Fréderic Kanouté, festejando un gol en 2009 con el Sevilla |
Estiloso y elegante. Técnico e inteligente. Solidario y
ambicioso. Revolucionario y organizador. Todo en su vida ha sido una constante.
La de romper barreras. Poco a poco, sin obsesionarse, relativizando, dando a
las cosas la importancia oportuna en el momento justo. Es Fréderic Kanouté, uno
de los mejores jugadores extranjeros que han disputado la Liga española en
los últimos quince años. La maestría sobre el césped. La clase de una pantera.
Cabeza alta, pocas sonrisas. Tampoco para celebrar sus tantos, en Sevilla
anotados a mares. Es un trabajo, piensa el malí cuando marca. Nada más. Un
simple trabajo como el que pueden desarrollar los miles de compatriotas que se
acercan a este delantero especial en todas y cada una de las ciudades por las
que pasa. Se para y firma. Sabe que es un referente. Un rara avis en jugadores
de su estirpe. Un perro verde de Bamako.
Primera barrera. Kanouté nace en Francia, en un barrio
obrero del cinturón industrial de Lyon, uno de los grandes motores galos. Hijo
de inmigrantes, enseguida se encuentra a sí mismo luchando contra el racismo
que le rodea y que comienza a instalarse sin demasiadas dificultades en su
rutina diaria. En la escuela y en la calle. Es la banlieu. Es Francia. Son
los años 80. Pero el joven proyecto de futbolista tiene suerte y cae en la
academia del Olympique Lyonnais, uno de los mejores lugares del mundo para
desarrollarse como jugador; escuela de vida. Allí deslumbra a todo aquel que se
acercaba a verle. Y eran muchos. Había personalidad y había habilidad lo que le
llevó a ser comparado en aquella época con Thierry Henry, compañero
generacional que por aquel entonces deslumbraba en otro suburbio, Les Uliss,
‘anillo protector’ parisino. Mas Kanouté era diferente. Más introvertido,
completamente alejado de la tradición rapera que envolvía a los africanos
franceses. A él le gustaba rezar, leer, estar con la familia. Lo demás era
lateral, paralelo. Siempre relativizando.
Segunda barrera. Su calidad futbolística, su presencia en el
campo, su envergadura en el área enseguida llamaron la atención de las
federaciones francesa y malí. Era una joya por pulir, un talento bruto
destinado a hacer grandes cosas en una Francia que se abría a las colonias en
los años previos al Mundial de 1998. Había nacido una nueva política, más
moralista, más aperturista decían. Había que convencerlo. Y no dudó el
delantero: jugaría con Mali bajo la bandera de sus padres. No terminó ahí su
decisión finalista. Juró que algún día Mali jugaría un Campeonato del Mundo.
Había elegido la añoranza y los principios por encima del más que previsible
éxito deportivo. Una vez más Kanouté demostraba no tener nada que ver con sus
compañeros de generación; tipos como él, también hijos de la inmigración en la
mayoría de los casos; una segunda generación con la que había compartido
vestuario en la sub 21. No ocurriría lo mismo con los mayores.
Tercera barrera. En 1998 Francia organizó y ganó su primer
Mundial de fútbol. Kanouté lo vio por televisión. También vio cómo triunfaba su
espejo, Thierry Henry, pero nunca se arrepintió de la decisión tomada, como
tampoco lo hizo tras su salida en el verano de 2000 del Olympique Lyonnais.
Entonces decidió probar suerte en Inglaterra. Otra cultura, otro mundo. Eligió
el West Ham del Londres de comienzos del siglo XXI. El Londres de los millones
de libras en maletines procedentes de la extinta URSS y la especulación
inmobiliaria. Allí se acercó aún más al Islam, una de sus devociones. De
‘hammer’ pasó a ‘hotspur’ tras firmar por el Tottenham. Era 2003 y solo dos años
más tarde, después de no haber rendido al nivel esperado, eterno suplente,
respondió a la llamada de un tal Monchi, un exfutbolista que por aquel entonces
comenzaba a dar clases magistrales de cómo había que gestionar una dirección
deportiva.
Cuarta barrera. En Andalucía, su añorado y amado Al-Andalus,
Kanouté ha sido y es feliz. Ídolo de la afición, que en muchos casos le
considera el mejor futbolista de la historia del club, el malí se reencontró en
el Sánchez Pizjuán con el gol, una especialidad en la que nunca había brillado
demasiado. Era una estrella que le hubiera gustado ser opaca. Un futbolista de
futbolistas.
Publicado por Dani Gonzáles en 20-20.
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