El fútbol, para él, fue un compañero de viaje en la vida.
Sólo eso. Y todo eso. De adolescente, disfrutó a Pablo Neruda y a Gabriel
García Márquez. Mientras peloteaba, se recibió en la Facultad de Ribeirão Preto
de médico, su oficio y amor por siempre. Ya cuando jugaba en Primera, izó la
bandera de la Democracia Corinthiana en Brasil, en años de dictaduras militares
en América Latina. Ya de grande, llamó Fidel a su sexto y último hijo, en
gratitud al líder de la Revolución Cubana. Sócrates, además, fue un futbolista
exquisito y un bicho raro en el mundo de la pelota.
Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira -tal es su nombre
completo- nació el 19 de febrero de 1954 en Belém, Estado de Pará, bien al
norte de Brasil. Su papá lo bautizó como Sócrates mientras leía La República,
de Platón. Y así, también escogió los nombres de Sófocles y Sóstenes para los
hijos venideros. Hasta que nació Raymundo, su otro nene, y Sócrates le advirtió
a papá que había perdido la creatividad. Pelotitas en la sangre, Raymundo no es
otro que Raí, el mediocampista de la Selección de Brasil campeón del mundo en
Estados Unidos 1994.
Sócrates, por su parte, participó de los Mundiales de España
1982 y México 1986, donde paseó su fútbol de tranco atildado, inventiva y
habilitaciones de taco, su jugada característica. O Doutor, como futbolistas
menos robotizados o de viejas épocas, fumaba un cigarrillo o bebía un trago de
cerveza antes de los partidos. “Nunca soñé en convertirme en un jugador
profesional. Mi sueño fue siempre ser un brillante médico. Me acerqué a la
medicina por una cuestión de sensibilidad social”, le comentaba a El Gráfico en
1990. Consecuente, cuando se retiró en Flamengo, a los 33 años, se ofreció como
médico residente en un hospital público de Río de Janeiro.
Magrao -apodado así por su desgarbado cuerpo- encontró en el
fútbol un medio de expresión, un arte para ensayar en cada estadio. Inquieto y
bohemio, Sócrates incursionó en distintas facetas culturales. Se dedicó a la
pintura, a la música, a la escritura y hasta tuvo el placer de dirigir una obra
de teatro, Futebol, que con música y humor lanzaba denuncias sociales con el
deporte como nexo. Además, con 50 años, volvió al fútbol, pero solo unos
minutos, en el Garforth Town, un club de un barrio minero de Inglaterra.
“Siempre estoy abierto a nuevas experiencias”, le contaba a los periodistas
mientras firmaba el contrato, como un indicio de su personalidad.
Un mundo dentro de otro mundo
Sin embargo, para Sócrates la mejor experiencia como futbolista comenzó hace 30
años, cuando llegó al Corinthinas, no sólo por los campeonatos paulistas de
1979, 1982 y 1983. En el segundo equipo más popular de Brasil, una flor creció
en el pantano. El club paulista revolucionó las estructuras organizativas del
fútbol -y del país- porque entre los dirigentes, cuerpo técnico y plantel
acordaron debatir las decisiones en conjunto, desde cuándo entrenar, cuándo
concentrar y cómo jugar, hasta la comida, las contrataciones y los momentos de
esparcimiento. Fue un oasis de libertad en el centro de la última dictadura
brasileña. La Democracia Corinthiana tuvo su emblema, y ese fue Sócrates,
militante del Partido de los Trabajadores.
Desde ese movimiento futbolero y comprometido, los propios jugadores impulsaron
a la sociedad la consigna de elecciones inmediatas “Directas já”. Sócrates
habló de los sin techo y la desnutrición en su país ante un millón de personas
en un acto y prometió no aceptar ir al fútbol italiano si en Brasil se
autorizaba el sufragio popular directo. Al poco tiempo, se incorporó a la
Fiorentina de Italia, y dejó de escucharse en el vestuario antes de cada
partido Andar com Fé, de Gilberto Gil, una canción que despetaba alegría y,
sobre todo, esperanza.
Tampoco ocultó sus pensamientos en el Mundial de México ´86.
Allí, lució una vincha -una contención para sus endemoniados rulos- con la
inscripción “Paz” y otra con “Reagan es un asesino”. Y, con la mira de la FIFA
encima, dijo: “Hay que decirle la verdad a la gente, que se compran personas,
resultados y campeonatos”. Sócrates fue un futbolista fino y talentoso, pero,
además, un tipo extraño y molesto para los poderosos. Mal no vendría en estos
tiempos. Por fútbol y por decisiones.
Roberto Parrotino
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