4/10/16

Brasil Vs Italia. 1994. Baggio 1994




Soy Roberto Baggio y voy a tirar el quinto penalti de la final. Si supero a Taffarel, Italia será campeona del mundo. Soy Roberto Baggio y si bato a Taffarel conseguiré, casi con toda seguridad el Balón de Oro por segunda vez consecutiva. Soy Roberto Baggio y puedo hacer enloquecer a mi país, a mi familia, a mis compañeros. Soy Roberto Baggio y sé que si meto ese penalti seré un héroe, haré historia pero nunca sabré nada de mí. De quién soy. De si sé levantarme del suelo. Soy Roberto Baggio.

Carlos Zanón.


Holanda Vs URSS |1988| Gullit



En 1993, la marea del racismo estaba subiendo. El olor a peste ya se sentía, como una pesadilla que vuelve, en toda Europa, mientras se sucedían algunos crímenes y se promulgaban leyes contra los inmigrantes de los países que habían sido colonias. Muchos jóvenes blancos no encontraban trabajo, y la gente de piel oscura empezaba a pagar el pato.
En ese año, un equipo de Francia ganó, por primera vez, la copa europea. El gol de la victoria fue obra de Basile Boli, un africano de la Costa de Marfil, que cabeceó un tiro de esquina lanzado por otro africano, Abedi Pelé, nacido en Ghana. Al mismo tiempo, ni los más ciegos militantes de la supremacía blanca podía negar que los mejores jugadores de Holanda seguían siendo los veteranos Ruud Gullit y Frank Rijkaard hijos de hombres de piel oscura venidos de Surinam, y que el africano Eusebio había sido el mejor de Portugal.
Ruud Gullit, llamado el "Tulipán Negro", ha sido siempre un clamoroso enemigo del racismo. Entre partido y partido ha cantado, guitarra en mano, en varios conciertos organizado contra el Apartheid en África del sur, y en 1987, cuando fue elegido el jugador más destacado de Europa, dedicó su Balón de Oro a Nelson Mandela, que llevaba muchos años encerrado en la cárcel por el delito de creer que los negros son personas.

A Gullit le operaron tres veces una rodilla. Las tres veces, los comentaristas lo dieron por liquidado. Pero resucitó, a puras ganas: -"Yo sin jugar, soy como un recién nacido sin chupete".
Sus veloces y goleadoras piernas, y su físico imponente coronado por una melena de rulerío rasta, le han ganado el fervor popular en los equipos más poderosos de Holanda y de Italia. En cambio, Gullit nunca se ha llevado bien con los directores técnicos ni con los dirigentes, por su costumbre de desobedecer y por su porfiada manía de denunciar a la cultura del dinero, que está convirtiendo al fútbol en un asunto más de bolsa de valores.

Eduardo Galeano - El fútbol a sol y sombra

Argentina Vs Uruguay. 2016. La sonrísa de Gardel


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“Una vez que se adueña del escenario, jamás amaga con dar un paso atrás para ceder su lugar a los demás actores” 
Norman Mailer (1923-2007) habla de Muhammad Ali en su ensayo sobre la primera pelea con Joe Frazier: ‘En la cima del mundo’ (1971)

Por Hugo Asch



Messi es Gardel, me dije mientras lo veía en acción el jueves pasado. Fue un minuto mágico, entre los 6 y los 7 del segundo tiempo. Entonces lo recordé. Fue el día en que me hice fan.
Me había pasado todo el día con Gardel en la Chacarita, típica nota de la Siete Días de los años setenta. A ese cronista de 19 años que solo sabía de Zappa, Crimson o Spinetta, lo shockeó aquel desfile loco de tipos engominados que daban cátedra sobre conciertos o grabaciones, las venerables ancianas que flor en mano juraban haber tenido una noche de amor con él y las que esperaban turno para colgarse del brazo de la estatua que, canchera como nunca, sostenía el faso siempre encendido. Los 24 de junio eran así: el rito de la muerte es una extraña fiesta en este rincón del mundo. A la noche tocaba ir al cine Loria, en el Once, donde a sala llena daban tres-películas-tres: El tango en Broadway, Cuesta abajo y El día que me quieras...

Todavía conservo la foto del ciego que entrevisté a la salida, capaz de repetir sin fallas los diálogos previos a cada canción. Pero lo más impresionante en esa noche de gola y bordonas sucedió cuando me paré de espaldas a la pantalla, con la luz del blanco y negro iluminando la sala. Cuando Gardel sonreía, todos, hombres y mujeres, repetían esa misma sonrisa en sus butacas; las cejas arqueadas, la cabeza que apenas se mueve de lado a lado y hacia atrás, en éxtasis. Eso es la seducción, pensé.
Las mismas sonrisas descubrí en el público de Mendoza, luego de la breve obra maestra de Messi. Que comenzó cuando durmió en su empeine zurdo un pase llovido que recibió bien volcado a la derecha, presionado por Lodeiro. Aún defendía ese balón de espaldas, con cuerpo y brazos, cuando Corujo abandonó su marca y picó como una moto, paralelo a su arco, dispuesto a trabar y dar por terminada la cuestión. El movimiento de Messi tuvo la delicadeza de una pincelada de Van Gog.
Apenas amasó la pelota con la suela y la deslizó entre las piernas del rival, cambiándola de pie. ¡Ooolé…! Corujo pasó de largo como un toro de lidia, la pierna izquierda estirada, recta, tiesa, ya entregada al vacío. Luego giró, asombrado y confundido, mientras Messi tocaba con Zabaleta y la recibía otra vez para hacer equilibrio pegado a la línea, cambiar de perfil y encarar. Silva lo paró con foul.
El tiro libre, bien abierto, tenía dos destinos lógicos: centro para la cabeza de un compañero o remate en comba al primer palo. Muslera, preparado para una u otra opción, se enfrentaría a una tercera variante, la más difícil, pero la más lógica tratándose de un jugador como Messi. La pelota dibujó una comba amplia, perfecta, que tenía como destino seguro el ángulo más lejano. El arquero retrocedió y, con un manotazo desesperado la sacó al córner. Doble milagro.

Algunos le hacían la reverencia, como en el Camp Nou. Otros sonreían, llenos de asombro, agradecidos, seguros de estar viendo algo excepcional. La misma sonrisa de aquellos que se entregaban a la magia de Gardel en el cine Loria. Puro placer.
Su gol definió el partido. Fue una ráfaga. La recibió de Mascherano en el medio, de espaldas al área. Hubo un rebote y entonces la enganchó de taco, picó en diagonal de derecha a izquierda, amagó seguir, frenó, giró y sacó el zurdazo seco, abajo. El final se ensució gracias a un hecho fortuito, un favor que no necesita su precisión de cirujano. Su remate se desvió en Giménez y le cambió la dirección a Muslera. La foto fue su grito de desahogo, los puños cerrados, los abrazos.
El nene eterno ya es un hombre de 29. Esa barba tupida es un síntoma. Messi maduró, o quizá recién ahora se nota su crecimiento. En la cancha hace lo de siempre y se burla de los límites. Pero además participa, corre, discute, se enoja, huye de aquella melancolía que lo paralizaba. Hay algo nuevo en él y no es tintura.

Para nada creo en la teoría conspirativa que vio en su renuncia una manera de desviar la atención y proteger a sus compañeros en la derrota. Pienso que se hartó. Menos de Martino que de arañar copas y luego verlas brillar en manos ajenas. Suena increíble que un personaje de su dimensión pueda conmoverse con lo que los demás digan de él. No en su caso. Messi es un chico simple que estaba desolado por haber perdido su tercera final en tres años. Quería irse, meterse abajo de la cama. Lo hizo.
Cambió de look como cualquier hombre recién separado o en crisis. Y volvió porque tenía que volver: ni los sponsors ni la FIFA pueden darse el lujo de un Mundial sin su presencia. Jugó contra Uruguay porque necesitaba hacerlo, sí o sí, después de semejante escándalo. Se notó. Este Messi pleno, seguro de sí mismo, que se entusiasma contándole cosas a los cronistas como un debutante, se fortaleció cuando –por fin–, se sintió parte, aquí.


Parece absurdo pero no lo es. Tomás Eloy Martínez, un periodista y escritor publicado en medios de todo el mundo, contaba que su sueño en los años de exilio era ver su firma en La Gaceta, el diario de Tucumán, su provincia. Ni la fama ni los millones pueden satisfacer ese deseo interno, esa necesidad. Se da o no se da y a Messi, el niño rico con tristeza que pasó más de la mitad de su vida en Cataluña pero habla como si jamás hubiese salido de Rosario, no se le daba. Hasta ahora.
Bauza fue la primera buena noticia en medio del show de ineptitud, torpeza y mezquindad de la dirigencia argentina; Pérez y su comisión nosecuántodora y los otros, nostálgicos del socialismo mafioso grondoniano.
La segunda buena noticia es este Messi, más ingenuo o terráqueo, todavía enamorado de lo imposible

Brasil Vs Uruguay. 1950. Mi querido enemigo

Varela y Zzizinho
Un 14 de septiembre de 1921 nació Zizinho, capitán del seleccionado brasileño en la noche del "Maracanazo".
Recordemos a los dos capitanes de aquella batalla, Zizinho y Obdulio Varela.

Blanca era la camiseta de Brasil. Y nunca más fue blanca, desde que el Mundial de 1950 demostró que ese color daba desgracia. 
Doscientas mil estatuas de piedra en el estadio de Maracaná: el partido final había concluido, Uruguay era campeón del mundo, y el público no se movía. 
En la cancha deambulaban, todavía, algunos jugadores. 
Los dos mejores, Obdulio y Zizinho, se cruzaron.
Se cruzaron, se miraron. 
Eran muy diferentes. Obdulio, el vencedor, era de hierro. Zizinho, el vencido, estaba hecho de música. 
Pero también eran muy parecidos: los dos habían jugado lastimados casi todo el campeonato, uno con el tobillo inflamado, el otro con la rodilla hinchada, y a ninguno se le había escuchado una queja. 
Al fin del partido, no sabían si darse un puñetazo o un abrazo. 
Años después, le pregunté a Obdulio:
—¿Te ves con Zizinho?
—Sí. De vez en cuando. Cerramos los ojos y nos vemos.


Eduardo Galeano - Los hijos de los días

Brasil Vs Uruguay. 1950. Los derechos civiles en el fútbol

Obdulio Varela

El pasto crecía en los estadios vacíos.
Pie de obra en pie de lucha: los jugadores uruguayos, esclavos de sus clubes, simplemente exigían que los dirigentes reconocieran que su sindicato existía y tenía el derecho de existir. La causa era tal escandalosamente justa que la gente apoyó a los huelguistas, aunque el tiempo pasaba y cada domingo sin fútbol era un insoportable bostezo.

Los dirigentes nos daban el brazo a torcer y sentados esperaban la rendición por hambre. Pero los jugadores no aflojaban. Mucho los ayudó el ejemplo de un hombre de frente alta y pocas palabras, que se crecía en el castigo y levantaba a los caídos y empujaba a los cansados: Obdulio Varela, negro, casi analfabeto, jugador de fútbol y peón de albañil.
Y así al cabo de siete meses, los jugadores uruguayos ganaron la huelga.
Un año después, también ganaron el campeonato mundial de fútbol.
Brasil, el dueño de casa, era el favorito indiscutible. Venía de golear a España 6 a 1 y 7 a 1 a Suecia. Por veredicto del destino, Uruguay iba a ser la víctima sacrificada en sus altares en la ceremonia final. Y así estaba ocurriendo, y Uruguay iba perdiendo, y doscientas mil personas rugían en las tribunas, cuando Obdulio, que estaba jugando con un tobillo inflamado, apretó los dientes. Y el que había sido capitán de la huelga fue entonces capitán de una victoria imposible.


Espejos - Eduardo Galeano

Preston Vs Chelsea. 1956. El fontanero de Preston

Estatua tributo a Tom Finney

"El mejor momento de mi vida era cada domingo que saltaba al campo con la camiseta del Preston". Tom Finney, fino y hábil extremo derecho, no conocía mejor vida que jugar para el equipo de su pueblo donde llamarle leyenda es quedarse corto. Parecía predestinado a convertirse en un claro ejemplo de esa raza a la que se conoce por "One Club Men" ya que Finney se crió en una casa a las puertas de Deepdale, el pequeño estadio del Preston North End. Los días de partido su calle era un hervidero de hinchas que iban y venían de su particular templo. A nadie le extrañó por lo tanto que Finney se entregase desde niño al fútbol. Sus condiciones le ayudaron a destacar y el Preston no tardó en llamarle. Pese a su irrefrenable deseo, la llegada a la Primera División inglesa tardó en producirse. El motivo que ralentizó su irrupción en la máxima categoría fue la Segunda Guerra Mundial, que detuvo las competiciones en el Reino Unido y le impidió estrenarse hasta que había cumplido los veinticuatro años. En esos años Finney no se quedó quieto. En 1942 entró en el Cuerpo Blindados y formó parte de las tropas que Montgomery mandaba en África. Conducía un tanque y participó en la campaña de Egipto donde aprovechaba los tiempos muertos para disfrutar de los partidos que se organizaran entre soldados en el frente. En 1946, tras curarse las heridas abiertas por el conflicto y limpiar los castotes, se reanudó la Liga en Gran Bretaña y Finney disfrutó al fin de su estreno con la camiseta del Preston.
Arrancaba un colosal carrera pese a que el día del debut el entrenador le pidió que jugase tranquilo porque "nadie espera mucho de ti". Pero Finney se convirtió en una de las sensaciones del campeonato. Inglaterra trataba de reconstruirse y todavía no había mucho dinero en el fútbol por lo que en sus primeros años compaginó su trabajo de futbolista con el de fontanero. No tardaron en conocerle en toda Inglaterra como "El fontanero de Preston". Llegaron los elogios de forma imparable.
El Preston jugaba inclinado a la derecha, condicionado siempre por el juego de los extremos más desequilibrante que se habían visto hasta el momento. El equipo no aspiraba a grandes cosas, pero la fama de Finney en Inglaterra no dejaba de crecer. Algunos comenzaron a llamarle el "extremo fantasma" porque parecía un jugador indetectable para la mayoría de las defensas, una especie de aparición para los rivales. Empezaron a llegar las llamadas de los grandes clubes del país ansiosos por hacerse con su fichaje, pero la respuesta siempre era la misma: sólo quería jugar para el Preston. En 1948 se produjo la primera convocatoria con la selección inglesa. Fue el comienzo de otra relación intensa ya que hasta el Mundial de 1958 disputó setenta y seis partidos internacionales.

Con Inglaterra Finney vivió grandes decepciones, las peores de sus carrera. Con su club -del que nadie esperaba nada-alcanzó la final de Copa en Wembley con el West Ham en 1954. Pero de aquella selección inglesa sí se aguardaban grandes cosas que no se cumplieron. Todo falló. En 1950 fue el gol de Zarra; en 1954, los uruguayos en cuartos de final; y en 1958 la lesión del propio Finney, que su país fue incapaz de superar. El de Preston ya era mucho más que un jugador en aquel tiempo. Se había convertido en el primero en ser elegido dos veces "futbolista del año" y era el máximo goleador de la historia de su selección. En el Mundial de Suecia vivió uno de sus grandes momentos, de los que sirven para recordarle con veneración. En el primer partido perdían 2-1 contra Rusia -una situación límite- cuando a falta de cinco minutos les pitaron un penalti a favor. Sus compañeros le miraron y Finney, consciente de su papel y pese a estar lesionados, tomó la pelota decidido. Se situó ante Yashin, la "araña negra", el primer portero que construyó una leyenda de "parapenaltis".
"Era inmenso" recordó Finney en una entrevista. Mientras tomó carrera y vio a varios de sus compañeros de espaldas, incapaces de ver la escena, tomó la decisión de lanzar con la pierda derecha. Intuía que Yashin le había visto en alguna ocasión disparar con la zurda y como era capaz de manejar ambas optó por esta solución. Engañó al ruso y permitió que Inglaterra siguiese viva en el torneo aunque ya no pudo volver a jugar en ese Mundial. A partir de ahí su carrera inició la inevitable cuesta abajo en gran parte por las continuas lesiones. Pero se mantuvo fiel al color blanco del Preston. El día de su adiós lo hizo en Deepdale, su hogar. A las puertas del recinto hoy en día hay una estatua que le recuerda. El autor se basó en la célebre foto tomada en 1956 durante un partido ante el Chelsea en el que con el campo anegado se lanza al suelo en busca de un balón junto a un contrario. "Splash" se titula y ganó la imagen deportiva del año. Los hinchas del modesto club hacen reverencia ante ella.


Roma Vs Liverpool. 1984. Los diez años que no existieron para Ago

Agostino Di Bartolomei

El pequeño Agostino sólo pensaba en jugar al fútbol. Criado en un barrio pobre del sur de Roma, su padre fue un necesario freno para sus constantes deseos de entregarse a su pasión. Jugaba donde podía, en la calle, en su casa y en el modesto campo del equipo del barrio por donde comenzaba a asomar con frecuencia los técnicos de los conjuntos más afamados del país. Su padre siempre lo mandaba de vuelta sin opciones de entablar una negociación: "Agostino tiene que estudiar". Solo cuando tenía catorce años y llamó a la puerta de su casa la Roma, de la que su padre era hincha confeso, se abrió otra posibilidad. Jugaría para ellos con la condición se seguir adelante con sus estudios en el mismo colegio. Si fallaba, se acababa el fútbol. No lo hizo y así arrancó la carrera de una de las grandes leyendas de la Roma.
Agostino Di Bartolomei llamaba la atención por su impresionante sobriedad en el campo. Jugaba a una enorme intensidad, era poderoso en lo físico, tenía un gran desplazamiento de pelota y su capacidad para el disparo lejano y para irrumpir en el área rival le convertían en un mediocampista difícil de controlar. A nadie le extrañó que con diecisiete años Scopigno le hiciera debutar ante el Ínter de Milán. Poco antes había conducido al equipo juvenil al título de campeón de Italia. El joven Agostino pasó unos meses en el primer equipo, pero la Roma decidió cederle junto a Bruno Conti, el otro gran talento de aquella hornada, a diferentes equipos de la Serie B para que fuesen endureciendo su carácter y sus piernas.
En 1976 se incorporan de forma definitiva al primer equipo de la mano del sueco Liedholm, uno de los entrenadores más importantes en la historia del Calcio.
La personalidad de Agostino le convierte en un referente para los compañeros -no tarda en convertirse en el capitán- y para la grada, que le ve como uno de los suyos, como aficionado "gialloroso" al que cada domingo le permiten jugar con el equipo de sus amores. Pasa a convertirse "Ago" para todos los romanistas, se suceden los grandes partidos, los goles y los títulos.

En aquellos días el DT Liendhom resuelve con brillantez una complicada papeleta que le plantea el club. El fichaje del extraordinario Falcao -futbolista de parecidas condiciones a Agostino- le lleva a mover la estructura de un conjunto que cada día es más brillante y que en 1989 conquista la Copa de Italia. Liendhom sitúa al brasileño por detrás de la delantera y retrasa la posición de Agostino para que construya desde atrás. Deja de pisar el área con tanta frecuencia, pero la Roma se aprovecha de su desplazamiento y de su facilidad para entender el juego. El equipo es una maquina que suma dos nuevas Copas y la Liga de 1983, uno de los grandes acontecimientos de la historia romanista.
Lo mejor parece que está a punto de llegar. El cuadro capitalino tiene un sueño: en 1984 la final de la Copa de Europa (hoy conocida como Champions League) se juega en su estadio, una ocasión única para alcanzar el mayor de los tesosos. El equipo de Agostini, Conti, Falcao, Cerezo y Graziani llega hasta la final donde lo espera el poderoso Liverpool. "Es el partido de mi vida" proclama en la víspera de Agostino, el hombre que soñaba junto a Conti con ese encuentro tantas veces recreado en los suburbios de Roma.
El choque, en medio de un ambiente eléctrico, con la capital romana paralizada por completo, acaba en empate a un gol con lo que el título debe decidirse en los penaltis. Agostino no traiciona a quienes le tienen como guía. Tiene 29 años, la madurez necesaria, y pide lanzar el primer penal, el más complicado, el que nadie quiere. No se espera menos del capitán. Agostino marca y provoca un arrebato de locura en la grada. Todo sigue el plan soñado. Pero de golpe el cuento de hadas se desploma. Grobbelaar, arquero del Liverpool, uno de esos histriónicos de la portería, comienza a contorsionarse antes de cada lanzamiento como si fuese a sufrir un desmayo y genera semejante desconcierto en los rivales que provoca los errores de Conti y Graziani. Los ingleses no fallan y conquistan la Copa de Europa en medio del dolor insoportable de los romanistas.

La derrota supone un golpe tan duro para la escuadra que decide hacer una limpieza en el vestuario. Agostino forma parte de los despedidos ante la indignación de la hinchada. Los caminos de Agostino y la camiseta grana se separan para siempre. Pasa por el Milán, Cesena y Salernitana, donde juega hasta 1990, año en el que decide retirarse. A partir de entonces comienza a saberse poco de su vida en una casa de Salerno que comparte con su pareja hasta que llega el fatídico 30 de mayo de 1994. Esa mañana, antes de las nueve, Agostino coge la pistola que guarda en uno de sus armarios, sale al balcón de su casa y se dispara en el corazón. Deja una nota escrita: "Me siento encerrado en un agujero". Hay pocas explicaciones, demasiadas conjeturas. Se habla de una depresión, de un problema económico. Los aficionados que le veneraron en el Olímpico y que siguen mostrando su nombre en las pancartas de cada domingo lo tíenen mucho más claro: no fue capaz de encajar la derrota en el partido de su vida.


Suiza Vs España. 1948. "Cojones y españolía"



Manuel Fernández, "Pahíño" para el mundo del fútbol, ha sido uno de los grandes personajes de la historia del Celta y del fútbol español pese a que la selección española le tuvo vetado por la fama de ser un futbolista comunista. El régimen le tenía entre ojos, que le etiquetó así por su inquietud intelectual y por un absurdo incidente en los prolegómenos de su primer encuentro internacional.
Los cinco años que Pahiño defendió la camiseta del Celta resultaron gloriosos. Reclutado con 19 años por el conjunto vigués, el delantero se hizo un nombre gracias a sus grandes condiciones y el club creció junto a él de manera inesperada. La selección era el siguiente paso. Nadie podía negárselo después de haber conseguido su primer título de máximo goleador vistiendo la camiseta de un modesto como el Celta, lo que hacía más grande su conquista. Aquellos 23 goles habían sido decisivos para que los vigueses acabasen cuartos en la Liga y disputasen la final de la Copa del Rey, en aquel tiempo llamada, Copa del Generalísimo.
Pahiño -junto a sus compañeros de equipo Gabriel Alonso y Miguel Muñoz- se alineó por primera vez con la selección española en junio de 1948 en Zurich para enfrentarse a Suiza, encuentro que finalizó con empate a tres goles y en el que el vigués cerró el marcador tras firmar una actuación que los cronistas de la época elogiaron pronosticando que la selección había encontrado un punta que no se arrugaba ante los temibles centrales.
El problema de Pahiño fue lo que ocurrió en el vestuario antes de que los jugadores saltasen al terreno de juego. Era habitual que en aquellos años algunos militares acompañasen a la selección española e incluso lanzasen alguna clase de soflama antes de comenzar el partido para hinchar el pecho de los futbolistas que aceptaban como algo normal aquella parte de absurdo protocolo. Nadie quería ganarse un problema y aguantaban con gesto serio el trámite. A Suiza acudió el general Gómez Zanalloa que saludó a los futbolistas en el vestuario y dejó una arenga para la historia: "Y ahora, muchachos, cojones y españolía". Y ahí salió la personalidad de Pahiño que no era como el resto de futbolistas que huía de cualquier opinión comprometida y carecía de otra inquietud que no fuera la de patear el balón. En el equipaje del jugador del Celta siempre había libros con los que matar las horas muertas de viajes en tren por toda España y cierto espíritu rebelde. Pahiño adquiría muchas obras en un quiosco de Barcelona cuando iba a jugar allí o bien en las giras de Surámerica, donde por ejemplo se hizo con "Por quién doblan las campanas" de Hemingway.
La cuestión es que el delantero escuchó la antológica frase de Gómez Zamalloa y no hizo otra cosa que sonreír con ironía y una pizca de descaro, algo que no pasó inadvertido para los militares que formaban parte del séquito. Pahiño jugó aquel partido con la selección nacional y uno más ante Bélgica. Ahí acabó su carrera con la selección y Pahiño entendió que le había salido cara aquella sonrisa en Zurich. La carrera del vigués siguió adelante e incluso llegó al Real Madrid donde marcó 108 goles en los 124 partidos que disputó vestido de blanco (el mejor promedio goleador de la historia del club y que sólo igualaría años después Puskas). En España no había delantero como él -incluso ganó otro trofeo de máximo goleador-, pero existía la sensación de que la Federación Española le tenía vetado desde aquella tarde en Suiza. En él creció la idea de ser un marginado político y en el fútbol español se le etiquetó como un tipo extraño. De poco le valía en aquellos años su espíritu de sacrificio y su capacidad goleadora.
Pahíño era crack. Pero nada era suficiente para que los técnicos de la selección le llamasen y su fama de futbolista "incómodo" no dejaba de crecer. Eso se puso de manifiesto después de un Barcelona-Madrid en el que acabó repeliendo una dura entrada de Biosca. El cronista de "Arriba", órgano oficial del Movimiento, le criticó duramente por su acción y dijo que qué se podía esperar "de un individuo que lee a Tolstoi y Dostoyevski". No necesitaba más evidencias para saber que no era un personaje agradable para el Régimen. Así se le cerró a Pahiño la posibilidad de estar en el Mundial de 1950 en Brasil, por una simple e irónica sonrisa

Francia Vs Uruguay. 1924 Andrade

José Leandro Andrade

José Leandro Andrade fue el primer titular negro de una selección uruguaya que hasta el momento sólo incluía jugadores blancos. Con él, Uruguay se proclamó campeón olímpico en 1924 y 1928, y campeón del mundo en 1930, en el primer campeonato del mundo de la historia. Después fue bailarín de music-hall y un gran campeón de tango. Murió a los cincuenta y seis años, solo y pobre, el 3 de octubre de 1956. Estas son las palabras de su paisano Eduardo Galeano sobre Andrade en el libro El fútbol a sol y sombra.
Europa nunca había visto a un negro jugando al fútbol. En la olimpíada del 24, el uruguayo José Leandro Andrade deslumbró con sus jugadas de lujo. En la línea media, este hombrón de cuerpo de goma barría la pelota sin tocar al adversario, y cuando se lanzaba al ataque, cimbreando el cuerpo desparramaba un mundo de gente. En uno de los partidos atravesó media cancha con la pelota dormida en la cabeza. El público lo aclamaba, la prensa francesa lo llamaba, La Maravilla Negra.
Cuando el torneo terminó, Andrade se quedó un tiempo anclado en París. Allí fue errante bohemio y rey de cabaret. Los botines de charol sustituyeron a las alpargatas bigotudas que había traído de Montevideo y un sombrero de copa ocupó el lugar de la gorra gastadita. Las crónicas de la época saludaban la estampa de aquel monarca de las noches de Pigalle: el paso elástico y bailarín, la mueca sobradora, los ojos entornados que siempre miraban de lejos y una pinta que mataba: pañuelos de seda, chaqueta a rayas, guantes de color patito y bastón con empuñadura de plata.
Andrade murió en Montevideo, muchos años después. Los amigos habían proyectado varios festivales en su beneficio, pero nunca se realizó ninguno. Murió tuberculoso, y en la última miseria.
Fue negro, sudamericano y pobre. El primer ídolo internacional del fútbol.



3/10/16

Nottingham Forest Vs Hamburgo. 1980. Brian Clough: "The number one

Brian Clough y Peter Taylor


Fue el mejor entrenador de la historia de Inglaterra. Fundó la Liga Anti-Nazi. Hizo campaña en pro del Partido Obrero Inglés. Fue campeón de la Liga inglesa con el modesto Derby County y con el Nottingham Forest. Pero todo hubiese sido imposible sin su amigo Peter Taylor fallecido un día como hoy. Esta es la historia de dos amigos que fueron leyenda en el fútbol europeo.

Ningún hombre es más grande que el juego del fútbol, dice el refrán. A veces, sin embargo, Brian Clough parecía más grande que la vida. Las victorias que consiguió como DT tenían algo de milagroso: el campeonato de la liga de 1972, con el Derby Country, o el de 1978 con el Nottingham Forest, fueron los primeros de la historia de estos clubs respectivos. El del Forest, sobre todo, fue un triunfo épico. Clough fue contratado cuando el equipo militaba en la Segunda División inglesa, logró el ascenso a primera y al poco tiempo derrotó al Liverpool tanto en la final de Copa de la Liga como en la carrera por el campeonato, que el Forest conquistó con siete puntos de diferencia sobre los reds. El doblete alcanzado en la primera temporada de primera división catapultó a su entrenador a la leyenda, pero cuando el segundo doblete se contó por Ligas de Campeones (hoy día Champions League),
Empezamos a sospechar que el mérito de este hombre tenía algo de sobrenatural. Así era.

Tras entrenar las juveniles del Sunderland durante un año asumió el mando del Hartlepool, convirtiéndose en el entrenador más joven de la liga (treinta años), y después el Derby Country, siempre acompañado por su ayudante y amigo Peter Taylor, que le siguió allá donde fue el resto de su carrera. Entonces empezó la fiesta: en 1969, los 'Rams' subieron a la primera. En 1972 llegó el histórico titulo de Liga del Derby y en la Copa de Europa del año siguiente el recorrido se interrumpió sólo en semifinales, ante la Juventus, a la que Clough acusó de comprar al arbitro: llamó "cobardes" a los italianos en general, "estafadores" a los blanquinegros en particular, e incluso llegó a evocar los hechos de la Segunda Guerra Mundial.

Los fans le adoraban. Los jugadores también. Sabían que era capaz de vencer allá donde todos habían caído. Cuando en 1973 anunció que dejaba el club, por direfencias con los directivos del Derby que no estaban de acuerdo con sus compromisos mediáticos -se convirtió en el más ácido y divertido de los comentaristas televisivos- la noticia sorpresa dio a todos. La decisión provocó marchas y clamor de la hinchada para que Clough y Taylor no marchasen.

La siguiente parada fue el Leeds United, pero ya sin su amigo Peter Taylor que se había negado a acompañarlo porque pensaba que dirigir al Leeds seria un fracaso. "Representan todo lo que no somos", le dijo Peter a Clough mientras marchaba. Clough siempre fue un anti-Leeds: decía que eran cínicos y marrulleros, que habían ganado sus títulos haciendo trampas. Los jugadores lo odiaban, al cabo de seis partidos, y cuarenta y cuatro días de infierno, Brian abandonó el cargo.

A pesar de este enorme error, Clough no perdió un ápice de confianza en sí mismo. En enero de 1975 aceptó hacerse cargo del banquillo del Nottingham Forest, (de nuevo con Taylor) que en aquella época era un equipo que se situaba en la zona baja del campeonato de Segunda División. Los frutos de su revolución fueron monumentales. El Forest subió a la primera división en la temporada de 1976-77, aunque el progreso del club podría haberse interrumpido en este momento de haberse aceptado su candidatura para entrenar a la selección inglesa. Los aficionados del Nottingham veían como su equipo superaba todos los obstáculos para convertirse en el campeón de la Liga de 1977-78 y levantaba de paso la Copa de la Liga. Para poner en contexto esta proeza, la victoria del Forest, sucedió durante el reinado de uno de los mejores Liverpool de la historia. Y para colmo de dicha, en diciembre de aquel año el Forest cumplió 42 partidos sin conocer la derrota, un récord de primera división que permaneció intacto hasta que lo batió el Arsenal muchos años después.
Pero quedaban días mejores por delante. Clough se lanzó a la conquista de la Copa de Europa, con ese aire de inspirada locura que a veces enmascaraba su genio para crear equipos que era más grandes que las suma de sus partes. Y la conquistó, para asombro de la mayoría de los críticos. En la temporada de 1979-80, Brian y compañía siguieron desafiando a gigantes. El Forest despachó al Ajax en semifinales para acudir a su cita en la final con el Hamburgo, que había eliminado al Madrid con un contundente 5-1. En el minuto 19 de partido, el extremo John Robertson adelantó a la escuadra inglesa, que en adelante se dispuso a proteger la portería del gran Peter Shilton, para marcharse con el segundo título consecutivo: el novato europeo había entrado en la historia del fútbol.

La dupla Clough Taylor fue un fenómeno que trascendió los limites del deporte. La reputación de Clough está basada en las dos Copas de Europa consecutivas ganadas con el Forest y en un don para convertir en grandes a jugadores medianos. Su idiosincrasia y su éxitos deportivos le convirtieron en un héroe. Dos estatuas, una a las afueras del estadio del Derby y otra a las afueras del Forest fueron levantadas en su honor