“EL PARTIDO DEL SIGLO”, ASÍ TITULÓ THE TIMES A LA BRILLANTE
GOLEADA DE HUNGRÍA A INGLATERRA EN SU AMADO WEMBLEY"
A primeros de los 50, Europa hervía en partidos amistosos.
Los equipos del Este de Europa, por aquello del Telón de Acero, eran todo un acontecimiento
cuando viajaban por Europa occidental, y, sin lugar a dudas, la gran estrella
de aquel ir y venir de encuentros era la selección húngara, una poderosa
máquina de golear que exhibía su fútbol,
mitad arte, mitad precisión inexorable, por todas partes.
Entre 1950, cuando reunió a su -segunda- gran generación de
jugadores, y 1956, cuando los tanques de la Unión Soviética entraron en
Budapest porque a los comunistas soviéticos les pareció que los comunistas
húngaros no eran todo lo comunistas que a ellos le gustaría que fueran, aquella
tremenda selección encadenó una serie de resultados casi irrepetible: 49
partidos, 42 victorias, 6 empates y una sola derrota. Bien es verdad que la
derrota vino a producirse en el partido menos conveniente: La Final de la Copa
del Mundo de 1958 contra Alemania en el Wankdorf Stadion de Berna. Pero
fue considerada un accidente. De hecho, tras ella, los Magiares Mágicos
siguieron apisonando a sus rivales como lo hacían antes de la trágica final
contra los hombres capitaneados por Fritz Walter, mientras estos seguían
vomitando y sufriendo de hepatitis e ictericia por lo que quiera que fuese el
contenido de las jeringuillas encontradas por Walter Brönnimann
–delegado del estadio- en su vestuario tras la final.
La aparición del fútbol socialista revolucionó un mundo
dominado por la WM inglesa.
Tenían los húngaros un equipo repleto de talento, con
jugadores excepcionalmente dotados para jugar en cada una de las posiciones del
campo. Casi casi contaban con el mejor jugador del globo en cada posición, y
ninguno de ellos estaba considerado por debajo de los 5 mejores, desde el
guardameta hasta el centrodelantero. Eran además innovadores, gracias a un
visionario como su entrenador Gusztav Sebes, y entrenaban de una manera
que nadie había visto hasta entonces. Todo estaba controlado al milímetro, y en
definitiva, eran lo más parecido a un equipo invencible que había existido
hasta la fecha y por unas cuantas décadas más. Sebes, que no era un entrenador
al uso, sino más bien una especie de Comisionado General del deporte húngaro,
organizó todo el fútbol magiar en función de la selección. Cualquier jugador
susceptible de ser seleccionado para el equipo nacional debería vivir en
Budapest y jugar en un equipo de la capital. Así fue como equipos como el
Kispest, el
Ferencvaros, el Vasas o el MTK (renombrado Vörös Lobogó, Bandera Roja),
aglutinaron a gran parte de los mejores jugadores del país. Esto fue así
porque, gracias a la mediación del poderoso Sebes, todos estos jugadores que
estaban en la órbita de la selección entrenaban 4 días por semana, entre 4 y 6
horas, con el equipo nacional, y sólo regresaban a sus clubes para las jornadas
de liga en el fin de semana. Obviamente, dado el carácter amateur del
fútbol en el mundo comunista, estos horarios de entrenamientos exigían que los
jugadores fuesen también dispensados de sus diferentes ocupaciones laborales. Además, no contento con esto, Sebes
contaba en el organigrama de la selección nacional con algunos de los mejores
entrenadores del campeonato local, como Marton Bukovi. Duros entrenamientos a
nivel físico, jugadas y movimientos preconcebidos, inicios de las estrategias a
balón parado… los Magiares Mágicos iban 10 o 15 años por delante allá en los
50.
La delantera húngara contaba con el genio Ferenc Puskas ,
el mejor goleador del siglo (84 goles en 85 partidos internacionales), el
prodigioso remate de cabeza de Sandor Kocsis, el regate de Zoltan Czibor. En definitiva, este equipo es el embrión del 4-2-4 que
luego aplicaría tan exitosamente la selección brasileña, gracias a Vicente
Feola. Un entrenador que aprendió mucho durante el paso de Bela Guttmann por
Brasil. La consagración internacional del Aranycsapat –equipo de oro- llegó en
su visita a Wembley.
Con estos mimbres y este estilo de juego, los húngaros
impusieron su calidad en los Juegos Olímpicos de Helsinki, en 1952, tras
derrotar a una gran selección yugoslava, y pasearse durante el resto del
torneo. Los objetivos propagandísticos de Sebes y el gobierno húngaro empezaban
a cumplirse. Pero nada fue tan decisivo para su paso a la historia como el 25
de noviembre de 1953. Los húngaros estaban ya metidos en una racha de 3 años
sin perder, y su fama empezaba a cobrar tintes legendarios. Un poco al estilo
de lo que había sucedido con el gran equipo Austriaco veinte años atrás con el gran jugador Mathias Sindelaar que después sería perseguido por las fuerzas nazis para matarle por negarse a jugar para la Alemania de Hitler.
Así que, para completar el paralelismo, los ingleses,
altivos inventores del juego se habían atrevido a desafiar a Hungría en su
Empire Stadium de Wembley. Hasta entonces, desde el comienzo del fútbol, ninguna selección
continental o americana había logrado derrotar a los pross en su
propio campo. Además, contaban con un gran grupo de jugadores como Stanley
Matthews, Billy Wright, Stan Mortensen, Nat Lofthouse, Tom Finney, Alf Ramsey…
un equipazo sin duda, pero sobre el que ya se cernían ciertas dudas de su dominio,
tras el ridículo espantoso que había hecho en el Mundial de Brasil ’50.
Esa gris tarde-noche de noviembre –cuál no lo es en
Inglaterra-, Hungría los derrotó. ¡Vaya si lo hizo! Los Magiares Mágicos
pasaron como un ciclón por Wembley y desde el primer minuto, cuando
anotaron el 0-1 –merced a un maravilloso amago de Hidegkuti, seguido de un
cañonazo a la escuadra- hasta el 90 no hubo dudas de quién mandaba en el fútbol
mundial. 3-6, a pesar de un arbitraje compasivo que salvó a los ingleses de un
descalabro mayor. Hidegkuti arrastraba a su marcador por todo el campo –o no,
lo cual era aún peor, ya que nadie sabía quién debía acudir a cubrirle-, los
húngaros aparecían por todas partes, entrando como cuchillo en la sólida
defensa inglesa y los goles caían una y otra ves en la red de un desesperado
Gil Merrick. La culminación de esta lección fue el primer gol de Puskas:
recibiendo el balón en la esquina del área pequeña, pisó la bola burlando la
entrada del considerado mejor central del mundo y capitán inglés, Billy Wright,
y con esa misma pierna sacó un cañonazo ante el que el guardameta inglés nada
pudo hacer. The Times tituló a la mañana siguiente a toda página: “THE
MATCH OF THE CENTURY”.
Los demás partidos
del siglo, que a razón de media docena por año y país hemos ido conociendo, son
falsificaciones. El viaje de vuelta de los húngaros desde la estación de
Victoria en Londres hasta la capital húngara fue un homenaje contínuo: en
Holanda, en Suiza, en cada estación de tren debían bajarse, saludar, firmar autógrafos,
recibir flores… ¡¡¡Europa les amaba!!!
Los
ingleses, heridos en su orgullo, pidieron la revancha, y los húngaros,
aceptaron. Sería poco después, pero esta vez en el Nepstadion de Budapest, la
guarida del lobo. La revancha fue de todo menos eso. Uno tras otro los goles
cayeron en el saco, hasta un 6-0 que humillaba aún más al equipo de los Tres
Leones, al que un penalti inexistente permitió marcar el gol del honor, por
medio del delantero Ivor Broadis. Como la cosa no podía quedar así, los
irrespetuosos magiares añadieron aún otro gol más. 13 goles se habían llevado
los maestros en dos partidos. Una pesadilla. Tras estos dos partidos,
hubo aún dos más donde elfutbol socialista, como lo había bautizado Sebes,
demostró su hegemonía. Viajaron a Hampden Park para meterle 4 a los orgullosos
escoceses y luego el Honved recibía en Budapest al fantástico Botafogo brasileño, donde
jugaban Garrincha y Nilton Santos, al que agasajó con 6 goles.
En tiempo difíciles para La Vieja Europa el fútbol era un escape y a la vez una forma de ver arte sin ir a los tablones. Gracias a la selección húngara amada por todo un continente, la cual nunca se olvidará, gracias a su mezcla de mitad arte, mitad precisión.
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