Lo llamaban el Charro, por su pinta de galán de cine mexicano, pero él venía de los potreros del riachuelo de Buenos Aires. José Manuel Moreno, el más querido de los jugadores de la Maquina de River, gozaba despistando: sus piernas piratas se lanzaba por aquí pero se iban por allá, su cabeza bandida prometía el gol a un palo y lo clavaba contra el otro.
Cuando algún rival lo planchaba de una patada, Moreno se
levantaba sin protestar y sin pedir ayuda, y por lastimado que estuviera seguía
jugando. Era orgulloso y fanfarrón, y era peleón, capaz de batirse a trompadas
contra toda la hinchada enemiga y también contra la hinchada propia, que lo
adoraba pero tenía la mala costumbre de insultarlo cada vez que River perdía.
Milonguero, amiguero, hombre de la noche de Buenos Aires,
Moreno amanecía enredado en las melenas o acobado en los mostradores:
El tango - decía - "Es el mejor entrenamiento: llevás el ritmo, lo cambiás
en una corrida, manejás los perfiles, hacés trabajo de cintura y de
piernas".
Los domingos al mediodía, antes de cada partido, devoraba
una fuente de puchero de gallina y vaciaba más de una botella de vino tinto.
Los dirigentes de River le ordenaron acabar con aquella mala vida, indigna de
un deportista profesional. Él hizo lo posible. No trasnochó durante una semana
ni bebió nada más que leche, y entonces jugó el peor partido de su vida. Cuando
volvió a las andadas, el club lo suspendió. Sus compañeros de equipo hicieron
huelga, en solidaridad con el bohemio incorregible, y River tuvo que jugar
nueve jornadas con suplentes.
Elogio de la farra: Moreno fue uno de los jugadores de más
larga duración en la historia del fútbol. Jugó durante veinte años en la
primera división de varios clubes de Argentina, México, Chile, Uruguay y
Colombia. En 1946, cuando regresó de México, la hinchada de River, loca por
volver a ver sus corazonadas y sus amagues, no cupo en el estadio. Sus devotos
voltearon las alambradas, invadieron la cancha: él hizo tres goles, lo sacaron
en andas. En 1952, recibió una jugosa oferta del club Nacional de Montevideo,
pero él prefirió jugar para otro club uruguayo, Defensor, un cuadro chico que
podía pagarle poco o nada, porque en defensor estaba sus amigos. Y aquel año,
Moreno salvó al Defensor del descenso.
En 1961, ya retirado, era director técnico del Medellín de
Colombia. El Medellín iba perdiendo un partido contra el Boca Juniors de
Argentina, y los jugadores no encontraban el camino del arco. Entonces Moreno,
que tenía 45 años, se desvistió, se metió en la cancha, hizo dos goles y el
Medellín ganó.
Eduardo Galeano.
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