Por: Edwin Medina
El 4 de Julio de 1990 en el estadio Delle Alpi de Turín se
enfrentaban dos viejos conocidos, Inglaterra y Alemania. El vencedor pasaría a
la final, y el derrotado lloraría de vergüenza. Fueron ciento veinte minutos de
resistencia, pasión, golpes, insultos, expulsiones y al final, una apasionante
definición por penaltis con alegría para unos y frustraciones para
otros.
Los 90 llegaron con vientos de cambio para el viejo
continente. La Guerra Fría había llegado a su fin, el Muro cayó en Berlín, la
URSS fue desterrara de esta tierra mientras Gorbachov festejaba con vodka. Los
ingleses anhelaban comenzar la década con triunfos categóricos de su selección,
así como lo habían conseguido sus clubes, en los 80 el Nottingham Forest (el
cual ganó la copa como debutante y repitió al año siguiente) el Liverpool y Aston
Villa obtuvieron la Copa de Europa, pero a nivel de selecciones los británicos no
lograban levantar una Copa desde que organizaron la Copa mundo de 1966. En la
sociedad inglesa aún las cicatrices de las tragedias de Heysel y Hillsborough permanecían
en el imaginario colectivo de los ingleses, como si fuesen imposibles de
erradicar, pero seguro, un triunfo en la Copa del Mundo de 1990 daría un
renacimiento emocional en el golpeado fanático inglés.
La selección inglesa contaba con una gran generación de
futbolistas. El más talentoso era Paul Gascoigne, perspicaz, brillante y
pendenciero. Pupilo favorito del entrenador de aquel entonces Bobby
Robson. Mientras los alemanes contaban con baluartes de la casta de Matthaus,
Klinsman y Voeller. Sin duda, sería una batalla épica.
El partido comenzó. Con Gascoigne como líder estaba haciendo
un excelente trabajo junto con sus camaradas. Inglaterra hacía un partido
perfecto en todas sus líneas. Al peligroso diez teutón Lothar Matthaus lo
estaban controlando, algunas ocasiones con juego fuerte. Al defensa alemán Andreas
Bremhe se le dificultaba parar al goleador del mundial hasta ese entonces, el
gran Gary Lineker. Illger, portero alemán sufría con su defensa los ataques ingleses.
Hasta que llegó el peor error de la carrera futbolística de Paul
Gascoigne. Minutos antes el volante inglés recibió una fuerte patada,
nadie defendiendo una camiseta con tres leones en el pecho se quedaría tan sólo
con una disculpa. Fue así como Gasgoine buscó su revancha, sin saber
que sería la peor decisión que pudo haber tomado. Gasgoigne corrió
hacia donde estaba el volante alemán y le propinó un violento golpe, Paul
vio la segunda amarilla, salió expulsado. Supo lo que era estar muerto en vida.
Llorando, desconsolado, cabizbajo se retiró del terreno de lucha, sabía que los
leones ingleses sin su caudillo iban a fenecer ante la artillería alemana.
Inglaterra fue el mejor equipo durante los 90 minutos y
Alemania en el tiempo extra. Los ingleses con valentía aguantaron con un hombre
menos hasta llevar la batalla a la definición desde los doce pasos, donde tuvieron
mejor suerte (como siempre) los alemanes. Fue la forma más cruel de eliminación
para los ingleses sobre todo después de una actuación tan maravillosa. Lineker
cae de rodillas mientras Matthaus deja atrás la celebración del triunfo para
consolar a sus rivales, un gran gesto de un jugador de clase mundial como
siempre lo fue. Bobby Robson sonríe con tristeza, pero también con orgullo mirando
al cielo, como diciendo: “Vaya suerte”. Sabe lo cerca que estuvieron de
derrotar a su enemigo número uno. Días después, los teutones se coronaron
campeones del mundo ante la Argentina de Maradona.
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