En Vallecas, un barrio humilde de Madrid, el auténtico
representante del pueblo no es un político, sino un equipo de fútbol. Desde
hace casi un siglo, entre las colectas de fondos y los regalos de Navidad, el
Rayo Vallecano tiene fama de ayudar a la gente. "El Rayo" podría ser
la última institución deportiva de Europa con principios. Pero obviamente, todo
no es de color de rosa...
Casi mediodía en Vallecas. En el bar Disan empieza el día
como siempre: Gente joven apresurada pasa a tomar un café sobre la marcha y
otros, más mayores, leen el periódico degustando una caña. Pero hoy un
acontecimiento va a perturbar esa calma del día a día. Preguntamos la opinión
de Gabriel sobre el fútbol. Se calienta la cosa. El jefe estalla en carcajadas,
un cliente se sobresalta mientras se bebe su cerveza. El joven de 29 años no
está acostumbrado a responder preguntas sobre el deporte nacional de España.
Según él, ni siquiera le interesa el fútbol. Pero entre dos tostadas con
tomate, confiesa que si se trata del Rayo Vallecano, todo cambia. "El Rayo
no es deporte, es sentimiento", suelta colocándose la gorra. Y curiosamente,
en el Disan, todo el mundo asiente sonriendo.
Gabriel no es el único que se deja llevar por sus
sentimientos en Vallecas. Aquí, el Rayo Vallecano actúa como un ente superior.
Considerado como el último club de barrio en Europa que ha llegado al corazón
de la élite, la institución tiene fama de unir todas las pasiones de este
popular distrito de Madrid. En Vallecas, el Rayo se ha convertido prácticamente
en un elemento fundamental del día a día. Se habla del Rayo, comen del Rayo,
beben del Rayo, se acuestan del Rayo y duermen del Rayo. El vínculo que el club
ha creado con la gente del barrio es idisoluble. Algo único en su especie,
incluso para un equipo que encadena ya su quinta temporada consecutiva en la
Liga, uno de los torneos más duros del mundo.
Como símbolo, el Estadio de Vallecas se erige en el medio de
esta vieja ciudad, engullida desde hace poco por la expansión urbana de la
capital. Al salir de la parada de metro que lleva su nombre, a solo 8
estaciones del centro de Madrid, el estadio no es que tenga la prestancia de
las grandes plazas europeas. Se entra por una puerta medio escondida, en la
esquina de una calle tranquila.
Dentro, una recepcionista rompe la calma del espacio tecleando el ordenador.
Una calma que Luis Yanez-Rodriguez decide dinamitar. El director deportivo del
Rayo Vallecano aterriza arrastrando sus zapatos de calle, apretón de manos y
acto seguido nos lleva a dar la vuelta con el dueño. Por el camino nos enseña
los antiguos vestuarios, con un español vertiginoso, y se entretiene en el
pasillo de entrada de los jugadores a 30km por hora. Una vez en el césped, se
gira y abre los brazos de par en par con un "¡Ya está!". El campo del
Estadio de Vallecas es el más pequeño de la Liga. Encajado entre edificios de
barrio, sólo cuenta con tres gradas. La cuarta fue sustituida por un muro en el
que se puede leer "Juntos Podemos".
"Es el club de la gente. Es la primera vez en mi vida
que veo eso", afirma Luis, que decide explicarnos todo desde el banquillo.
Siempre impolutamente trajeado, ocupó su actual puesto en el Rayo el año
pasado. Antes, este economista de carrera había pasado 4 años en el Málaga, un
club rescatado hace poco por jeques árabes. Dicho de otra manera, lo contrario
del Rayo. "Cuando llegué aquí, me encontré con un club donde cada uno está
integrado. En general la gente tiene un ámbito de competencia predeterminado,
pero aquí todo el mundo puede dar su opinión, la jerarquía importa poco. Todo
es colectivo", explica. Una armonía que, según él, no es más que el
reflejo de los lazos solidarios que su club teje con el exterior.
"Vallecas tiene la tradición de la comunión, de la solidaridad. En este
barrio, muchísima gente se acerca a las organizaciones para intentar mover las
cosas".
Mover las cosas se convierte en desplazar montañas en el
caso de Vallecas. Este lugar, conocido por ser el barrio obrero más grande del
país, presenta una tasa de paro del 21% y concentra, en definitiva, la realidad
social de una España acribillada por las deudas e incapaz de levantar cabeza.
El año pasado, el Rayo Vallecano decidió salvar una de las víctimas. Carmen, de
85 años, fue expulsada de su hogar en 2014. Unos meses después, el club había
recaudado 21.000 euros para ayudar a la anciana a reinstalarse. "Este es
sólo un ejemplo que muestra que intentamos ayudar a nuestros vecinos lo mejor
posible", resume Luis Yáñez, "El ejemplo" ha conmocionado a
España y al mundo del fútbol, pero sobre todo ha aumentado el ímpetu de
solidaridad que el club decidió impulsar. Para esta nueva temporada, el Rayo ha
sacado una nueva camiseta alternativa al equipamiento de siempre, blanco
atravesada con una banda roja. En su lugar, una franja multicolor, similar a la
bandera LGBT. Luis nos explica: "Cada color representa una causa: La lucha
contra la homofobia, contra el cáncer, contra el racismo, contra la violencia
de género... En total hay 7. Y cuando se vende una camiseta, un euro va
destinado a cada una de esas causas". Una medida que recuerda a otra que
habían tomado anteriormente, por la que un euro de cada abono al estadio era
destinado a las mismas luchas sociales. El escudo en la chaqueta de Luis con la
imagen de la lucha contra el cáncer da buena fe de ello: El club decidió
mostrar su lucha por los derechos universales. Pero por el barrio, ¿qué hace?
Con una sonrisa, el director se apresura a contar con los dedos de la mano para
después cambiar de opinión, prefiriendo hablar de otro "ejemplo".
"Poco antes de Navidad, los aficionados pueden venir con un juguete. Estos
juguetes son recopilados por el club y redistribuidos entre las asociaciones
del barrio, que los regalan después a los niños que no tienen nada bajo el
árbol".
Esos numerosos gestos de atención han ido forjando la
leyenda del Rayo. Para los que no lo saben, el presidente Martin Presa recuerda
a menudo que el club es digno de las más grandes asociaciones humanistas e
insiste en el hecho de que son los únicos de su clase a seguir como club
deportivo en primera división. Quique Peinado lo sabe de sobra. Nacido y
educado en Vallecas, el periodista es aficionado del Rayo desde hace 30 años y
acaba de publicar un libro sobre su pasión titulado A Las Armas. Quique conoce
bien el grado de honestidad del club en sus expediciones humanistas. En un
restaurante gallego del centro de Madrid, el autor suelta un hielo en su café,
remueve y dice: "El club nunca se ha interesado por las preocupaciones
sociales de Vallecas". Según él, las recientes acciones llevadas a cabo
por el Rayo no son más que espectáculo mediático. ¿El gesto con Carmen, la
desahuciada? "Fue Paco Jemez, el entrenador, el que la ayudó en persona.
No el club". ¿Los billetes baratos para los parados? "Una estrategia
comercial, ya que la gran mayoría de los habitantes de Vallecas están en el
paro". Quique explica que este "marketing puntual" del club
llega incluso hasta los movimientos sociales que se tejen a las puertas.
"El club de baloncesto de la ciudad, el Estudiantes, abrió una escuela
para niños refugiados. ¿Qué hizo el Rayo? Nada", afirma tajante el
periodista, ajustándose las gafas.
Si el Rayo no hace nada, ¿de dónde viene entonces su fama
por sus acciones altruistas? "De sus aficionados", desembucha
Peinado. En A las Armas, el autor describe la Vallecas de los años 80. Droga,
alcohol, desahucios. Frente al aumento de problemas y la inercia de las autoridades,
un grupo ultra de izquierda radical surgió en 1992 y llevó las reivindicaciones
sociales del barrio al estadio. Su nombre: Bukaneros, los piratas. "Son
ellos quienes meten la política en el estadio. Con temas sociales como la
inmigración, la lucha contra el racismo...", explica Quique. Hasta el
punto que los Bukaneros se convirtieron en el principal altavoz de los
problemas de Vallecas, unos problemas que acabaron por llegar hasta los oídos
de los acomodados. "Cada año, una parte de los Bukaneros entra en los
vestuarios y hace un discurso antes del partido a los jugadores. Les recuerdan
que el Rayo es un club de barrio obrero. En general, tiene su efecto, los
jugadores entran en el campo de juego más motivados", añade el periodista.
Por otra parte, Quique no espera nada de los jugadores. El
origen del mal se encuentra, según él, en la política. El periodista espeta que
"su" club no se implica en el campo de las protestas de Vallecas, el
único lugar de Madrid donde el Partido Popular no ha ganado nunca, el lugar que
vio crecer a Pablo Iglesias... A cambio, "su" club ha sido comprado
por una empresa china y acaba de abrir una franquicia en Estados Unidos.
"En el momento en el que haces figurar sobre la misma camiseta los
derechos humanos y el logo de una empresa china que no los respeta, tienes un
problema", resopla Quique, un poco derrotado. Para Luis Yáñez nunca ha
existido ningún dilema moral. Nunca se ha planteado el hecho de hacer del Rayo
un club político. "Me gusta que seamos una referencia para la gente de
Vallecas, y ello me hace responsable también. Pero ante todo somos un club de
fútbol. Un club de fútbol que intenta llevar a su equipo lo más lejos
posible".
En el Disan, no importa si la política juega un papel o no y
prefieren especular sobre lo que pasará en el terreno de juego esa noche contra
el Espanyol. Mira, ahí lo tienes, Gabriel acaba de apostar 3-0 por el Rayo.
Guste o no guste.
AUTOR
Matthieu Amaré
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