Italia ha sido escenario de una de sus pruebas ciclistas más
importantes: la Semana Coppi-Bartali en la que el país recuerda y homenajea a
dos de sus principales símbolos. Sobre estos dos corredores se ha construido
toda una leyenda en relación a su supuesta rivalidad, que tuvo su punto
culminante en la imagen de 1952 en la que uno de ellos cede agua a su gran
rival en plena etapa del Tour. Desde aquel momento Italia se obsesionó por
conocer cuál de ellos había tenido ese gesto cargado de deportividad. Y aún hoy
discuten.
Por: JUAN CARLOS ÁLVAREZ
Hubo un tiempo en que Italia hizo la guerra a través de dos
ciclistas. Gino Bartali y Fausto Coppi fueron durante los años posteriores a la
Segunda Guerra Mundial los símbolos de las dos Italias, la comunista y la de la
Democracia Cristiana. Eran Don Camilo y Pepone, pero subidos a la bicicleta.
Fue algo con lo que se encontraron sin necesidad de buscarlo.
Italia vivía permanentemente en la trinchera y el ambiente
del país influyó también en la forma de ver a estos dos colosos del deporte. O
eras de Bartali o eras de Coppi. Había que elegir, como en tantas otras cosas.
La neutralidad no estaba bien vista.
Bartali era un tipo bonachón, de pueblo, ferviente católico, de profundas
convicciones, familiar, casado con la novia de toda su vida. Respondía de forma
perfecta al ideal de la Democracia Cristiana. Sus mejores años se los llevó la
Segunda Guerra Mundial que impidió que su palmarés fuese deslumbrante, aunque
ese tiempo hizo crecer su gloria personal ya que se dedicó a ejercer de correo,
mientras entrenaba, para salvar la vida de cientos de judíos.
Fausto Coppi era más joven, más moderno y descarado. Su vida
privada daba mucho más juego, sobre todo cuando tras ganar una carrera corrió a
entregar el ramo de flores a una mujer casada con la que mantenía un idilio, la
famosa "Dama Blanca". Un escándalo para la época. Eso, unido a unas
declaraciones en las que admitía su laicismo, le convertían en el símbolo
perfecto para el Partido Comunista de Togliatti.
Después de la Segunda Guerra Mundial, con el país cogido por
un par de pinzas, la rivalidad entre Bartali y Coppi lo ocupó casi todo.
"Mejor que peleen ellos dos a que lo hagamos millones de italianos".
Era una de las frases más repetidas en aquella época y que mejor retrataban la
situación que se vivía en cada una de las carreras. Ellos cargaban como podían
con aquellos estereotipos. No alimentaban aquel enfrentamiento, aunque tampoco
lo rechazaban. Eran conscientes de la importancia que tenían para la sociedad y
asumieron ese papel. Disfrutaron de mejores y mejores momentos, conquistaron
dos Tour cada uno, ocho Giros (cinco Coppi)...
Entonces, llegó el Tour de 1952. Los mejores días de Bartali
(38 años) ya han pasado mientras Coppi está en su apogeo como corredor. Pero el
gran Gino, el "monje volador", da la cara en la primera gran etapa de
montaña, la que termina en Alpe D´Huez. En la subida al Galibier se quedan
solos. Aprieta el calor, ambos se retuercen sobre la bicicleta, suspiran por un
poco de sombra, están empapados en sudor. Las piernas flacuchas de Coppi tiran
de Bartali que tuerce el gesto. De repente las dos ciclistas quedan unidos por
una botella de agua. Las gargantas echan fuego y uno cede al otro algo de
bebida. Un gesto normal en cualquier competición, pero todo un acontecimiento
para aquella Italia. Carlo Martini, uno de los fotógrafos que cubren la
carrera, es el único que toma la imagen. Al día siguiente la portada de la
Gazzetta dello Sport conmociona la vida del país. Los dos dioses del ciclismo,
los grandes rivales, los que durante años han librado descarnadas batallas
condenadas a la eternidad, muestran un poco de humanidad. Inmediatamente el país
se enzarza en un absurdo debate sobre quién es el que cede agua al otro. Para
unos es Bartali el generoso, para otros es Coppi el caritativo. Dependiendo de
las convicciones políticas o religiosas que uno tenga la botella va en una
dirección o en otra. Esa es la realidad de un país capaz de convertir un gesto
hermoso en un asunto de vida o muerte. Los seguidores de Coppi argumentan que
en su bicicleta no hay bidón alguno con lo que él es quien entrega el agua; los
de Bartali explican que si su bicicleta va cargada de agua para qué necesitaba
otra botella.
Los dos corredores no se imaginan el revuelo creado por la
fotografía en su país hasta que pasan los días. Orgullosos ambos se apropian
del gesto sin dudarlo ni un instante. Carlo Martini, el fotógrafo, se niega a
desvelar el secreto y alimenta el misterio consciente de que en él reside su
importancia. El retratista gana el premio a la fotografía deportiva del año y
se convierte en una celebridad gracias a ese instante mágico en el que Coppi y
Bartali aparcan todas sus diferencias para darse un poco de agua en medio del
infierno del Galibier. Pasan los años y ninguno de los protagonistas confiesa
hasta que en 1960 Coppi, con apenas cuarenta años, muere a causa de la malaria
contraída en una competición en Burkina Faso. Bartali, presente en el entierro,
roto por el dolor, ya no vuelve a hablar nunca más de la famosa botella. Pero
el debate no se termina. Martini asegura poco después que la imagen fue una
sugerencia que él hizo a los dos corredores y que estos accedieron. El pueblo
prefiere no creerse demasiado esta teoría y seguir con su debate sobre cuál de
las dos mitades del país dio de beber a la otra. Han pasado casi sesenta años e
Italia sigue enzarzada en su pequeña guerra civil ciclista.
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