25/10/17

Brasil vs Uruguay |1950| "Mi patria son los olvidados, mi patria son los que sufren". Obdulio Varela, El Negro Jefe



Por: Carlos Eduardo González
Autor del libro: "Colombia Mundial - De Uruguay 1930 a Brasil 2014"


Nació y murió en la pobreza, pero en su vida fue símbolo de la más grande riqueza que puede atesorar el ser humano: el cariño, el respeto y la admiración de la gente. El día que falleció, el 2 de agosto de 1966, se puso punto final también a una época que marcó una de las más grandes alegrías que haya vivido Uruguay, pero que con el paso del tiempo se convirtió en un símbolo de estancamiento de la sociedad. Que quede claro, sin embargo, que Obdulio Jacinto Muños Varela fue sinónimo de éxito, de triunfo, en el tiempo de mayor éxito y de más triunfos de la Selección Uruguay.
Valera  fue el capitán que condujo a un barco que en algún momento se encontraba a la deriva y lo llevó hasta un puerto seguro. Fue, de hecho, el gran héroe en la jornada más feliz que haya vivido el fútbol uruguayo, en la noche más triste que haya vivido el pueblo brasileño: el ‘Maracanazo’.  Varela (siempre usó el apellido de su madre, de la que su padre se separó cuando él era muy chico) fue capitán de la celeste entre 1941 y 1954. Fue el jugador al que le correspondió recibir la copa Jules Rimet en aquel cementerio que se había convertido el estadio Maracaná, poblado por más de 200.000 muertos en vida, el 16 de julio de 1950. Fue Varela, que no se distinguía como un jugador talentoso ni virtuoso con el balón, el que envió el pase que luego su compañero Alcides Ghiggia tradujo en el segundo gol uruguayo, el que silenció a un país entero (no solo al estadio), el que cambió la historia, el que inmortalizó un partido.
Tras la separación de sus padres, este mulato, que nació el 20 de septiembre de 1917 en Curvas de Industria, una zona deprimida de Montevideo, tuvo que salir a la calle, junto con sus hermanos, a buscar el sustento diario. Fue lustrabotas, voceador de prensa, vendedor a domicilio. A duras penas pasó por la escuela, pero el hambre (el físico y el de superación) lo obligó a abandonar las aulas. Fue, entonces, cuando encontró en la pelota el medio para gambetear las difíciles condiciones que la vida le había impuesto. Era más bien tosco con el balón, lento en su andar y hacía más gala de fuerza que de técnica. Pero lo que le permitió ser distinto y convertirse en Negro Jefe fue su gran corazón.
Poseía una personalidad a prueba de todo, un temperamento inquebrantable y, en especial, una humildad que le sirvió para nunca perder la perspectiva de la vida. Fue el que, en el túnel de salida del camerino en el intermedio del partido contra Brasil, arengó a sus compañeros con una frase que se inmortalizó: “Los de afuera son de palo”, en referencia a que los más de 200.000 aficionados no jugaban. Fue el que le bajó la temperatura al juego luego de que a los 2 minutos del segundo tiempo Friaça puso a ganar a Brasil. Fue el único que se atrevió a meterse en ese terrible caos que se formó tan pronto finalizó el partido (todo estaba previsto, menos el triunfo de Uruguay) para adueñarse del trofeo.
La actitud que lo mejor lo describe, sin embargo, fue la que se dio después de su máxima conquista. Se negó a celebrar el triunfo junto con sus compañeros y esgrimió un argumento irrefutable cuando alguien lo requirió: “Mi patria es la gente que sufre, y hoy todos los brasileños están sufriendo”, dijo. Abandonó el hotel y se fue de bar en bar. En uno de ellos, para su sorpresa, lo reconocieron y, contrario a lo que él pensaba (“me iban a matar”), lo felicitaron y lo invitaron a compartir un rato. Como capitán y líder de Uruguay, de alguna manera se sentía culpable de la terrible tristeza de los brasileños, responsable de que esa gran fiesta que se había preparado no se llevara a cabo y, entonces, con una sensibilidad poco común, prefirió compartir con los que sufrían que con los que celebraban.
Su carrera se inició en las filas del Juventud, un club amateur. En 1937, ya como profesional, llegó a Montevideo Wanderers y en 1943 se enroló al Peñarol, uno de los grandes de su país. Con la camiseta aurinegra fue campeón en 1944, 1945, 1949, 1951, 1953 y 1954. En la Selección acumuló 57 presencias, de las cuales siete correspondieron a los Mundiales de Brasil-1950 y Suiza-1954. En esas dos citas, Uruguay fue campeón y cuarto, respectivamente, como un detalle que no es menor: siempre que Obdulio Varela estuvo en el campo, su equipo ganó (seis veces) o empató (la restante). En esos dos certámenes, la celeste solo cayó una vez (en el partido por el tercer lugar, contra Austria), pero ese día el Negro Jefe no estuvo en el terreno de juego.
Tras su retiro de las canchas, que irónicamente se dio en el Maracaná (Peñarol jugó contra el América de Río de Janeiro) se recluyó en su casa del barrio Villa Española adquirida gracias a la caridad pública, al lado de su familia y, en especial, de su esposa Catalina. Fiel a su característica, se mantuvo lejos de la parafernalia mediática, pese a que era una celebridad en su país, y siempre rehuyó las entrevistas. “¿Para qué hablar? Los periódicos solo tienen dos cosas verdaderas: el precio y la fecha”, decía. Hasta allí, sin embargo, frecuentemente llegaban amigos, deportistas, dirigentes, periodistas y hasta presidentes de la República (como Luis Lacalle y Julio María Sanguinetti) para saludarlo y, cómo no, pedirle consejo. A todos los atendía con la cordialidad de siempre, aunque jamás entendió por qué despertaba tanta atención.
“De tanto en tanto me pasan el plumero (esfero), se acuerdan del Maracaná, de este negrito viejo, y vuelta a tocar la misma canción. Quieren seguir haciendo negocio conmigo. Entonces, he decidido quedarme acá con el Beclomol (medicamento para combatir el asma) en el bolsillo, por las dudas”, le dijo una vez a Antonio Pippo, el único periodista al que le autorizó una publicación sobre su vida. En 1994, en el Mundial de Estados Unidos, la FIFA le hizo un reconocimiento por su trayectoria, pero solo viajó después de que su esposa y amigos debieron luchar a brazo partido para convencerlo. Su vida siempre fue muy austera, sin lujos, lejos del mundanal ruido. Murió pocos meses después de que su amada Catalina se le adelantara de este mundo terrenal. Aquel 2 de agosto de 1996, como el 16 de julio de 1950, un país entero estuvo de luto. La diferencia fue que ahora le tocó el turno a Uruguay…
mundo terrenal. Aquel 2 de agosto de 1996, como el 16 de julio de 1950, un país entero estuvo de luto. La diferencia fue que ahora le tocó el turno a Uruguay…

1 comentario:

  1. Hola! Hermosa nota. Estoy armando una muestra de pintura sobre la vida de Obdulio y lo que me imagino de el. Me llamó la atención la frase que le atribuyes que su patria es lo que sufren. No la leí en ningún lado. Brutal. Coomo la obtuvistes?

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