Manuel Fernández, "Pahíño" para el mundo del fútbol, ha sido uno de los grandes personajes de la historia del Celta y del fútbol español pese a que la selección española le tuvo vetado por la fama de ser un futbolista comunista. El régimen le tenía entre ojos, que le etiquetó así por su inquietud intelectual y por un absurdo incidente en los prolegómenos de su primer encuentro internacional.
Los cinco años que Pahiño defendió la camiseta del Celta
resultaron gloriosos. Reclutado con 19 años por el conjunto vigués, el
delantero se hizo un nombre gracias a sus grandes condiciones y el club creció
junto a él de manera inesperada. La selección era el siguiente paso. Nadie
podía negárselo después de haber conseguido su primer título de máximo goleador
vistiendo la camiseta de un modesto como el Celta, lo que hacía más grande su
conquista. Aquellos 23 goles habían sido decisivos para que los vigueses
acabasen cuartos en la Liga y disputasen la final de la Copa del Rey, en aquel
tiempo llamada, Copa del Generalísimo.
Pahiño -junto a sus compañeros de equipo Gabriel Alonso y
Miguel Muñoz- se alineó por primera vez con la selección española en junio de
1948 en Zurich para enfrentarse a Suiza, encuentro que finalizó con empate a
tres goles y en el que el vigués cerró el marcador tras firmar una actuación
que los cronistas de la época elogiaron pronosticando que la selección había
encontrado un punta que no se arrugaba ante los temibles centrales.
El problema de Pahiño fue lo que ocurrió en el vestuario
antes de que los jugadores saltasen al terreno de juego. Era habitual que en
aquellos años algunos militares acompañasen a la selección española e incluso
lanzasen alguna clase de soflama antes de comenzar el partido para hinchar el
pecho de los futbolistas que aceptaban como algo normal aquella parte de
absurdo protocolo. Nadie quería ganarse un problema y aguantaban con gesto
serio el trámite. A Suiza acudió el general Gómez Zanalloa que saludó a los futbolistas
en el vestuario y dejó una arenga para la historia: "Y ahora, muchachos,
cojones y españolía". Y ahí salió la personalidad de Pahiño que no era
como el resto de futbolistas que huía de cualquier opinión comprometida y
carecía de otra inquietud que no fuera la de patear el balón. En el equipaje
del jugador del Celta siempre había libros con los que matar las horas muertas
de viajes en tren por toda España y cierto espíritu rebelde. Pahiño adquiría
muchas obras en un quiosco de Barcelona cuando iba a jugar allí o bien en las
giras de Surámerica, donde por ejemplo se hizo con "Por quién doblan las
campanas" de Hemingway.
La cuestión es que el delantero escuchó la antológica frase
de Gómez Zamalloa y no hizo otra cosa que sonreír con ironía y una pizca de
descaro, algo que no pasó inadvertido para los militares que formaban parte del
séquito. Pahiño jugó aquel partido con la selección nacional y uno más ante
Bélgica. Ahí acabó su carrera con la selección y Pahiño entendió que le había
salido cara aquella sonrisa en Zurich. La carrera del vigués siguió adelante e
incluso llegó al Real Madrid donde marcó 108 goles en los 124 partidos que
disputó vestido de blanco (el mejor promedio goleador de la historia del club y
que sólo igualaría años después Puskas). En España no había delantero como él
-incluso ganó otro trofeo de máximo goleador-, pero existía la sensación de que
la Federación Española le tenía vetado desde aquella tarde en Suiza. En él
creció la idea de ser un marginado político y en el fútbol español se le
etiquetó como un tipo extraño. De poco le valía en aquellos años su espíritu de
sacrificio y su capacidad goleadora.
Pahíño era crack. Pero nada era suficiente para
que los técnicos de la selección le llamasen y su fama de futbolista
"incómodo" no dejaba de crecer. Eso se puso de manifiesto después de
un Barcelona-Madrid en el que acabó repeliendo una dura entrada de Biosca. El
cronista de "Arriba", órgano oficial del Movimiento, le criticó
duramente por su acción y dijo que qué se podía esperar "de un individuo
que lee a Tolstoi y Dostoyevski". No necesitaba más evidencias para saber
que no era un personaje agradable para el Régimen. Así se le cerró a Pahiño la
posibilidad de estar en el Mundial de 1950 en Brasil, por una simple e irónica
sonrisa
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