Capitanes de Santos y Peñarol, previo al partido
Tomado de: Historias insólitas de la Copa Libertadores.
Autor: Luciano Wernicke.
Las reacciones de los hinchas frente a un resultado adverso
han generado, en innumerables oportunidades, verdaderos infiernos dentro de los
estadios de fútbol. Frente a una multitud encolerizada, algunos árbitros han
recurrido a un insólito mecanismo de contención en pos de detener el estallido
de una olla a presión y proteger sus vidas, las de sus colaboradores y las de
los futbolistas: la simulación.
En canchas de los cinco continentales ha
sucedido que un referí, en general con la complicidad de los jugadores como
coprotagonistas, han montado una improvisada obra de teatro para hacer creer a
un público violento que su equipo empataba o ganaba y así trastrocar el humor
de la gente, aunque en realidad el partido “oficial” ya había sido suspendido.
Probablemente,
la más célebre de estas actuaciones ocurrió el 2 de agosto de 1962 en el
estadio Urbano Caldeira de Santos Futebol Clube, donde la escuadra local
enfrentaba al Club Atlético Peñarol en la revancha de la final de la Copa Libertadores
de 1962. El equipo blanco, sin Edson Arantes do Nascimiento “Pele”, lesionado
en el Mundial de Chile de ese año, había vencido como visitante a su rival
uruguayo en el mítico Centenario de Montevideo, 2 a 1, y con un empate en casa
se aseguraba su primer título continental. El árbitro de la revancha, el chileno
Carlos Robles, contó a la ya desaparecida revista Triunfo de su país que, antes del inicio del match, un hincha local
ingresó a su vestuario armado con un revolver, al grito de “Santos tiene que
ganar como sea”. Robles aseguró que, sereno, le contestó: “Para atemorizar a un
chileno hacen falta cien hombres, así que vaya a buscar a los que faltan”.
El partido
comenzó y, al finalizar el primer tiempo, Santos se fue al descanso arriba en
el tanteador, otra vez 2 a 1. Pero, en el complemento, los uruguayos sacaron a
relucir su bien ganada chapa de guapos, adquirida en el “Maracanazo” del
Mundial de Brasil 1950, para dar vuelta el tanteador mediante sendas conquistas
del ecuatoriano Alberto Spencer (a los 49) y el charrúa José “Pepe” Sasía (a
los 51). La remontada visitante enloqueció a los hinchas brasileños –se dijo
que los espectadores habían visto a Sasía arrojar tierra a los ojos del portero
Gilmar dos Santos Neves en la jugada previa al tercer gol visitante, algo que
no fue advertido por Robles ni por sus colaboradores-, al punto que comenzaron
a arrojar todo tipo de proyectiles a la cancha. En un córner, una botella,
noqueó al referí chileno. En el informe que elevó a la CONMEBOL, el árbitro
explicó: “Transcurrían siete minutos del segundo tiempo y en circunstancias en
que había cobrado un tiro de esquina a favor del equipo de Santos, al tomar mi ubicación
cerca del vertical, me fue lanzada una botella, la que me pegó en el cuello. Debido
a esto quedé seminconsciente y momentáneamente ciego. Al recuperar la lucidez
me encontré en los vestuarios rodeado de dirigentes. Por lo expresado más
arriba, decidí suspender el match por no tener garantías para desarrollar mi misión.
Personeros directivos brasileños trataban de convencerme para que continuara el
partido, a lo cual me negué rotundamente. Debido a mi actitud fui amenazado por
el presidente de la Federación Paulista, Joao Mendonca Falcao, quien me dijo
que si no continuaba dirigiendo el match, él, como diputado, me haría detener
por la Policía. Como yo mantuve mi decisión, me insultó delante de mis
compañeros, (Sergio) Bustamante y (Domingo) Massaro, diciéndome “ladrón,
cobarde, yo puedo probar que usted es un sinvergüenza”. Otras dos personas que habían
entrado al vestuario pretendiendo hacer cambiar mi actitud, los señores Luis
Alonso, entrenador de Santos, y el presidente del club, Athie Jorge Coury, me
insultaron y dijeron que ellos no respondían por mi vida al salir del estadio”.
Los hombres de Peñarol, asimismo, recibieron una lluvia de objetos –piedras,
envases de vidrio de cerveza- y amenazas de muerte de espectadores, rivales y
hasta de algunos policías que, supuestamente, debían protegerlos. En ese
peligroso contexto, Robles sacó de su manga el as que le permitiría retornar a
su casa sano y salvo. Tras una suspensión de 51 minutos, el referí regresó al
campo de juego y reunió en la mitad del campo a los uruguayos Sasía, Nestor
Goncalves y el arquero Luis Maidana y les confesó que el partido ya estaba
suspendido pero haría jugar los 39 minutos restantes para distender la situación. “Muchachos. Ayúdenme
porque, si no, nos matan a todos”, rogó el juez. El match se reanudó y, en
pocos minutos, Santos “empató” a través de
su delantero Paulo Cesar “Pagao” Araújo. Los hombres de Peñatrol casi no
volvieron a pisar el área rival, hecho que pasó inadvertido para hinchas,
jugadores y dirigentes del equipo paulista, que tras el pitazo final desataron
un festejo desorbitado. Ninguno de ellos, como tampoco los periodistas, se
enteró de la puesta en escena. De hecho, diarios como el matutino O Estado titularon en sus ediciones del día
siguiente “Santos empató: es campeón de américa”. El baldazo de agua fría llegó
horas después, cuando la CONMEBOL anunció la anulación de la igualdad, ratificó
la victoria visitante y ordenó que ambos clubes se enfrentaran en un tercer y
definitivo duelo en Buenos Aires, cuatro semanas más tarde, dirigidos por el
prestigioso referí holandés Leo Horn. El 30 de septiembre, casi un mes del gravísimo
episodio y con Pelé ya recuperado, Santos aplastó a Peñarol 3 a 0 en el “Monumental”
de River Plate. El “Rei” metió dos goles
y el otro fue en contra del zaguero Omar Caetano. Los brasileños tuvieron al
fin su anhelado trofeo. Los jugadores uruguayos, al igual que el chileno
Robles, al menos vivieron para contarla.
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