Llegar a Moscú nunca fue fácil ¡Napoleón y Hitler lo saben!
Por: Hugo Asch
“Mañana mi objetivo no será
clavar y matar, sino evitar
que mis soldados huyan del
terror que los invadirá, a ellos
y a mí. Mi objetivo será que
marchen juntos y asusten a los
franceses; y que los franceses
se asusten antes que nosotros”
León Tólstoi (1828-1910); de
‘Guerra y paz’ (1865/ 1869):
el príncipe Andréi se confiesa.
Los libros nos enseñan que el largo camino a Moscú nunca fue
fácil para quienes hayan pretendido llegar con aires triunfales. El Ejército
Rojo, el fervor patriótico de un pueblo dispuesto a todo y el implacable
General Invierno fueron verdugos del sueño imperial de Napoleón Bonaparte en el
siglo XIX y de Adolf Hitler, en el XX. Deberíamos haber tomado en cuenta esos
sutiles guiños de la historia hace dos directores técnicos, pero en fin: así
somos.
Napoleón dio el primer paso de lo que sería el mayor
desastre militar de la historia francesa el 24 de junio de 1812, cuando cruzó
el río Niemen con su Grand Armée de 443.000 soldados. El avance sin oposición
sobre “tierra quemada” fue vaciando el estómago y el corazón de su gente. Por
fin, la sangrienta batalla de Borodinó le abrió las puertas de una ciudad
fantasma, cubierta de cenizas y nieve. Entró el 12 de setiembre con 100.000
hombres y se retiró un mes después. Apenas 10.000 sobrevivientes alcanzaron el
río Niemen en diciembre. En 1882 Tchaikovsky estrenó su Obertura 1812 en Moscú
para conmemorar esa heroica resistencia.
A Hitler no le fue mejor. A partir del 30 de setiembre de
1941 puso en marcha la Operación Tifón, que movilizó a un ejército con
3.000.000 de efectivos que ni siquiera pudieron pisar tierra moscovita. El
costo de la Batalla de Moscú fue altísimo, para ambos bandos. Los alemanes
fueron perseguidos en su tortuosa huida y defendidos desde el aire por los
Stuka. El saldo fue desolador: tuvieron 175.000 bajas entre muertos y heridos,
perdieron 1.300 tanques Panzer, 2.500 cañones y 5.000 vehículos. Las bajas de
los soviéticos superaron el millón de soldados entre muertos, heridos y
prisioneros.
La Selección Argentina inició su cruzada a Moscú aturdida
por la muerte de Julio Grondona, el FIFA-Gate y el extraordinario talento para
el error demostrado por los reidores que heredaron el poder. Tata Martino dejó
al equipo tercero, clasificado al Mundial, cuando presentó su renuncia harto de
no cobrar un peso durante ocho meses.
La elección del sucesor fue un mal paso de comedia
protagonizado por actores todavía peores. Armando Pérez, el presidente de la
Comisión Nosecuantodora, hizo un casting nacional y terminó llamando al que
quería Fernando Marín. Cuando lo anunció, ni siquiera recordaba su nombre.
Edgardo Bauza, un entrenador serio, fue engullido por su personaje, que a veces
fue el doctor Jekill y otras míster Hyde, todo para tener contento al 10 &
Compañía.
No le fue bien. El equipo era una lágrima y para colmo el
nuevo presidente de la AFA, Chiqui Wall de Moyano, lo miraba de costado. Con la
meta de llegar a Moscú y cobrar su contrato hasta el final, Bauza toleró mejor
que Yanina Latorre el engaño en cadena nacional con Jorge Saint Paoli, que
seguía con su matrimonio sin amor con el Sevilla. El final fue feliz y el
peladito ricotero se convirtió en el tercer sueldo de una AFA quebrada. El más
alto, por lejos.
Saint Paoli tiene la mirada huidiza y los movimientos
eléctricos de un pequeño roedor. Es un caso extraño. Su asombroso éxito en
Chile lo elevó a un estrellato algo tardío. Los futboleros nativos, indignados
con Messi y los suyos a quienes veían como fracasados por haber perdido una
final de Copa del Mundo y dos de Copa América, exigían un cambio. Entonces
llegó él, con su comitiva, sus viajes para cumplir con el protocolo del
besamanos, sus números, su balbuceo hermético. Cosas que pasan en estas pampas
de crisis.
La cosa empezó con dos amistosos. Gol de Mercado para
ganarle a Brasil en Melbourne, y un 6-0 en Singapur, sin Messi, frente a un
equipito de entusiastas cazadores de autógrafos que se quedaron con las ganas.
Fin de las sonrisas. Los números cosechados en los tres partidos por
Eliminatorias dejaron 6 puntos de déficit y una soga al cuello. Tomamos deuda
con un amable 0-0 en Montevideo y no pudimos pagar en casa, con Venezuela, que
terminó marcando los dos goles en un pálido 1-1.
Como había que ganarles sí o sí a los peruanos –una escena
en eterno retorno nietzscheano–, Saint Paoli convocó a La 12 con Bombonera all
inclusive, brillante idea conjunta de Chiqui Wall de Moyano y Angel Easy, que
aportaron la infraestructura y el cash para aterrar al rival, visita de Gianni
Infantino incluida. No habría funcionado.
El resultado fue satisfactorio solo para los barras, que
facturaron una fortuna entre el bonus por buena conducta, la reventa, su patio
de comidas, los trapitos y papeles varios.
Su único aporte fue una espantosa bandera con tipografía
pigmea, y algo de poesía low cost: “A los ingleses los corrimos en todos lados/
los alemanes tienen miedo de cruzarnos/ ay brasilero no sabés la que te espera/
cuando vengas a jugar a La Bombonera / Por lo colores de mi patria doy la vida/
como lo hicieron los soldados en Malvinas/ cuando me muera no quiero nada de
flores/ yo quiero un trapo que tengan estos colores/ Y vamos vamos vamos
Selección…”. Ni Calamaro.
Demasiadas bajas camino a Moscú. Higuaín en su casa, Dybala
en el banco, Mauro Icardi de Wanda y Benedetto con quemaduras graves, Di María
con la cancha al revés, Acuña de 3 y sin desborde que es lo suyo, Banega con
sueño, Gago y Agüero trágicos, Casco como Di Caprio en el Titanic, Messi como
El Extranjero de Camus y Saint Paoli con su habitual ataque de excitación
psicomotriz en los partidos. Todo mal.
Ahora hay que ganarle sí o sí a Ecuador en Quito y listo,
vamos a Rusia con el mejor del mundo. Oh, no. ¡Me parece haber visto esa
película antes! Ay.
Estamos vivos de milagro, compatriotas.
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