Por: Carlos Eduardo González
Autor del libro: "Colombia Mundial - De Uruguay 1930 a Brasil 2014"
Nació y murió en la pobreza, pero en su vida fue símbolo de
la más grande riqueza que puede atesorar el ser humano: el cariño, el respeto y
la admiración de la gente. El día que falleció, el 2 de agosto de 1966, se puso
punto final también a una época que marcó una de las más grandes alegrías que
haya vivido Uruguay, pero que con el paso del tiempo se convirtió en un símbolo
de estancamiento de la sociedad. Que quede claro, sin embargo, que Obdulio
Jacinto Muños Varela fue sinónimo de éxito, de triunfo, en el tiempo de mayor
éxito y de más triunfos de la Selección Uruguay.
Valera fue el capitán
que condujo a un barco que en algún momento se encontraba a la deriva y lo
llevó hasta un puerto seguro. Fue, de hecho, el gran héroe en la jornada más
feliz que haya vivido el fútbol uruguayo, en la noche más triste que haya
vivido el pueblo brasileño: el ‘Maracanazo’. Varela (siempre usó el apellido de su madre,
de la que su padre se separó cuando él era muy chico) fue capitán de la celeste
entre 1941 y 1954. Fue el jugador al que le correspondió recibir la copa Jules
Rimet en aquel cementerio que se había convertido el estadio Maracaná, poblado
por más de 200.000 muertos en vida, el 16 de julio de 1950. Fue Varela, que no
se distinguía como un jugador talentoso ni virtuoso con el balón, el que envió
el pase que luego su compañero Alcides Ghiggia tradujo en el segundo gol
uruguayo, el que silenció a un país entero (no solo al estadio), el que cambió
la historia, el que inmortalizó un partido.
Tras la separación de sus padres, este mulato, que nació el
20 de septiembre de 1917 en Curvas de Industria, una zona deprimida de
Montevideo, tuvo que salir a la calle, junto con sus hermanos, a buscar el
sustento diario. Fue lustrabotas, voceador de prensa, vendedor a domicilio. A
duras penas pasó por la escuela, pero el hambre (el físico y el de superación)
lo obligó a abandonar las aulas. Fue, entonces, cuando encontró en la pelota el
medio para gambetear las difíciles condiciones que la vida le había impuesto.
Era más bien tosco con el balón, lento en su andar y hacía más gala de fuerza
que de técnica. Pero lo que le permitió ser distinto y convertirse en Negro
Jefe fue su gran corazón.
Poseía una personalidad a prueba de todo, un temperamento
inquebrantable y, en especial, una humildad que le sirvió para nunca perder la
perspectiva de la vida. Fue el que, en el túnel de salida del camerino en el
intermedio del partido contra Brasil, arengó a sus compañeros con una frase que
se inmortalizó: “Los de afuera son de palo”, en referencia a que los más de
200.000 aficionados no jugaban. Fue el que le bajó la temperatura al juego
luego de que a los 2 minutos del segundo tiempo Friaça puso a ganar a Brasil. Fue
el único que se atrevió a meterse en ese terrible caos que se formó tan pronto
finalizó el partido (todo estaba previsto, menos el triunfo de Uruguay) para
adueñarse del trofeo.
La actitud que lo mejor lo describe, sin embargo, fue la que
se dio después de su máxima conquista. Se negó a celebrar el triunfo junto con
sus compañeros y esgrimió un argumento irrefutable cuando alguien lo requirió: “Mi
patria es la gente que sufre, y hoy todos los brasileños están sufriendo”,
dijo. Abandonó el hotel y se fue de bar en bar. En uno de ellos, para su
sorpresa, lo reconocieron y, contrario a lo que él pensaba (“me iban a matar”),
lo felicitaron y lo invitaron a compartir un rato. Como capitán y líder de
Uruguay, de alguna manera se sentía culpable de la terrible tristeza de los
brasileños, responsable de que esa gran fiesta que se había preparado no se
llevara a cabo y, entonces, con una sensibilidad poco común, prefirió compartir
con los que sufrían que con los que celebraban.
Su carrera se inició en las filas del Juventud, un club
amateur. En 1937, ya como profesional, llegó a Montevideo Wanderers y en 1943
se enroló al Peñarol, uno de los grandes de su país. Con la camiseta aurinegra
fue campeón en 1944, 1945, 1949, 1951, 1953 y 1954. En la Selección acumuló 57 presencias,
de las cuales siete correspondieron a los Mundiales de Brasil-1950 y
Suiza-1954. En esas dos citas, Uruguay fue campeón y cuarto, respectivamente,
como un detalle que no es menor: siempre que Obdulio Varela estuvo en el campo,
su equipo ganó (seis veces) o empató (la restante). En esos dos certámenes, la
celeste solo cayó una vez (en el partido por el tercer lugar, contra Austria),
pero ese día el Negro Jefe no estuvo en el terreno de juego.
Tras su retiro de las canchas, que irónicamente se dio en el
Maracaná (Peñarol jugó contra el América de Río de Janeiro) se recluyó en su
casa del barrio Villa Española adquirida gracias a la caridad pública, al lado
de su familia y, en especial, de su esposa Catalina. Fiel a su característica,
se mantuvo lejos de la parafernalia mediática, pese a que era una celebridad en
su país, y siempre rehuyó las entrevistas. “¿Para qué hablar? Los
periódicos solo tienen dos cosas verdaderas: el precio y la fecha”, decía.
Hasta allí, sin embargo, frecuentemente llegaban amigos, deportistas,
dirigentes, periodistas y hasta presidentes de la República (como Luis Lacalle
y Julio María Sanguinetti) para saludarlo y, cómo no, pedirle consejo. A todos
los atendía con la cordialidad de siempre, aunque jamás entendió por qué despertaba
tanta atención.
“De tanto en tanto me pasan el plumero (esfero), se acuerdan
del Maracaná, de este negrito viejo, y vuelta a tocar la misma canción. Quieren
seguir haciendo negocio conmigo. Entonces, he decidido quedarme acá con el
Beclomol (medicamento para combatir el asma) en el bolsillo, por las dudas”, le
dijo una vez a Antonio Pippo, el único periodista al que le autorizó una
publicación sobre su vida. En 1994, en el Mundial de Estados Unidos, la FIFA le
hizo un reconocimiento por su trayectoria, pero solo viajó después de que su
esposa y amigos debieron luchar a brazo partido para convencerlo. Su vida
siempre fue muy austera, sin lujos, lejos del mundanal ruido. Murió pocos meses
después de que su amada Catalina se le adelantara de este mundo terrenal. Aquel
2 de agosto de 1996, como el 16 de julio de 1950, un país entero estuvo de
luto. La diferencia fue que ahora le tocó el turno a Uruguay…
mundo terrenal. Aquel
2 de agosto de 1996, como el 16 de julio de 1950, un país entero estuvo de
luto. La diferencia fue que ahora le tocó el turno a Uruguay…
Hola! Hermosa nota. Estoy armando una muestra de pintura sobre la vida de Obdulio y lo que me imagino de el. Me llamó la atención la frase que le atribuyes que su patria es lo que sufren. No la leí en ningún lado. Brutal. Coomo la obtuvistes?
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