René Houseman |
“¿Quién fue el del gol?..” ¿Quién hizo el gol?...” La
pregunta brincaba y rebotaba como pelota saltarina sobre las cabezas de los
tabloneros que estaban festejando en alegre aspamento el gol prematuro del
Huracán. “¿Quién hizo el gol?”… la pegunta iba y venía porque el gol salió de
una confusión de blusas blancas que cayeron envueltos entre el pasto y la
tierrita. Y cuando el tipo salió del entrevero de los abrazos, quedó aclarado: “¡Fue
el loco! ¡Fue el loco!” El loco es el loquito Houseman, el pibe René de la
villa. Cargaba Huracán, Miguelito hizo un centro rasante y el muchachito villero,
el más pintoresco extravagante jugador argentino de la época: uno de los pocos
de personalidad fuerte, uno de los pocos absolutamente auténticos que quedan y
se destacan en ese cuadro general de un panorama gris formado de proletarios
profesionales del pie-pelota, se tiró en “palomita” entre un entrevero de
patunes y, de cabeza, puso el 1 a 0 para los de Patricios frente a los simpáticos
y empeñosos tucumanos del Santa Martín. ¡Si tendrá personalidad y desinterés y alegría
en el corazón este gorrión villero que es René Houseman, que cuando fue al
Mundial de Alemania, mientras tantos de sus compañeros ocupaban parte de sus
horas en el hotel de Singerfilden – cerca de Stuttgart- meta y saca la cuenta
de los dólares que iban empacando día a día por viáticos y por posibles puntos
ganados el loquito Houseman se gastaba el dinero como quien tira manteca al
techo. ¿Sabes cómo? Hablando por teléfono con los muchachos de Buenos Aires,
los amigos, los del barrio, los familiares, la novia.
Montañas de marcos, moneda fuerte, moneda dura, divisa, de
esas con las que nos abruman, nos inferiorizan y nos hacen temblar, se gastó el
loco alegremente, sin pensar en la mañana, pero dándose el gustazo de tener un
puente de comunicación fraternal, un puente fabuloso en el aire, para chauyarla
con los amigos del boliche, de la esquina y preguntar por todos. “¿Hola con
quién hablo? “Aquí habla el loco” “¿Quién? “¡El loco!” ¿Y dónde estás? “En
Alemania, te hablo desde el hotel en Chifildenguen donde estamo concentrados.
¿Está allí el Toto? ¿Y no está Lagaña?” Y comienza a contar cosa de lo que
hacía en aquella lejana tierra donde había gente que no sabía hablar porque no
se le entendía nada y preguntar cosas y cómo salió el partido entre los
villeros del “Rompeola” con los de “Arribayabajo”, y los minutos corrían y la
cuenta se iba apilando y cuando llegó la hora de armar las maletas para volver
al pago… unos traían empacados muchos dólares y venían serios y “El loco” venía
limpio, sin un peso, pero contento. ¿Pa qué sirve la plata si no sirve para
hablar con los amigos y preguntar cómo está la vieja y si ya nació el hijo de
la Julieta la señora del Chito que cuando me fui ya estaba que se iba
desparramando de tan panzona?...
¡Ah, villero de corazón puro! Una vez, en la puerta de esa
capillita de Cristo Obrero, en ese medio mundo que es la Villa del Retiro, el
padrecito Mugica, al que asesinó un mano maldita, maldito sea, nos decía a la
barra: “Aquí tengo un centrodelantero que es un jugador de maravilla. No hay
con qué páralo, cuando empieza a gambetear. Algún día será una gloria nacional.
¿Por qué no lo llevan a hacer una prueba en un club grande?” Quedó en mandarlo.
Pero aquel padrecito tenía tantas cosas que atender, tantos niños que
alimentar, tanto drama al que llevar consuelo y esperanza, tanta miseria a la
que arrimar ayuda, tanto corazón desesperado al que haba que reconfortar que en
aquel entonces, a lo mejor se le olvidó. ¿Acaso no sería “El Loco”, el fenómeno
que nos hablaba el padrecito a que asesinó un malvado que debe llevar arrollada
en el cuello una serpiente? A lo mejor, quien te dice.
Cuando apareció en la cancha grande con los colores del “Defe”
después de haber alegrado los picados de todos los potreros que aún quedan por
Palermo y por Belgrado ya era un crack.
Y tiene tanta personalidad que se entrene o no se entrene,
él siempre juega bien: que desaparece y cuando reaparece no lo castigan porque
él es superior a toda forma de disciplina que pretenda cortarle las alas al gorrión;
que se raja de las concentraciones de la selección porque él es de barrio, de
aire libre, de cielo abierto y no del lujo que tiene mucho de cárcel; de villa
pobre donde se canta y no de Hotel-Palace donde no se puede cantar. Es el más
humilde pero el más culto, porque René Houseman, “El loco”, tiene un concepto poético
de la libertad y no quiere ser prisionero ni del dinero que se gasta hablando
por teléfono, ni de las imposiciones de esos reglamentos para obedientes pero
no para románticos.
“¿Quién fue el que metió el gol” “Fue el Loco” “¡El Loco!” …-
decían los hinchas del globito el domingo cuando El Loco marcó el primer gol de
“palomita”. A fin de cuentas, la palomita se la inventó Bertolucci. Y ... ¿De
dónde es Bertolucci? De Huracán que carajo! Después, René Houseman clavó dos
goles más y fue siempre el espectáculo de esas gambetas cortitas y esas
diabluras grandotas que el tablón festeja entre la admiración y la risa. Y viéndolo
tan flaquito, tan alegremente despreocupado en el vestir, en el andar como escondiéndose,
en el aguantar, todo eso que hace “El Loco” sea siempre un villero, fija que
aquel padrecito Mugica lo estará mirando desde allá arriba y le dirá a San
Pedro el de las ganzúas, que según dicen es boquense: - “Vea Don Pedrola, ése
es de los míos, de los buenos de las villas; de esas villas que son la
protestas contra una sociedad manejada en el desorden, basada en la injusticia,
donde a los pobres les hacen penales y
el referí no los cobra…
Tomado de: 10.000 Horas de fútbol.
Por: Diego Lucero
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