Nelson Mandela y Francois Pienaar |
Nelson Mandela utilizó, cuatro años después de salir de la
cárcel, el rugby -deporte que representaba a la población blanca de Suráfrica-
para pacificar un país y unir a sus habitantes. Todo sucedió en 1995 en el
Mundial disputado en el país africano y en el que el dirigente consiguió que
toda la población del país festejase como suya la inesperada victoria sobre los
All Blacks que lideraba el colosal Johan Lomu.
Por: JUAN CARLOS ÁLVAREZ
Cuando en 1948 se instauró en Suráfrica el
"apartheid" el rugby pasó a convertirse en un símbolo nacional con un
peso indiscutible en la sociedad. Era el deporte de los blancos, de la raza que
gobernaba con mano de hierro el país. Esa carga simbólica también afectaba a
los negros para quienes el rugby representaba lo más profundo de la opresión
que padecían. Por eso lo odiaban profundamente y por esa misma razón detestaban
a la selección de su país integrada por aquellos gigantes
"afrikaaners" que les recordaban a los violentos policías
surafricanos. Los negros jaleaban las derrotas de los "springboks" y
para el movimiento antiapartheid la exclusión de la selección surafricana de
rugby de las competiciones internacionales supuso uno de sus grandes triunfos.
Para buena parte de la población blanca esa decisión constituyó el aspecto más
humillante del boicot internacional que padecieron en aquellos años a cuenta de
su política de segregación racial. El rugby, por aquel entonces, ya era mucho
más que un símbolo.
Nelson Mandela salió de la cárcel en 1990 después de casi treinta años de reclusión
con el objetivo de frenar la deriva violenta que parecía condenar al país a la
guerra civil. El líder negro se convirtió en presidente surafricano tras ganar
las elecciones de 1994, lo que supuso el fin de la segregación racial. Pero el
camino para la paz no era sencillo. Existían demasiados recelos entre los dos
bandos, demasiadas heridas abiertas, demasiados muertos en la memoria de las
familias. Mandela entendió entonces que el rugby podía ser el instrumento que
uniese a negros y blancos. Tenía una oportunidad única porque Suráfrica había
sido designada sede del Mundial de 1995 como recompensa a las promesas de
cambio que un par de años atrás había hecho el gobierno de De Klerk. El reto
era descomunal: conseguir que la población negra se sintiese representada por
el equipo que simbolizaba el poder "afrikaaner", por la camiseta
verde de los opresores. Él mismo reconocía que durante los años en la prisión
de Robben Island escuchaba los partidos de rugby a través de los transistores
de los carceleros y festejaba junto al resto de la población reclusa negra las
derrotas surafricanas.
El presidente Mandela sabía que uno de sus principales aliados en esa misión
debía ser la propia selección. Un año antes del torneo, poco después de ganar
las elecciones, se reunió en su despacho con Francois Pienaar, el capitán de
aquel equipo, un afrikaaner clásico, rubio, inmenso, de piel sonrosada. Le
explicó su idea y el jugador le garantizó que no habría ni una voz discordante
dentro de un vestuario donde sólo había un jugador mulato: Chester Williams. El
resto eran blancos. Durante la entrevista Mandela también le pidió a Pienaar
que los jugadores debían aprenderse una canción y entonarla antes de los
partidos. Se trataba de "Nkosi Sikelele... ¡Afrika!", una canción de
liberación en lengua xhosa que se iba a convertir en el nuevo himno
surafricano. El capitán de los "springboks" le garantizó que no
fallarían y lo cierto es que su comportamiento fue ejemplar. Durante un año se
entrenaron como salvajes pero también participaron en numerosos actos sociales,
visitaron zonas donde nunca antes habían estado y trataron de ganarse el favor
de la población negra, recelosa todavía. Tampoco los blancos acababan de
creerse el papel conciliador de Mandela. Para ellos era un terrorista, una
amenaza a su estilo de vida. Poco antes de comenzar el campeonato visitó a los
jugadores en su concentración. Pienaar explicaría poco después que aquel
encuentro fue determinante porque dejó a casi todos los jugadores impregnados
por el aura de Mandela.
Suráfrica avanzó con contundencia durante el torneo, lo que fue acrecentando el
interés de la población negra por aquel equipo que cantaba como ellos y que
parecía sentirse orgulloso de hacerlo. Los estadios estaban repletos de blancos
pero algo estaba cambiando en Suráfrica. En las semifinales los
"springboks" se impusieron de forma agónica –y algo polémica– a
Francia por 19-15 y se prepararon para la final ante la intratable Nueva
Zelanda que lideraba una bestia llamada Jonah Lomu, el mejor jugador del mundo,
que en la otra semifinal había pisoteado a Inglaterra. Parecía una misión
imposible para los chicos de Pienaar.
El día de la final se produjo un hecho insólito. Nelson Mandela salió al campo
a saludar a los jugadores y lo hizo con la camiseta verde de la selección. El
silencio se hizo en Ellis Park. El impacto de aquella imagen era imposible de
superar. Mandela vestía el símbolo de aquellos que durante años habían oprimido
a los suyos. Era como si un negro del sur de Estados Unidos se pusiese la capucha
del Ku Klux Klan. El estadio comenzó entonces a corear su nombre: "Nelson,
Nelson, Nelson". Una mística especial se apoderó del estadio que incluso
dejó tocados a los "all blacks" que confesarían sentirse
impresionados al dar la mano a Mandela. El presidente estaba jugando también
aquella final. Van der Westhuizen, medio melé surafricano, confesó que en aquel
momento, con Mandela vestido de "springbok" y el público coreando su
nombre, comprendió que al fin tenían a un país detrás de ellos. Pelearon como
titanes ante Lomu y los suyos que se vieron incapaces de superar su defensa.
Los dos equipos sólo anotaron en las patadas a palos. 9-9 al final del partido.
En la prórroga Nueva Zelanda se adelantó, pero Suráfrica supo igualar con
rapidez y ganó la posesión. Avanzaron y entregaron el óvalo en busca de la
patada salvadora de Stransky que puso por delante a los "springboks"
(15-12). Suráfrica, llevada por el apoyo que recibían de las 72.000 almas que
llenaron el estadio, resistió los últimos siete minutos y se apuntó su primer
Mundial en medio de una felicidad que incluso alcanzó Soweto, el área de
Johannesburgo que simbolizó durante años la lucha contra el apartheid. Lleno de
felicidad Mandela bajó al césped y entregó a Francois Pienaar la copa de
campeones con un agradecimiento: "Gracias por lo que habéis hecho por este
país".
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