Edgardo Bauza, actual DT Selección Argentina |
Pangloss enseñaba de manera brillante que no hay efecto sin
causa y que el castillo del barón era el más majestuoso de todos los castillos,
y la señora baronesa, la mejor de todas las baronesas posibles de este mundo,
el mejor de todos los mundos posibles”
Voltaire (1694-1778); de “Cándido o el optimismo” (1759),
capítulo 1: Cándido es educado en un hermoso castillo, pero es expulsado de él.
Por: Hugo Asch
Perón se la robó a Aristóteles e hizo suya la frase: “La
única verdad es la realidad”. Foucault, por el contrario, creía que es el poder
el que impone la verdad. Para Nietzsche no existen los hechos, sólo las
interpretaciones. Ya en el siglo XXI, la era de la comunicación, el reino de
los trolls, miles de babeantes reemplazan las puertas de los baños públicos por
las redes sociales y escriben cualquier cosa, sea cierta o no, siempre y cuando
los reafirme en sus obsesiones, sus odios.
Son tiempos de la posverdad. Es decir, “cualquier cosa
que aparente ser verdad, no importa si lo es o no”. La información se viraliza
y ya. Nada convencerá a quienes decidieron creerla. Hoy, mostrándose seguros de
lo que nunca existió ni existirá, se ganan elecciones.
A Abraham Lincoln se le adjudica una frase de enorme
lucidez: “Se puede engañar a todos algún tiempo, se puede engañar a algunos
todo el tiempo; lo que no se puede es engañar a todos todo el tiempo”.
Gran verdad. Sobre todo en países como el nuestro, acostumbrado, a los golpes,
a desconfiar de cualquier versión oficial.
Edgardo Bauza es un técnico capaz, pragmático, algo
conservador en sus formas, dos veces ganador de la Copa Libertadores con
equipos que no la tenían en sus vitrinas: Liga de Quito y San Lorenzo. Alto,
rostro diseñado a machetazos, mirada intensa, voz grave: todo un personaje de
novela negra. Me alegré cuando lo eligieron para dirigir la Selección, pese a
que el sistema de evaluación de la Comisión Nosecuentodora parecía guionado por
un loco.
Recién asumido, en el programa La Usina Niembro, lo noté
incómodo, obligado a un discurso opuesto a su propia imagen. Un tipo
respetuoso, medido, de bajo perfil. Esa noche lo dijo por primera vez: “Vamos a
Rusia para traernos la Copa”. La Usina, chocha.
Pero el equipo nunca apareció. Messi jugó maniatado por
sistemas que lo condenaban a la heroica, y la seguidilla de malos resultados
convirtió el partido con Chile en un desafío a todo o nada, potenciado por el
recuerdo perturbador de las dos copas América perdidas por penales. Ver a la
Selección en la zona de repechaje provocó una herida narcisista en la masa
futbolera nativa. Negadores de manual, se resisten a aceptar esta crisis
abismal.
El equipo de Bauza jugó espantosamente. Partido en dos,
sin norte ni paz. El balance fue descorazonador. Mercado, la estrella
improbable, fue el más aplaudido cuando salió por lesión. Más problemas para
una defensa que bailaba tap en la cornisa junto al doble pivote. Arriba, los
que ayer nomás nos envidiaba el mundo: Los Cuatro Fantásticos. Pero no hubo
fiesta. Se ganó con un penal de ficción y el rancho cascoteado.
Equilibrio. Era lo primero que se destacaba cuando
Bauza era analizado técnicamente. ¿Cómo se entiende, entonces, este planteo con
dos bloques aislados, sin conexión? ¿No quiere, no sabe o no puede? ¿Volverá a
ser él, ya clasificado? ¿Citará a Icardi? Tal vez no lo dejen. ¿Quién?
¿Quiénes? Ah, esos niños ricos con tristeza…
“¿Cómo jugamos? ¡Diez puntos! Ganamos. Hicimos un partido
brillante”, dijo Bauza sin que se le moviera un músculo de su rostro
pétreo. ¡¿Qué?! ¿Fue chiste? ¿Una fina ironía dedicada a los críticos que lo
destrozan? ¿Otro que cayó en la educación pública? ¿La posverdad lo ha
enloquecido? Ay.
Di María bajó tanto su nivel que nadie se sorprendería si es
reemplazado; Agüero está perdido: tenía que jugar atrás de Higuaín pero fue de
9, cosa que no funcionaran ni uno ni otro. Higuaín, a quien no le perdonan los
goles perdidos en las finales, baña lombrices en el área y extraña a Dybala, su
socio de la Juve. ¿Messi? Es un caso aparte, por cierto.
Ya nadie se fija si canta o no el Himno. Ahora, para
justificar su cinta de capitán, el-único-que-nos-puede-salvar es celebrado
cuando insulta a un rival o a un asistente, enojado, de pésimo humor. No lo
culpo: jugar en un equipo tan caótico es como tener a Hendrix y hacerlo
tocar con Agapornis. ¡Peccato mortale!
Ahora toca Bolivia, sin nada que perder, en la altura de La
Paz. No será un picnic. Recuerdo al Maradona técnico que, en 2009, decoró el
vestuario con carteles de autoayuda: “A la altura hay que enfrentarla,
gambetearla y golearla”. Se comió seis.
Hoy atiende su nuevo quiosco millonario en China, pero
siempre se hace un tiempito para los enemigos: “Si el traidor de Tinelli sigue
en su cargo, yo renuncio a la FIFA, ya se lo avisé a Infantino”. Oh no, ¡qué
angustia, pobre Gianni…! Por ahora, Tinelli sigue como director de Selecciones
y para colmo su novia, la amada-odiada-amada Rocío Oliva, aceptó la oferta del
traidor para bailar en su show. Chau. Más alimento para su interminable lista
negra.
Si hay superpoblación de traidores en el mundo maradoniano,
lo mismo pasa en la política, el reino de las promesas vanas. Un reino tan
frágil como para que una nonagenaria, entre sonrisas, cubiertos de plata y
copas de cristal, lo sacuda sin piedad. Durante dos horas, Mirtha Legrand fue
la Rosa Luxemburgo de Barrio Parque, atormentando a Macri & señora. ¡Wow!
Más a la derecha, la pared.
Esa misma semana, el presidente utilizó las redes sociales
para mostrarles a los docentes en conflicto la foto de un maestro de Hiroshima
dando clase a cielo abierto, rodeado de destrucción y muerte, la obscena
crueldad del enemigo.
En fin. Antes de usarla como ejemplo de algo, no estaría mal
observar todo el cuadro. Todo, digo. La historia completa con sus
consecuencias, y no otra dosis de maldita posverdad
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