Andres Escobar |
Por Juan Villoro
René Higuita cometió el pecado de ir a "La
Catedral": no se trataba de la iglesia, sino de la cárcel donde estaba
Pablo Escobar, el narcotraficante que había sido propietario del Independiente
Medellín y del Atlético Nacional.
La popularidad del capo dependía de la filantropía en un país marcado por la
desigualdad y de su apoyo al fútbol de barrio. La venta de cocaína permitió que
los campos pobres recibieran lujosas lineas de cal; de ahí salieron los
integrantes del histórico Nacional.
En 1989, bajo las órdenes de Maturana, el equipo verdiblanco conquistó la Copa
Libertadores, algo nunca logrado por un club colombiano.
Escobar asistía a los partidos con el aire de un honesto
vendedor de telas. Era un asesino salvaje, pero recibía trato preferente en los
negocios y en la Federación Colombiana de Fútbol.
Cuando cayó en desgracia, Higuita le mostró lealtad. El portero que se
especializaba en salir del área fue demasiado lejos: visitó la cárcel,
intercedió en el rescate de un secuestro y fue detenido. Quedaría fuera del
Mundial de Estados Unidos.
Colombia iba al Mundial con una selección que había perdido
un partido de veintiséis. Valderrama dormía la siesta al patear prodigiosos
pases; Asprilla y 'Tren' Valencia anotaban goles de técnica brasileña; Andrés
Escobar recordaba la elegancia de centrales como Beckenbauer, era el Caballero
de las Canchas.
En Italia 90 el equipo había perdido por capricho. Higuita intentó un dribbling
fuera de su área y permitió que Roger Milla, camerunés de 38 años, disfrutara
de una magnifica prejubilación.
En la eliminatoria a Estados Unidos 94 ganaron como hacen los desadaptados, con
una originalidad que no existe donde el triunfo es una costumbre. En el
Monumental de River derrotaron 0-5 a Argentina y fueron aclamados por los
rivales.
Con sus melenas rizadas y sus barbas hirsutas, parecían bucaneros en busca de
un buen ron. El presidente Gaviria los seguía a todas partes para mostrar que
su país era algo más que narcotráfico; el pasaporte más inspeccionado del siglo
XX se había vuelto carismático.
No le faltó fantasía a esa selección: le sobró realidad.
Otros capos imitaron a Escobar: el Mexicano se adueñó del equipo Millonarios y
Miguel Rodriguez Orejuela del América de Cali. El blanqueo de dinero y las apuestas
acompañaron los triunfos colombianos.
En vísperas del Mundial, el hijo de tres años de un jugador
fue secuestrado. Eso anunciaba lo trágico que sería el campeonato. Contra
Rumania, el portero suplente Oscar Córdoba se comió un gol lanzado por George
Hagi a 35 metros de distancia y el partido terminó 1-3; el futuro se decidiría
ante Estados Unidos. Pocas veces un partido se ha disputado con mayor tensión.
Maturana tardó en alcanzar a sus jugadores en el vestidor: cuando lo hizo,
llegó llorando. Había recibido amenazas de muerte y le exigían que retirara a
un jugador. Obedeció, seguro del riesgo que corrían.
No se disputaba un partido sino un juicio. El marcador representaba una
sentencia. El impecable Andrés Escobar se barrió con precipitación y produjo un
autogol. No olvidaremos su mirada al ponerse de pie: la mirada del condenado.
En Medellín quiso dar la cara ante su gente y trató de hacer
su vida habitual. Fue ultimado afuera de una discoteca. Una chica lo acompañó
al hospital, le sostuvo la mano y le habló con afecto. El Caballero fingió
escucharla, demostrando que los héroes colombianos triunfan en la imaginación.
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