9/5/12

Atlético Madrid Vs Athletic Bilbao. 2012. La victoria, la derrota y la sonrisa del necio

Marcelo Bielsa

"Jamás fracasar. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.”De su novela corta ‘Worstward Ho’ (de 1983); Samuel Beckett (1906-1989)

Cuando era un cronista veinteañero siempre pedía cubrir las guerras. Por impulso juvenil, claro, y para ver si así, regresando con cierta aura heroica, podía mejorar mi magra performance con las mujeres. Afganistán, Nicaragua, El Salvador, el Ulster… Me divertí, viajé, escribí buenas historias, pero de minas ni hablar, muchachos. Años más tarde descubrí lo equivocado que estaba cuando una amiga, con una de esas clásicas sonrisas perdonavidas tan femeninas, me reveló: “Es con menos, Asch. Entérate”. Ah.
Recordé esa frase mientras veía a los vecinos pobres del Real Madrid y a los vasquitos de Bielsa jugar la final de la Europa League; un torneo clase B si quieren, pero continental al fin. Jugaron un partidazo donde hubo más virtud y entrega que falso oropel. Por fin Hollywood cambió el final obvio y los dos superhéroes deberán conformarse con títulos de cabotaje. La Liga para el Madrid y la Copa del Rey para el Barcelona.
Bielsa no cae simpático. Es así. Anda por la vida con esos espantosos joggings, habla como si ensayara canto gregoriano; no da notas, huye de los flashes, de las suites de lujo y los saludos de presidentes conservadores o de futuros monarcas; a veces por convicción, otras por pura distracción, vaya uno a saber. Es medio loco, se ve, y se ganó la antipatía de más de uno, que ahora aprovecha los tres goles que se comió y se ensaña. Le recuerdan la final de la Libertadores perdida con Newell’s, su regreso en primera ronda del Mundial 2002, se burlan de su caminar torpe y nervioso durante los partidos, de su exótica pose en cuclillas, en fin… Lo destrozan.
La semana pasada vi en la tele cómo el colega Eduardo Feinmann se moría de la risa mientras repetía algunas de sus frases, extractadas de una charla que dio en el Colegio Sagrado Corazón de Rosario para chicos de entre 13 y 17 años. Dijo que era algo así como un “Perfecto Manual del Perdedor” y se compadeció de la suerte del pobre alumnado. Ahá. Enterémonos ahora que cosa desopilante dijo. Fue esto:

“Los momentos de mi vida en los que yo he crecido, tienen que ver con los fracasos; los momentos de mi vida en los que yo he empeorado, tienen que ver con el éxito. El éxito es deformante. Relaja, engaña, nos vuelve peores, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de nosotros mismos. El fracaso es todo lo contrario: es formativo, nos vuelve más sólidos, nos acerca a las convicciones, nos vuelve coherentes. Si bien competimos para ganar, y yo trabajo siempre para ganar cuando compito, si no distinguiera qué es lo realmente formativo y qué es secundario, me estaría equivocando mucho.”

Feinmann, cebado, seguía riéndose mientras yo, ya distraído, pensaba si los necios, como los tontos o los ignorantes, acaso no disfruten –maldito sea– del envidiable privilegio de la felicidad. Quién sabe, ¿no?
Comparto cada palabra de Bielsa. Que –estoy seguro– igual debe haberse ido furioso por la derrota y seguro sentirá la misma bronca cuando sus vascos no puedan –salvo milagro– con el último Barça de Pep. Como él, desconfío de la coreografía del éxito; esas ronditas, la copa en alto, el champagne, los papelitos de colores, los fuegos artificiales. Es en la derrota cuando uno crece. Aprende. Descubre de qué madera está hecho. Superar dignamente una dura caída no es para cualquiera. Y elaborar un pensamiento más allá de lo obvio, ni te cuento.
Bielsa plantea un juego vertical, ofensivo, vertiginoso. Me gusta su estilo, aunque confesaré –como el diputado Jorge Rivas cuando alguna vez lo consultaron sobre Kirchner– que lo que más me acerca a él… son sus enemigos.
Sabía que terminaría siendo injusto con Simeone, el brillante campeón, y que aún en la derrota me encandilaría con Bielsa y el fenómeno que generó en Bilbao, allí donde sólo juegan vascos. Amo a esos pueblos tercos, duros, orgullosos de su historia. Los vascos son como esas enormes rocas que levantaba Urtaín, un heavyweight de la época de Bonavena. Me recuerdan más a los irlandeses –que hace siete siglos luchan por su tierra–, que a los catalanes, sofisticados, buenos negociadores; más europeos.
Simeone es la antítesis de Bielsa. Tiene físico de atleta, usa trajes Armani para dirigir y se mueve a los saltos, como la reencarnación de Nijisnki. Tampoco cae simpático, pero por otras razones. Demasiada exposición, tapas de revistas del corazón, esas cosas.
Dejó de jugar en 2006 y al día siguiente agarró Racing, un fierro caliente. Arrancó mal y justo cuando levantaba vuelo, lo cambiaron por la estatua de Merlo. Ay. Enseguida fue campeón con Estudiantes, aunque todos, obvio, hablaban de Verón. Fue el último técnico que le dio un título a River, pero sólo le recuerdan su último puesto. Salvó al Catania del descenso, pero eso fue un picnic si lo comparamos con la hazaña de dejar a este plantel de cristal que aún tiene Racing segundo de Boca, con dos derrotas y ocho goles en contra en 19 partidos. ¡Milagro!
Esta vez tuvo a un Falcao genial, es cierto. Pero planificó el partido de manera brillante. Sorprendió presionándolos de entrada, consiguió la ventaja y supo cuidarla. Diego no es el fenómeno que todos imaginaban cuando era el compinche de Neymar en Santos, pero es un jugador fino, inteligente. Marcó la diferencia.
Ganó Simeone, chicos del Sagrado Corazón. Es campeón de la Europa League. Wow. ¿Y saben por qué? Porque fue el mejor. Y porque antes supo aprender de sus malos momentos, cuando decían que no servía.

Lo que enseñan los fracasos, ¿recuerdan? Eso que les contaba Bielsa, aquel día.



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