"Y sin embargo cada hombre mata las cosas que ama, que lo
oiga todo el mundo, unos lo hacen con una mirada amarga, otros con una palabra
halagadora, el cobarde lo hace con un beso, ¡el valiente con una espada!”
Oscar Wilde (1854-1900); de su poema “La balada de la cárcel de Reading”
(1898).
No pueden ser más diferentes. Uno tenía un manejo
exquisito de la palabra, fue un dandy, un aristócrata que disfrutó
escandalizando a una sociedad pacata; se casó, tuvo dos hijos, no ocultó su
homosexualidad y lo pagó caro: en 1895 fue condenado a dos años de trabajos
forzados en la cárcel de Reading, por “indecencia grave”. Fue un sublime
escritor, poeta, dramaturgo. Murió pobre y olvidado, en París, a los 46 años.
El otro apenas balbucea frente a los micrófonos, es un chico
sencillo de Rosario, se casó con su novia del barrio, tiene un hijo, no
polemiza con nadie; sólo se muestra en la cancha, donde hace posible lo
imposible, y en las publicidades. Gana fortunas. Su peor momento lo vivió hace
un par de años, cuando lo criticaban por no cantar el Himno.
Sin embargo, Oscar Wilde y Lionel Messi son
dos genios. El talento de Wilde será más sofisticado que el de Messi, aunque lo
que hace ese duende inasible con la pelota es tan deslumbrante que sí, roza la
genialidad.
Wilde escribió su Balada… en 1897, luego de cumplir su pena.
Su título original era C.3.3, porque allí vivió su encierro: bloque C, piso 3,
celda 3. Está dedicado a Charles Wooldridge, un soldado de la Guardia Real,
ahorcado en la misma prisión el 7 de julio de 1896 por matar a su mujer en un
rapto de locura. El caso y la ejecución lo afectaron de tal manera que escribió
este texto bello y sombrío donde se obsesiona con una idea perturbadora:
“…todos los hombres matan lo que aman”.
Recurro a Wilde en un desesperado intento por descifrar el
incomprensible comportamiento del Barcelona –“Mes que un club”–, con su máxima
estrella; un futbolista que, líder de una generación excepcional, ganó en
tiempo récord 21 títulos, convirtió 327 goles, cedió 300 pases gol y
humilló al Madrid, con sus planteles de ensueño, Mourinho y quien hoy sería,
lejos, el número uno sin esa pulga maldita: Cristiano Ronaldo.
Fue un año atípico para Messi. Muchas lesiones; conflictos
con Hacienda por impuestos impagos que fueron primera plana; giras con “equipos
de amigos” jugando partidos benéficos en lugar de descansar; rumores que
acusaban a Jorge, su padre, de usar esos amistosos “para lavar dinero del
narcotráfico”. Si algo faltaba, llegó Javier Faus, el vice del Barça, y el
10 de diciembre, sutil como un rinoceronte suelto en una cristalería, declaró:
“No veo ningún motivo para mejorar el contrato a un señor al que ya se lo
mejoramos hace seis meses”.
“Señor”, llamó Faus a Messi. Qué bestia. Messi, que siempre
fue Gandhi, se tomó diez días para contestarle, verde como Hulk: “El señor Faus
es una persona que no sabe nada de fútbol; quiere manejar el Barcelona como una
empresa, y no lo es”. Bien. Porque ahí está la clave. Marketing. Y un nombre:
Neymar.
El garoto, manso, sin competir con la inalcanzable figura de
Messi –firmó por 13 millones al año, 5 menos que Leo–, hace buena letra,
mientras la prensa catalana más cercana a la dirigencia lo elogió hasta la
desmesura mientras no jugó Messi. ¿Motivo? Es un crack. Lo que es obvio y
demasiado inocente para ser el único motivo. Hay otros. Para empezar, éste:
Neymar es modelo de Nike. Y Nike viste al Barcelona desde 1998, cuando, gracias
a la hábil gestión de Sandro Rosell, su joven gerente de marketing –hoy
presidente del club; el mundo es un pañuelo, ¿verdad?–, se cerraba un acuerdo que
continúa vigente, sólido como una roca. Neymar será una mina de oro. Como
Messi. Salvo que Messi… es de Adidas. ¡Ops! Que detalle.
Neymar llegó al Barça por monedas, si uno imagina
su potencial rentabilidad. El Santos –socio en sus derechos federativos con las
empresas DIS y Teisa– apenas recibió 17.100.000 euros, unos millones más por la
opción de tres jugadores y dos amistosos. Y el toque exótico del acuerdo: ¡los
40 millones que cobró la sociedad N&N –presidida por papá Neymar– en
concepto de “costes adicionales por derechos adquiridos e indemnizaciones”!
Mmm… Un fallido homenaje a la metáfora.
Messi es el mejor negocio del mundo, mientras haga
ganar al equipo. Por eso su indignación hizo entrar en pánico a Rosell, que le
prometió un contrato de ensueño. En eso está, ahora. Sin embargo, en 2013, más
de un miembro de su comisión notó que Messi, al fin y al cabo, es un ser humano
y puede fallar. Y si los títulos son un objetivo, la rentabilidad es dogma de
fe, según la Biblia Marketinera. Amén. Florentino Pérez no ganó tantos títulos
pero llevó a lo más alto la marca Real Madrid. Y si el fútbol cada vez es menos
deporte y más negocio, ¿cuál es el objetivo? ¿Ganar? ¿Ganar qué? ¿Ganar cuánto?
Por eso, la filosa frase de Messi, dirigida a los socios: “Faus quiere manejar
el club como una empresa, y no lo es”.
¿Es ridículo imaginar a Messi en el PSG parisino? Ya no.
Porque Nasser Al-Khelaifi tiene los millones, y porque hay más de un catalán
con cargo que piensa con el bolsillo y se pregunta: ¿cuánto más nos puede dar?
¿Habrá llegado a su techo? ¿Y si no tiene un gran Mundial? ¿No será el momento
de hacerlo cash? Barcelona nunca dudó a la hora de darle salida a un
“intocable”. De allí se fue un Maradona de 22 años, Ronaldo a los 21 y Romario,
con 29. Messi tendrá 27 después del Mundial. Neymar, 22.
¿Quién matará a Dios, santo Nietzsche? ¿Se atreverán? El
mejor de todos no es más que otro objeto al que le exprimirán hasta la última
gota. No sorprende, pero desconsuela. Millones. El impiadoso juego detrás del
juego, que todos aceptan jugar. Si se tratara de pura crueldad o un mal amor,
tal vez Wilde diría algo irónico. Pero no es el caso.
Creo que le daría un poco de asco, como a mí.
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