Un conjunto de aficionados radicales de la Nocerina lo hizo
todo para sentirse ganador; incluso si ese 'todo' requería pasar por encima de
su propio equipo.
Un centenar de aficionados bajaban con los brazos en alto
por las calles de la pequeña ciudad. Gritos, cánticos y bufandas al viento.
Todos ellos varones de planta intimidante al que pocos se atreverían a
desafiar. Nocera, población italiana situada a escasos kilómetros de
Nápoles, asistía atónita al espectáculo. En la Plaza Díaz acabó la ruta del
grupo. Y allí, sin dejar que el vendaval de agua que estaba cayendo obstruyese
sus propósitos, entonaron por última vez el lema del día: “¡La vittoria è
nostra! ¡Forza Nocerina!”. Cualquiera podría pensar que esos ultras se habían
reunido para celebrar la consecución de un campeonato regional o el ascenso a
una categoría mejor. Quizás un triunfo en un partido trascendente. Pero no era
nada de eso. Fue el último capítulo de una jornada esperpéntica. El final
de un día en el que un conjunto de aficionados radicales lo hizo todo para
sentirse ganador; incluso si ese ‘todo’ requería pasar por encima de su propio
equipo.
Volvamos atrás para encontrar el germen de la catástrofe. 10
de noviembre de 2013. Sale el sol en la provincia de Salerno. Se prevén
emociones fuertes. 25 años después, Salernitana y Nocerina, representantes
de las dos ciudades más importantes de la zona, vuelven a protagonizar un
‘derbi’ por todo lo alto. Poco importa que el marco del envite se sitúe en las
catacumbas del fútbol transalpino. El partido corresponde a la onceava jornada
de la Lega Pro (equivalente a la tercera categoría italiana). La FIGC (Federación
Italiana de Fútbol) se arrepentirá horas más tarde de no haber hecho caso a las
peticiones del presidente de la Salernitana, que éste mismo verano pidió que
ambos conjuntos no fueran relegados al mismo grupo. “Es como si juntáramos
a palestinos e israelíes en un solo escenario”, argumentó entonces. No hubo
respuesta institucional. Y el alto cargo tuvo que saciar sus inquietudes
desatendidas anunciando la prohibición de entrada de los aficionados de Nocera
a su estadio. Esa decisión encendió la mecha. Ya sólo quedaba esperar la
terrible evolución de los acontecimientos.
Los ultras de la Nocerina, al enterarse de la prohibición de
acceso al partido, se juntaron para acordar cómo defender sus intereses. Sabían
que enviando comunicados y difundiendo malestar no conseguirían nada. Sólo algo
de ruido, que se achicaría de golpe al empezar un partido que ellos no podrían
vivir en primera persona. Además, esos comportamientos no eran propios de un
aficionado tal y como ellos lo entienden. Había que ir al límite. Así pues,
según la prensa italiana, un iluminado saltó a la palestra con una idea: convencer
a su propio equipo de que renunciara a jugar el partido para defender a su
afición. ¿Y cómo conseguirlo? Pues amenazando a sus propios jugadores. El plan
cuajó, y el colectivo que creyó en la propuesta se puso manos a la obra.
Acompañaron el autocar del equipo en su partida hacia Salerno, pero de una
forma muy distinta a la rutinaria. Lo aporrearon y desplegaron pancartas
desafiantes. O actuaban en defensa del aficionado del club, o habría
represalias. Los jugadores empezaron a incomodarse ante todo aquello. Luego,
como afirman las mismas fuentes, llegarían las amenazas de muerte. En otro
contexto, quizás hubiera sido más fácil quitarle hierro al asunto. Pero es
indudable que hoy en día Nápoles y sus aledaños siguen teniendo muy presente la
huella de la camorra. Así que quien reside allí, sabe que ese no es lugar para
tomarse las amenazas a la ligera.
Un conjunto de aficionados radicales de la Nocerina lo hizo
todo para sentirse ganador; incluso si ese ‘todo’ requería pasar por encima de
su propio equipo
La presión externa acabó surgiendo efecto. En sus
prolegómenos, la opción de renunciar al partido ya era contemplada como algo
más que una simple posibilidad para los miembros de la expedición visitante.
Aun así, tras un buen rato de diálogo, las fuerzas de seguridad y el cuadro
arbitral consiguieron convencer a la Nocerina para que iniciara el encuentro. O
eso creían ellos. Cuando saltaron al tapete, los jugadores tomaron consciencia
de la que se les podía venir encima. Sobrevolando el estadio se cruzaban
una avioneta con el lema “Rispetto por Nocera e cli ultras” (alquilada
por los propios radicales) y un helicóptero de la policía. Eso ya no era
una tontería de cuatro energúmenos; el terreno de juego desprendía tensión por
los cuatro costados. A la que el balón empezó a rodar, se inició un festival de
despropósitos. Antes del primer minuto de juego, la Nocerina ya había agotado
los tres cambios por sendas lesiones. Y a medida que avanzaba el partido, iban
renunciando otros. Algunos aprovechaban cualquier roce para caer fulminados.
También los hubo que se tiraban al suelo sin más justificación que el supuesto
dolor físico que les impedía seguir jugando. Así fue todo hasta que acabaron
con sólo seis jugadores sobre el campo. 21 minutos disputados y fin del
circo del absurdo. Normativa en mano, el colegiado se veía obligado a suspender
el encuentro debido a falta de efectivos suficientes en uno de los dos bandos.
POCAS LUCES
“Además de los tres puntos perdidos, este capítulo va a
acarrear duras sanciones para jugadores y directivos de la Nocerina”, dictó la
FIGC minutos después de la cancelación del evento. Más tarde,Antonio De Iesu,
jefe de la policía local de Salerno, confirmó que los jugadores habían recibido
amenazas directas y explícitas momentos antes del partido. La intervención de
las autoridades se saldó finalmente con 22 personas denunciadas por violencia
agravada y la apertura de expediente a 23 para prohibir su acceso a los campos
de campos de fútbol de forma indefinida. Aun así, es difícil creer que estas
sanciones sean equivalentes al número de responsables del desastre. La poca
colaboración con la justicia de los involucrados o la disparidad de sus puntos
de vista sobre lo sucedido, impiden saber a ciencia exacta quién hizo qué
y porqué lo hizo. La desconcertante reacción del club afectado da fe de ello.
Los judadores de la Nocerina caían lesionados uno tras otro
Al ser preguntado por la prensa, Luigi Paverese,
director deportivo de la Nocerina, justificó las lesiones de sus jugadores a
que no habían tenido tiempo suficiente para realizar la sesión de calentamiento
previa al partido. Él mismo, junto al entrenador (Gaetano Auteri) y algunos
miembros de la directiva, presentaría su renuncia al puesto horas después. Ésta
no fue aceptada por el club, que decidió no dar una explicación lógica a
cambio. “Apagón informativo hasta nuevo aviso”. Única filtración del
estamento oficial. Mucho lío y pocas luces.
También hay algunos que apuntan a que las amenazas podrían
no ser cosa simplemente de un grupo de aficionados cabreados con ganas de que
su equipo diera la cara por ellos. Detrás del embrollo podrían haber intereses
más grandes. En la lista de acusados, por ejemplo, figura Pino
Alfano, concejal de Nocera encargado de ámbitos deportivos y fundador del
grupo ultra EAM (Extraños a la Masa), al que se le vio entre el
colectivo que celebró más tarde la cancelación del encuentro en la Plaza Díaz. “No
somos criminales, solo ultras enamorados de nuestra pasión”, dijo Alfano en su
defensa. Por otra parte, desde el colectivo de aficionados de Nocera, se
atribuye el caso a una conspiración de los medios de comunicación que pretende
acabar con su existencia. Incluso el alcalde de la ciudad no se ha posicionado
claramente en el asunto, argumentando que todavía es posible creer que los
jugadores simplemente emprendieran “una acción solidaria”.
“Hay que tener en cuenta que no estamos frente a un caso aislado”,
se encargó de recordarDamiano Tommasi, titular del sindicato de futbolistas
italianos. Pese a no tener desenlaces mucho más clarividentes que el que
promete tener el presente, sigue muy vivo el recuerdo de algunos otros
fenómenos parecidos que han surgido estos últimos años. En 2009, los
futbolistas de la Juve Stabia, otro equipo de categoría regional, fueron
azotados con los cinturones de algunos de sus propios aficionados al perder un
partido. Y en Ascoli, este mismo curso, el equipo se encontró once cruces
plantadas en el césped cuando saltó para ejercitarse en un entrenamiento. Y
esto son solo un par de muestras entre muchas otras.
El sol se fue en Nocera y, con él, también se retiraron los
últimos fieles que habían resistido hasta el último momento celebrando la
“gesta” de su equipo en la Plaza Díaz. La lluvia siguió cayendo con
insistencia. Hasta que se hizo el silencio. El mismo que aparece siempre los
días siguientes a los escándalos descritos. Italia y su fútbol luchan para
dejar atrás la violencia en sus estadios. Llevan mucho tiempo inmersos en la
lucha. Pero, desgraciadamente, desde hace dos semanas han tenido que sumar otro
capítulo a su negro historial.
Fuente: Panenka.org
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