Por Manuel Ladrón de Guevara
En mayo de 1934 Europa sufría las contracciones de un parto
difícil. Nadie sabía si la criatura en gestación sería fascismo, comunismo o
democracia. En España padecíamos el “bienio negro” republicano, una coalición
que contaba con el apoyo de los radicales de Lerroux y la CEDA de Gil Robles.
En el horizonte cercano sonaban tambores de guerra: la revolución de Asturias,
ensayo general de la barbarie incivil que estaba por llegar. En Mayo de aquel
año arrancó en Italia, la Italia fascista que pilotaba con mano de hierro
Benito Mussolini desde 1923, la segunda edición de la Copa del Mundo de fútbol.
Participaron dieciséis países, España entre ellos. Fue nuestra primera
aparición en un Mundial, y acudimos a la cita con un equipo formidable: allí
estaban “el divino” Ricardo Zamora –el mejor portero del mundo entonces- ,
Quincoces, Ciriaco, Luis Regueiro y el gran Isidro Lángara; había dos jugadores
del Sevilla, Fede y Guillermo Campanal, y uno del Betis, Simón Lecue, que había
tenido el honor de marcar el primer gol de la historia que se vio en Andalucía
en Primera División. Viajó también Guillermo Eizaguirre, portero del Sevilla,
si bien éste no formaba parte de los convocados porque se había roto un brazo
semanas antes.
España debutó en los Mundiales de fútbol el 27 de mayo de
1934 en el Estadio Luigi Ferraris de Génova, contra Brasil. Y ganamos, por 3-1,
con un gol de Iraragorri –el chato de Galdácano le llamaban- y dos de Lángara.
Zamora tuvo el honor de convertirse en el primer portero que detuvo un penalti
en la historia de los mundiales: se lo paró a la gran estrella brasileña,
Leónidas. El vencedor de este partido se iba a cruzar en cuartos con el ganador
del Italia-EEUU, resuelto con facilidad por los italianos por 7-1.
Para reforzar a la “azzurri” en su Mundial, el tío Benito
había inventado los “oriundi”, jugadores de toda sudamérica con antepasados o
apellidos italianos. En la escuadra formada por Vitorio Pozzo encontramos
aLuisito Monti, que cuatro años antes había jugado y perdido la final de
Montevideo con Argentina, Raimundo “Mumo” Orsi, uno de los mejores extremos de
la época, y Atilio Demaría. La reglamentación de la época permitía cambiar de
selección con un lapso de tres años. La FIFA hizo la vista gorda para que Orsi
y Demaría pudieran jugar con Italia. Italia y España se enfrentaron por vez
primera en un Mundial el 31 de mayo de 1934 en el estadio Giovanni Berta de
Florencia. Aquel fue el primer Mundial retransmitido por la radio, y en nuestro
país se siguió de forma apasionada la narración de Fuertes Peralba, así como
las crónicas posteriores del enviado del diario ABC, Fielpeña. Este último nos
dejó un retrato magnífico de aquel Mundial en un libro raro hoy de encontrar:
“Los 60 partidos de la Selección Española de Fútbol”, publicado en 1941. De él
extraigo la mayoría de detalles de aquella remota historia.
El partido fue una brutalidad, una masacre en la que los
italianos, liderados por “dobleancho” Monti pegaron lo que quisieron con el
consentimiento del árbitro belga Baert. Los españoles no se arrugaron, y el
sevillista Fede le partió la pierna de una patada a un adversario. “La batalla
de Florencia” terminó con empate a uno, con goles de Luis Regueiro y de
Ferrari. Para deshacer la igualada se jugó otro partido al día siguiente, en el
mismo escenario. El parte de guerra era desolador: siete españoles –Zamora, con
un ojo cerrado y dos costillas rotas, Fede, Iraragorri y Lángara entre ellos-
no pudieron jugar; del lado italiano hubo cuatro bajas. Ganó Italia, gracias a
un gol de Giusseppe Meazza, y a la connivencia del árbitro, el suizo Mercet,
que consintió la brutalidad continuada de Monti y que le anuló un gol legal al
gran Guillermo Campanal.
En España se recibió como héroes a aquellos jugadores, que
fueron condecorados por el presidente de la República, el cordobés de Priego
Niceto Alcalá Zamora. Italia se deshizo posteriormente en semifinales del mejor
equipo del momento, el “Wunderteam” austriaco, y de Checoslovaquia en la final.
Mussolini ya tenía su Mundial.
A los jugadores españoles les aguardaba un desgarro mucho
mayor, la incivil guerra que padeció nuestro país los enfrentó no en el campo
de juego, sino en las trincheras. Compañeros del alma de aquella aventura
italiana lucharon en bandos irreconciliables: Jacinto Quincoces, el mejor
defensa de aquel Mundial, y Guillermo Eizaguirre, en el nacional; como el
seleccionador, Amadeo García Salazar, que fue el encargado de dirigir la
primera selección del bando franquista. Con la República se alinearon hasta el
exilio final los hermanos Regueiro, Vantolrá e Isidro Lángara. Caso especial
fue el de Ricardo Zamora, que tras ser encarcelado logró escapar del Madrid
republicano… para ser represaliado posteriormente también por los franquistas.
Cuatro años más tarde, mientras en Francia se disputaba la
tercera Copa del Mundo, los españoles practicábamos ese otro deporte nacional
que tan bien se
nos da: imponer nuestra opinión a tiros.
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