Por: Miguel García Vera
El 21 de noviembre de 1973 se jugó uno de los partidos
más raros de la historia de la FIFA (que no es lo mismo que el fútbol),
un Chile-URSS de clasificación para el Mundial de Alemania que
se iba a jugar al año siguiente. Tras disputar su fases de clasificación
respectivas, ambas selecciones se enfrentaban en eliminatoria de repesca a
doble partido: el ganador iba a Alemania (por aquel tiempo RFA) y el perdedor
se quedaba fuera.
La ida se había jugado en Moscú el 26 de septiembre. Un
partido áspero en el que los anfitriones, teóricamente superiores, llevaron
todo el peso pero no pudieron romper la defensa chilena. Aquello acabó 0-0, un
buen resultado para los chilenos de cara al segundo partido.
La vuelta se jugó el 21 de noviembre en el Estadio
Nacional de Santiago y Chile consiguió la clasificación para el Mundial al
ganar 1-0. No hubo mucho fútbol: el partido duró, literalmente, 30 segundos, lo
que tardó la selección chilena en marcar un gol desde el saque inicial.
Los lectores más avisados ya se habrán dado cuenta de que
las fechas empiezan a dar pistas sobre un partido de fútbol tan anómalo que no
llegó ni a un minuto de juego. El calendario de la eliminatoria había sido
fijado semanas antes de que la historia moderna de Chile se oscureciera por
largo tiempo. El 11 de septiembre de 1973, el ejército chileno comandado
por el general Augusto Pinochet iniciaba un sangriento golpe militar contra
el gobierno democrático de Salvador Allende.
Ahora se organizan primaveras, pero por aquel entonces en Latinoamérica
los gobiernos molestos se derrocaban echando mano de los ejércitos autóctonos.
Pinochet entra en juego
Ese mismo 11 de septiembre, mientras el Palacio de La
Moneda era bombardeado con el presidente dentro, los seleccionados
chilenos estaban convocados para iniciar su preparación de cara a la
eliminatoria con los soviéticos. Allende muere, el golpe triunfa y miles de
chilenos son encarcelados, torturados y asesinados.
¿Y qué carajo hacemos con la eliminatoria del mundial? En
principio la junta militar ha decretado la prohibición para todos los chilenos
de salir del país, además de que no ve con buenos ojos jugar en la patria de su
enemigo más odiado. Pero a la vez le conviene dar una imagen de normalidad –en
eso el fútbol es inigualable– así que deja partir a sus muchachos. Eso
sí, la boca cerrada y a comportarse, que sus familias siguen bajo el cuidado de
las nuevas autoridades. En aquel equipo había jugadores importantes, como Vélez o Caszely, muy
identificados con el gobierno de Allende.
A su vez, al Unión Soviética, aliado del gobierno saliente,
había condenado el golpe militar y no reconocía al nuevo gobierno, con el que
rompió cualquier relación diplomática. A pesar de todo, el partido de ida se
jugó en un Estadio Lenin más gélido de lo habitual en esas fechas. De aquel
encuentro sabemos de oídas, ya que no hay apenas material gráfico. Las
autoridades soviéticas prohibieron a la entrada de periodistas y cámaras al
estadio.
El Estadio Nacional y la FIFA
Desde 1939 la selección chilena juega sus partidos en el
Estadio Nacional, en Santiago de Chile. En aquellos primeros días del golpe
militar el estadio se hace tristemente célebre por convertirse en un gran
centro de detención y tortura de los opositores a la junta militar. Miles de
chilenos y algunos extranjeros pasaron por allí, se calcula que unas 40.000
personas. Muchos pasaron para no volver a ser encontrados, otros fueron
ejecutados allí mismo. Entre ellos, el periodista estadounidense Charles Horman, cuya
historia se hizo famosa por la película Desaparecido (Costa
Gavras, 1981)
En aquel lugar siniestro debía celebrarse el segundo partido
de la eliminatoria. Desde la federación chilena de fútbol se sugieren otros
escenarios, pero la junta militar se empeña en demostrar normalidad y a la vez
derrotar al comunismo jugando en campo propio, o sea, de concentración. En el
interior de las gradas se torturaba, pero el césped se cuidaba con esmero,
había un partido importante a la vista.
A todo esto, la actitud de la FIFA es la que nos tiene
acostumbrados. Monta una comisión que va a inspeccionar el Estadio Nacional,
arreglado un poco para la ocasión pero en el que aún había unos 7.000
detenidos. Según testimonio de Gregorio Mena Barrales, gobernador socialista de
Puente Alto y preso en aquel estadio, aquella comisión “visitó el campo, se paseó
por la cancha, miró con ojos lejanos a los presos y se fue dejando un dictamen:
En el estadio se podía jugar.”
Pero la URSS se niega a jugar y no viaja a Chile. “Por
consideraciones morales, los deportistas soviéticos no pueden en este momento
jugar en el estadio de Santiago, salpicado con la sangre de los patriotas
chilenos”, dice un comunicado de prensa de su selección.
El partido de la vergüenza
A lo que la FIFA responde que el partido se juega, por sus
balones. Así que no se conforma con clasificar administrativamente a los
chilenos, eliminando a los soviéticos en imponiéndoles una multa. En su larga
tradición de decisiones entre inexplicables y lamentables toma una que se puede
considerar como histórica: van a hacer un simulacro de partido sin rival.
El Estado Nacional se abre el 21 de noviembre para la
fiesta del fútbol. Ya se pueden imaginar la fiesta. Todo el recinto está tomado
por militares, las gradas casi vacías: con una capacidad para más de 40.000
personas, acuden 16.000, muchos de ellos para intentar averiguar la suerte de
familiares o amigos.
Salta la selección chilena al campo mientras los rusos
siguen en sus casas. Suena el himno nacional chileno, al otro lado sigue el
silencio. El balón en el centro. Le toca sacar a Chile (no hay otra) y el
árbitro pita el inicio. Los jugadores chilenos van pasándose el balón entre
ellos hasta que llegan a la vacía portería contraria y uno de ellos, Francisco
Valdés, la empuja hasta gol. Han pasado 30 segundos, acaba el partido, gana
Chile 1-0. Para darle algo al público que había acudido allí, después se jugó
un amistoso contra el Santos brasileño. Imaginen el estado anímico de los
jugadores chilenos: los brasileños ganaron 0-5. Tarde de gloria no solo para el
fútbol chileno, sino mundial.
Aquello fue una parodia de partido que retrata tanto a la
dictadura chilena como a la FIFA. Por más que le doy vueltas todavía no acabo
de entender la razón. Los primeros ¿quisieron meter un gol simbólico al comunismo
internacional? Porque la imagen de una victoria sin rival no parece muy
edificante. Y por parte de la FIFA ¿aparentar normalidad o afirmar su
autoridad? ¿Dónde queda el FairPlay en dicho espectáculo? Porque lo
que consiguieron es amplificar aún más uno de los puntos negros más sonados de
su historia.
En ese sentido, tampoco es que aprendieran la lección. La
máxima autoridad futbolística, que castiga determinadas expresiones políticas
en los estadios, nunca tuvo problemas con las dictaduras mientras no afectara
al negocio. Eran además años de plomo de la Guerra Fría con Kissinger, ese buen
aficionado al fútbol y mejor profesional de los golpes de estado. En 1978 la junta
militar argentina organizó un mundial durante el cual se sucedieron
torturas, ejecuciones y desapariciones. Mientras Argentina ganaba la final en
el Estadio Monumental de Buenos Aires y el general Videla entregaba a Pasarella
la copa, desde la tristemente célebre Escuela
Superior de Mecánica de la Armada, cercana al campo, los
presos torturados escuchaban las celebraciones.
Y es que el reino del fútbol profesional no es de este
mundo.
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