunca, lo había visto perder a Central contra Ñul. Me acuerdo que nos había impresionado porque ese tipo era un privilegiado del destino. Aunque al principio vos te preguntas, “¿Cómo carajo hizo este tipo para no verlo perder nunca a Central contra Ñul? ¿Qué mierda hizo? Este coso no va nunca a la cancha”. Porque, oíme alguna vez lo tuviste que ver perder, a menos que no vayás a los clásicos. Y ojo que yo conozco muchos así, que se borran bien borrados de los clásicos. O que van en Arroyito, pero que a la cancha del Parque no van en la puta vida. Y me acuerdo que le preguntarlos eso al viejo y el viejo nos dijo que no, y nos explicó. El iba siempre, un fana de Central que ni te cuento, pero se había dado, qué sé yo, una serie de casualidades que hicieron que en un montón de partidos con Ñul él no pudiera ir por un montón de causas que ni me acuerdo. Que estaba de viaje por Misiones —el viejo era comisionista—; que ese día se había torcido un tobillo y no podía caminar, que estaba engripado, que le dolía un huevo, qué sé yo, en fin, la verdad, hermano— que el viejo la posta posta era que nunca le había tocado ver un partido en que la lepra nos hubiera roto el orto. Era un privilegiado el viejo y además, un talismán, querido, porque así como hay tipos mufa que te hacen perder partidos adonde vayan, hay otros que si vos los llevás es número puesto que tu equipo gana. No es joda. Y el viejo Casale era uno de éstos.

Entonces ahí nos dijimos “Este viejo tiene que estar en el Monumental contra Ñubel. No puede ser de otra forma. Tiene que estar”... Claro, dijimos, seguro que va a estar, si es fana de Central, canalla a muerte. Pero nos agarró como la duda viste? porque nosotros no era que lo veíamos todos los días al viejo, te digo más, desde que el Cabezón se había ido al norte a laburar, al viejo de él no lo habíamos vuelto a ver ni en la cancha, ni en la calle ni en ninguna parte. Además, el viejo ya estaba bastante veterano porque debía tener como ochenta pirulos por ese entonces. Bah, en realidad ochenta no, pero sus sesenta, sesenta y cinco años los tenía por debajo de las patas.

Entonces, con el Valija, el Colorado y el Miguelito decimos “vamos a la casa del viejo a asegurarnos que va y si no va lo llevamos atado”. Porque también podía ser que el viejo no fuera porque no tuviera dinero, qué sé yo. Nosotros ya habíamos pensado en hacer una rifa a beneficio, una kermesse, cualquier cosa. El viejo tenía que ir, era una bandera, un cheque al portador.
La cuestión es que vamos a la casa y... ¿a qué no sabés con lo que nos sale el viejo? Que andaba mal del cora y que el médico le había prohibido terminantemente ir a la cancha, mirá vos. Nos sale con eso. Que no. Que había tenido un infarto en no sé qué partido, en un partido de mierda después que una pelota pegó en un palo, que había estado muerto como media hora y lo habían salvado entre los indios con respiración artificial y masajes en el cuore, que no había clavado la guampa de puro pedo y que le había quedado tal cagazo que no había vuelto a ir a la cancha desde hacía ya, mirá lo que te digo, dos años.
¡Hacía dos años que no iba a la cancha el viejo ese! Y no era sólo que él no quería ir sino que el médico y, por supuesto, la familia, le tenían terminantemente prohibido ir, lógicamente. No sé si no le prohibían incluso escuchar los partidos por radio, no sé si no se lo prohibían, para que no le pateara el coure, porque parece que el viejo escuchaba algo demasiado fuerte y se moría, tan jodido andaba. Vos le hacías ¡Uh! en la cara y el viejo partía. ¡Para qué! Te imaginás nosotros, la desesperación, porque eso era como un presagio, un anuncio del infierno, hermano, era un preanuncio de que nos iban a hacer cagar en Buenos Aires, mi viejo. Entonces empezamos a tratar de hacerle la croqueta al viejo, a convencerlo, a decirle “Pero mire, don Casale, usted tiene que estar, es una cita de honor. ¡Qué va a estar mal usted del cuore, si se lo ve cero kilómetro! Vamos, don Casale —me acuerdo que lo jodía Miguelito— ¿cuántos polvos se echa por día? usted está hecho un toro”. Pero el viejo, ni mierda, en la suya. Que no y que no.
Le decíamos que el partido iba a ser una joda, que Ñubel tenía un equipo de mierda y que ya a los quince minutos íbamos a estar tres a cero arriba, que el partido era una mera formalidad, que el gobierno ya había decidido que tenía que ganar Central para hacer feliz a mayor cantidad de gente. No sé, no sé la cantidad de boludeces que le dijimos al viejo para convencerlo. Pero el viejo nada, una piedra el hijo de puta. Para colmo ya habían empezado a rondar la mujer del viejo, madre del Cabezón, y una hermana del Cabezón, que querían saber qué carajo queríamos decirle nosotros al vicio en esa reunión, porque medio que ya se sospechaban que nosotros no íbamos para nada bueno. En resumen que el viejo nos dijo que no, que ni loco, que ni siquiera sabía si iba apoder resistir la tensión de saber que se jugaba el partido, aun sin escucharlo. Porque el viejo los diarios los leía, tan boludo no era, y sabía cómo venía la mano, cómo era la cosa, cómo formaban los equipos, suplentes, historial, antecedentes, chaquetillas, color, todo. Nos dijo más. “Ese día —nos dijo— bien temprano, antes de que empiecen a pasar los camiones y los ómnibus con la gente yendo para Buenos Aires, yo me voy a la quinta de un hermano mío que vive en Villa Diego”. No quería escuchar ni los bocinazos el viejo. “Me voy tempranito a lo de mi hermano, que a mi hermano le importa un sorete el fútbol, y me paso el día ahí, sin escuchar radio ni nada”. Porque el viejo decía y tenía razón, que si se quedaba en la casa, por más que se encerrara en un ropero, algo iba a oír, algún grito, algún gol, alguna cosa iba a oír, pobre desgraciado, y se iba a quedar ahí mismo seco en el lugar. Así que se iba a ir a radicar en la quinta de ese hermano que tenía, para borrarse del asunto.
Muy bien, muy bien. Te digo que salimos de allí hechos bosta porque veíamos que la cosa venía muy mal. Casi era ya un dato seguro como para decir que éramos boleta. Para colmo, al Valija, el día anterior le había caído una tía del campo y él se acordaba que, en un partido que perdimos con San Lorenzo, esa misma tía le había venido el día antes. Era un presagio funesto el de la tía.
Fue cuando decidimos lo del secuestro. Nos fuimos al boliche y esa noche lo charlamos muy seriamente. El Dani decía que no, que era una barbaridad, que el viejo se nos iba a morir en el viaje, o en la cancha, y después se iba a armar un quilombo que íbamos a terminar todos en cana y que, además, eso sería casi un asesinato. Pero al Dani mucha bola no le dimos porque ha sido siempre un exagerado y más que un exagerado, medio cagón el Dani. Pero nosotros estábamos bien decididos y más que nada por una cosa que dijo el Valija: el viejo estaba diez puntos. Había tenido un infarto, es cierto. Pero hay miles de tipos que han tenido un infarto y vos los ves caminando tranquilamente por la lleca y sin hacer tanto quilombo como este viejo pelotudo, con eso de meterse adentro de un ropero, o no ir a la cancha, o dejar que te rigoree la familia como la esposa y la otra, la hermana del Cabezón. Por otra parte, y vos lo sabés, los médicos son unos turros pero unos turros que se ve que lo querían hacer durar al viejo mil años para sacarle guita, hacerle experimentos y chuparle la sangre. Y además, como decía el Miguelito y eso era cierto, vos lo veías al viejo y estaba fenómeno. Con casi sesenta años no te digo que parecía un pendejo pero andaba lo más bien. Caminaba, hablaba, se sentaba, qué sé yo, se movía. ¡Chupaba! Porque a nosotros nos convidó con Cinzano y el viejo se mandó su medidita, no te digo un vasazo pero su medidita se mandó. La cosa es que el Miguelito elaboró una teoría que te digo, aún hoy, no me parece descabellada. ¡El viejo era un curro, hermano! Un turrazo que especulaba con el problema del corazón para pasarla bien y no laburarla nunca más en la vida de Dios. Con la excusa del coure no ponía el lomo, lo atendían a cuerpo de rey y —la tenía a la vieja y a la hermana del Cabezón pendientes de él —viviendo como un bacan, el viejo. Y... ¿de qué se privaba? De algún faso; que no sé si no fasearía escondido; y de no ir a—la cancha. Fijate vos, eso era todo. Y vivía como Carolina de Mónaco el otario. Bueno, con ese argumento y lo que dijo el Colorado se resolvió todo. 
El Colorado nos habló de los grandes ideales, de nuestra misión frente a la sociedad, de nuestro deber frente a las generaciones posteriores, los niños. Nos dijo que si ese partido se perdía, miles y miles de niños iban a sufrir las consecuencias. Que, para nosotros y eso era verdad, iba a ser muy duro, pero que nosotros ya estábamos jugados, que habíamos tenido lo nuestro y que, de últimas, teníamos experiencias en malos ratos y fulerías. Pero los pibes, los pendejitos de Central, ésos, iban a tener de por vida una marca en sus vidas que los iba a marcar para siempre, como un fierro caliente. Que las cargadas que iban a recibir esos pibes, esas criaturas, en la escuela, los iban a destrozar, les iban a pudrir el bocho para siempre, iban a ser una o dos generaciones de tipos hechos bolsa, disminuidos ante los leprosos, temerosos de salir a la calle o mostrarse en público. Y eso es verdad, hermano, porque yo me acuerdo lo que eran las cargadas en la escuela primaria, sobre todo.
Yo me acuerdo cuándo perdimos cinco a tres con la lepra en el Parque después de ir ganando dos a cero, cuando se vendió el Colorado Bertoldi, que todavía se estará gastando la plata, y te juro que yo por una semana no me pude levantar de la cama porque no me atrevía a ir a la escuela para no bancarme la cargada de los lepra. Los pibes son muy hijos de puta para la cargada, son muy crueles. ¿No viste cómo descuartizan bichos, que agarran una langosta y le sacan todas las patas? Son unos hijos de puta los pibes en ese sentido. Y lo que decía el Colorado era verdad. Ahora todo el mundo habla de la deuda externa, y bueno, hermano, eso era algo así como lo de la deuda externa, que por la cagada de cuatro reverendos hijos de puta que empeñaron el país, la tenemos que pagar todos y los hijos y los hijos de nuestros hijos. Y si estaba en nosotros hacer algo para que eso no pasara, había que hacerlo, mi querido. Además, como decía el Colorado, ya no era el problema de la cargada de los pendejos futbolistas, está también el fato del exitismo. Los pibes ven que gana un equipo y se hacen hinchas de ese equipo, son así, casquivanos. Son hinchas del campeón. Entonces, ponele que hubiese ganado Ñubel y... ¡a la mierda! ... de ahí en más todos los pibes se hacían de Ñubel, ponele la firma. Y no te vale de nada llevarlos a la cancha, conversarlos, hablarles del Gitano Juárez o el Flaco Menotti, ni comprarles la camiseta de Central apenas nacen. No te vale de nada. Los pendejos ven que sale River campeón y son de River. Son así. Y en ese momento no era como ahora que, mal que mal, vos los llevás al Gigante y los pibes se caen de culo. Entonces, cuando van al chiquero del Parque, por mejor equipo que pueda tener Ñul, los pibes piensan “Yo no puedo ser hincha de esta villa miseria” y se hacen de Central. Porque todo entra por los ojos y vos ves que ahora los pibes por ahí ni siquiera han visto jugar a Central o a Ñul y ya se hacen hinchas de Central por el estadio. Es otra época, los pendejos son más materialistas, yo no sé si es la televisión o qué, pero la cosa es que se van de boca con los edificios.
Entonces la cosa estaba clara, había que secuestrar al viejo Casale, o sino aguantarse que quince, veinte años depués, hoy por ejemplo, la ciudad estuviese llena de lepra sos nacidos después de ese partido.
El que organizó la “Operación Eichmann”, como lo llamamos, fue el Colorado. La llamamos así por ese general aleman, el torturador, que se chorearon de acá una vez los judíos ¿viste? y lo nuestro era más o menos lo mismo. El Colorado es un tipo muy cerebral, que le carbura muy bien el bocho y él organizó todo. El Colorado ya no estaba par ese entonces en la O.C.A.L.. La O.C.A.L., no sé si sabés es una organización de acá, de Rosario, que se llama así porque son iniciales, O.C.A.L “Organización Canalla Anti Lepra”. Son un grupo de ñatos como el Ku-Klux-Klan, más o menos, que se reúnen en reuniones secretas y no sé si no van con capucha y todo a las reuniones, o si queman algún leproso vivo en cada reunión. Mirá yo no sé si es requisito indispensable ser hincha de Central, pero seguro seguro, lo que tenés que hacer es odiar a los lepra. Tenés que odiar más a los lepra que lo que querés a Central.
Hacen reuniones, escriben el libro de actas, piensar maldades contra los lepra, festejan fechas patrias de partidos que les hemos ganado, tienen himnos, son como esos tipos los masones esos, que nadie sabe quiénes son. Andan con antorchas. Bueno, de la O.C.A.L., de la O.C.A.L. al Colorado lo echaron por fanático, con eso te digo todo pero es un bocho el Colorado y él fue el que organizó todo el operativo.
Y te la cuento porque es linda, te la cuento porque es linda, no sé si un día de estos no aparece en el “Selecciones” y todo. Averiguamos qué ómnibus iba para Villa Diego, adonde tenía la quinta el hermano del viejo Casale. Desde donde vivía el viejo, ahí por San Juan al mil cuatro cientos, lo único que lo dejaba en ese entonces, si mal no recuerdo, era el 305 que pasaba por la calle San Luis. O sea que el viejo tenía que tomarlo en San Luis-Paraguay o San Luis-Corrientes, no más allá de eso a menos que fuera muy pelotudo y lo fuera a tomar a Bulevar Oroño que no sé para qué mierda iba a hacer eso. Ahora, la. duda era si el viejo se iba a ir en ómnibus o en auto, porque si se iba en auto nos recagaba, pero nos jugábamos a que se iba a ir en ómnibus porque auto no tenía y seguro que el hermano tampoco tenía porque debía ser un muerto de hambre como él, seguramente. Y te digo que la cosa venía perfecta, porque el viejo nos había dicho que iba a salir bien temprano para no infartarse con las bocinas o sea que nosotros podíamos combinarlo con el horario de salida nuestra para el partido. Porque también nos cagaba si salía a la una de la tarde para Villa Diego porque después ¿cómo llegábamos nosotros a Buenos Aires para la hora del partido con el quilombo que era la ruta y en un ómnibus de línea? Lo más probable es que nos hiciéramos pelota en el camino por ir a los pedos. Y por otra parte, hermano, Villa Diego queda saliendo para Buenos Aires o sea que la cosa estaba clavada, era posta posta.
Después hubo que hablar con los otros muchachos, porque convencer al Rulo no nos costó nada, a él le daba lo mismo y, además, le contamos los entretelones del asunto. Te digo que el Colora manejó la cosa como un capo, un maestro. El asunto era así, el Rulo es un fana amigo de Central que tiene un par de ómnibus, está muy bien el Rulo. Y en esa época tenía un par de coches en la línea 305. Fue un ojete así de grande, porque si no teníamos que conseguir otro coche, cambiarle el color, pintarlo, qué sé yo, ponerle el número, un laburo bárbaro. Pero el Rulo tenía dos 305 y con uno de ésos ya tenía pensado pirarse para el Monumental el día del partido y más bien que se llevaba como mil monos que también iban para allá. Lo sacaba de servicio y que se fueran todos a la reputísima madre que los parió, no iba a perderse el partido ese.
Entonces, el Rulo, con los monos arriba Y nosotros, tenía que estar con el ómnibus preparado, el motor en marcha, por España, estacionado. Y el Miguelito se ponía de guardia, tomando un café, justo en un boliche de ahí cerca desde donde veían la puerta de la casa del viejo Casale. Creo que a las cinco, nomás, de la mañana, ya estaba el Miguelito apostado en el boliche haciéndose el boludo y junando para la casa del viejo. Te juro que ni Los Tupamaros hubieran hecho un operativo como ése, hermano. Fue una maravilla.
Apenas vio que salía el viejo con una canastita donde seguro se llevaba algún matambre casero, algo de eso, el pobre viejo, el Miguelito cazó una Vespa que tenía en ese entonces, dio la vuelta a la manzana y nos avisó. Cargó la moto en el ómnibus, en la parte de atrás, detrás de los últimos asientos y nos pusimos en marcha.
Ya les habíamos dicho a tres o cuatro pendejos, de esos quilomberos de la barra, que se hicieran bien los sotas, que no dijeran ni media palabra y se hicieran los que apoliyaban. Nosotros también, para que no nos reconociera el viejo, estábamos en los asientos traseros, haciéndonos los dormido, incluso con la cara tapada con algún pulover, como si nos jodiera la luz, o con algún piloto.
Te digo que el día había amanecido frío y lluvioso, como la otra fecha patria, el 25 de Mayo. Además, el quilombo había sido guardar y esconder todas las banderas, las cornetas, las bolsas con papelitos, los termos, todo eso. Uno de los muchachos llevaba una bandera de la gran puta que medía 52 metros ¡52 metros, loco! Media cuadra de bandera que decía “Empalme Graneros presente” y tuvimos que meterla debajo de un asiento para que el viejardo no la viera.
La cosa es que el viejo subió medio dormido y se sentó en uno de los asientos de adelante que ya habíamos dejado libre a propósito para que no viera mucho del ómnibus. Rulo le cobró boleto y todo. Y nadie se hablaba como si no nos conociéramos. Y como el ómnibus iba haciendo el recorrido normal, el viejo iba lo más piola, mirando por la ventanilla. La cuestión es que llegamos a Villa Diego y el viejo tranquilo. Cada tanto, cuando nos pasaba algún auto con banderas en el techo, tocando bocina, el viejo miraba a los que tenía cerca y movía la cabeza como diciendo “¡Mirá vos!”.
Se ve que tenía unas ganas de hablar pero nadie quería darle mucha bola para no pisarse en una de ésas. Así que nos hacíamos todos los dormidos. Parecía que habían tirado un gas adentro de ese ómnibus hermano. Pero, cuando llegamos a Villa Diego, por ahí el viejo se levanta y le dice al Rulo “En la esquina, jefe.”. Y yo no sé qué le dijo el Rulo, algo de que ahí no se podía parar, que estaba cerrado el tráfico, que había que seguir un poco más adelante y el viejo se la comió, pero se quedó paradito al lado de la puerta. Al rato, por supuesto, de nuevo el viejo, “En la esquina”. Ahí ya el Rulo nos miró, porque se le habían acabado los versos. Y ahí, hermano... ¡vos no sabés lo que fue eso! Fue como si nos hubiésemos puesto todos de acuerdo y te juro que ni siquiera lo habíamos hablado. Empezaron los muchachos a desplegar las banderas, a sacar las cornetas y las banderas por la ventana, y a los gritos, hermano, “¡Soy canalla, soy canalla!” por las ventanas.
Pero no para el lado del viejo, el pobre viejo, que la cara que puso no te la puedo describir con palabras, sino para afuera, porque los grones, con lo quilomberos que son, se habían ido aguantando hasta ahí sin gritar ni armar quilombo para no deschavarse con el viejo, pero cuando llegó el momento agarraron las banderas, empezaron a sacar los brazos y golpear las chapas del costado del ómnibus y también el Rulo empezó a seguir el ritmo con la bocina.
 De golpe se transfonnó en un quilombo, un escándalo, una de gritos, de bocinazos, cornetas, una joda. ¡Y la gente al lado de la ruta! Porque desde la madrugada ya había gente a los costados de la ruta esperando que pasaran las caravanas de hinchas. Era para llorar, eso, conmovedor, te saludaban, gritaban, levantaban los puños, por ahí algún lepra, a las perdidas, te tiraba un cascotazo... Pero vuelvo al viejo, el viejo, no sabés la carita que puso. Porque nosotros lo estábamos mirando porque decíamos: éste es el momento crucial. Ahí el viejo o cagaba la fruta, el corazón se le hacía bosta, o salía adelante. El viejo miraba para atrás, a todos los monos que saltaban y cantaban y no lo podía creer. Se volvió a sentar y creo que hasta San Nicolás no volvió a articular palabra. Te digo que el Rábano, el hijo de la Nancy ya se había ofrecido a hacerle respiración boca a boca llegado el caso, que era algo a lo que todos, mal que mal, le habíamos esquivado el bulto porque, qué sé yo, te da un poco de asco, además con un viejo.
Pero mirá, te la hago corta. Mirá, cuando el viejo ya vio que no había arreglo, que no había posibilidad de que lo dejáramos bajar del ómnibus, se entregó, pero se entregó entregó. Porque, al principio, nosotros nos acercamos y nos reputeó, nos dijo que éramos unos irresponsables, unos asesinos, que no teníamos conciencia, que era una,verguenza, qué sé yo todo lo que nos dijo. Pero después, cuando nosotros le dijimos que él estaba perfecto, que estaba hecho un toro, que si se había bancado la sorpresa del ómnibus quería decir que ese cuore se podía bancar cualquier cosa, empezó a tranquilizarse. El Colorado llegó a decirle que todo era una maniobra nuestra para demostrarle que él estaba perfectamente sano y que incluso el médico estaba implicado en la cosa.
Mirá hermano, y creéme porque es la pura verdad ¿qué intención puedo tener en mentirte, hoy por hoy? mucho antes ya de entrar en Buenos Aires ese viejo era el más feliz de los mortales, te lo digo yo y te lo juro por la salud de mis lujos. El viejo cantaba, puteaba, chupaba mate, comía facturas, gritaba por la ventana y a la cancha se bajó envuelto en una bandera. No había, en la hinchada, un tipo más feliz que él. Vino con nosotros a la popu y se bancó toda la espera del partido, que fue más larga que la puta que lo parió y después se bancó el partido. Estaba verde, eso si, y había momentos en que parecía que vos lo pinchabas con un alfiler y reventaba como un sapo, porque yo lo relojeaba a cada momento. Y después del gol del Aldo, yo lo busqué, lo busqué porque fue tal el quilombo y el desparramo cuando el Aldo la mandó adentro que yo ni sé por dónde fuimos a caer entre las avalanchas y los abrazos y los desmayos y esas cosas. Pero después miré para el lado del viejo y lo vi abrazado a un grandote en musculoso casi trepado arriba del grandote, llorando. Y ahí me dije: si éste no se murió aquí, no se muere más. Es inmortal. Y después ni me acordé más del viejo, que lo que alambramos, lo que cortamos clavos, los fierros que cortamos con el upite, hermano, ni te la cuento. Eso no se puede relatar, hermano, porque rezábamos, nos dábamos vueltas, había gente que se sentaba entre todo ese quilombo porque no quería ni mirar. Porque nos cagaron a pelotazos, ya el segundo tiempo era una cosa que la tenían siempre ellos y ¿sabés qué era lo fulero, lo terrible? ¡Qué si nos empataban nos ganaban, hermano, porque ésa es la justa! ¡Nos ganaban esos hijos de puta! ¡Nos empataban, íbamos a un suplementario y ahí nos iban a hacer refocilar el orto porque estaban más enteros y se venían como un malón los guachos! ¡Qué manera de alambrar! Decí que ese día, Dios querido, yo no sé que tenía el flaco Menotti que sacó cualquier cosa, sacó todo, vos no quieras creer lo que sacó ese día ese flaco enclenque que parecía que se rompía a pedazos en cada centro. Le sacó un cabezazo de pique al suelo a Silva que lo vimos todos adentro, hermano, que era para ir todos en procesión y besarle el culo al flaco ése ¡qué pelota le sacó a Silva! Ahí nos infartamos todos, faltaban cinco minutos y si nos empataban, te repito, éramos boleta en el suplementario. Me acuerdo que miro para atrás y lo veo al viejo, blanco, pálido, con los ojos desencajados, pobrecito, pero vivo. Y ahora yo te digo, te digo y me gustaría que me contesten todos esos que ahora dicen que fue una hijaputez lo que hicimos con el viejo Casale ese día. Me gustaría que alguno de esos turritos me contestara si alguno de ellos lo vio como lo vi yo al viejo Casale cuando el referí dio por terminado el partido, hermano. Que alguno me diga si, de puta casualidad, lo vio al viejo Casale como lo vi yo cuando el referí dio por terminado el partido y la cancha era un infierno que no se puede describir en palabras. Te digo que me, gustaría que alguien me diga si alguien lo vio como lo vi yo. ¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida, pero lejos lejos el día más feliz de su vida, porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo impresionante! Y cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que todos pensamos; “¡qué importa!” ¡Qué más quería que morir así ese hombre! ¡Esa es la manera de morir para un canalla! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba viviendo, adentro de un ropero, basureado por la esposa y toda la familia? ¡Más vale morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa.

Por: Roberto Fontanarrosa.

4/7/11

El héroe de París




"Minuto 72 de partido, final de la Champions, un cabizbajo y desacertado Oleguer se retira para dar paso a Iuliano Belletti mientras la lluvia asola Saint Denis. Nadie apuesta por él y tiene todas las papeletas para marcharse en los próximos meses, pero tan sólo diez minutos después se convertirá en un ídolo inolvidable del barcelonismo tras batir a Almunia,y darle a los cules una copa de Europa después de 15 años. Barcelona 2 Arsenal 1. Catalunya  entera grita de alegría, Inglaterra entera llora de dolor. Unos pierden y otros ganan. Esto es la vida, esto es la Champions."

Por Álvaro Castellano Córdova.