Estatua tributo a Tom Finney |
"El mejor momento de mi vida era cada domingo que
saltaba al campo con la camiseta del Preston". Tom Finney, fino y hábil
extremo derecho, no conocía mejor vida que jugar para el equipo de su pueblo
donde llamarle leyenda es quedarse corto. Parecía predestinado a convertirse en
un claro ejemplo de esa raza a la que se conoce por "One Club Men" ya
que Finney se crió en una casa a las puertas de Deepdale, el pequeño estadio
del Preston North End. Los días de partido su calle era un hervidero de hinchas
que iban y venían de su particular templo. A nadie le extrañó por lo tanto que
Finney se entregase desde niño al fútbol. Sus condiciones le ayudaron a
destacar y el Preston no tardó en llamarle. Pese a su irrefrenable deseo, la
llegada a la Primera División inglesa tardó en producirse. El motivo que
ralentizó su irrupción en la máxima categoría fue la Segunda Guerra Mundial,
que detuvo las competiciones en el Reino Unido y le impidió estrenarse hasta
que había cumplido los veinticuatro años. En esos años Finney no se quedó
quieto. En 1942 entró en el Cuerpo Blindados y formó parte de las tropas que
Montgomery mandaba en África. Conducía un tanque y participó en la campaña de
Egipto donde aprovechaba los tiempos muertos para disfrutar de los partidos que
se organizaran entre soldados en el frente. En 1946, tras curarse las heridas
abiertas por el conflicto y limpiar los castotes, se reanudó la Liga en Gran
Bretaña y Finney disfrutó al fin de su estreno con la camiseta del Preston.
Arrancaba un colosal carrera pese a que el día del debut el
entrenador le pidió que jugase tranquilo porque "nadie espera mucho de
ti". Pero Finney se convirtió en una de las sensaciones del campeonato.
Inglaterra trataba de reconstruirse y todavía no había mucho dinero en el
fútbol por lo que en sus primeros años compaginó su trabajo de futbolista con
el de fontanero. No tardaron en conocerle en toda Inglaterra como "El
fontanero de Preston". Llegaron los elogios de forma imparable.
El Preston jugaba inclinado a la derecha, condicionado
siempre por el juego de los extremos más desequilibrante que se habían visto
hasta el momento. El equipo no aspiraba a grandes cosas, pero la fama de Finney
en Inglaterra no dejaba de crecer. Algunos comenzaron a llamarle el
"extremo fantasma" porque parecía un jugador indetectable para la
mayoría de las defensas, una especie de aparición para los rivales. Empezaron a
llegar las llamadas de los grandes clubes del país ansiosos por hacerse con su
fichaje, pero la respuesta siempre era la misma: sólo quería jugar para el
Preston. En 1948 se produjo la primera convocatoria con la selección inglesa.
Fue el comienzo de otra relación intensa ya que hasta el Mundial de 1958
disputó setenta y seis partidos internacionales.
Con Inglaterra Finney vivió grandes decepciones, las peores
de sus carrera. Con su club -del que nadie esperaba nada-alcanzó la final de
Copa en Wembley con el West Ham en 1954. Pero de aquella selección inglesa sí
se aguardaban grandes cosas que no se cumplieron. Todo falló. En 1950 fue el
gol de Zarra; en 1954, los uruguayos en cuartos de final; y en 1958 la lesión
del propio Finney, que su país fue incapaz de superar. El de Preston ya era
mucho más que un jugador en aquel tiempo. Se había convertido en el primero en
ser elegido dos veces "futbolista del año" y era el máximo goleador
de la historia de su selección. En el Mundial de Suecia vivió uno de sus
grandes momentos, de los que sirven para recordarle con veneración. En el
primer partido perdían 2-1 contra Rusia -una situación límite- cuando a falta
de cinco minutos les pitaron un penalti a favor. Sus compañeros le miraron y
Finney, consciente de su papel y pese a estar lesionados, tomó la pelota
decidido. Se situó ante Yashin, la "araña negra", el primer portero
que construyó una leyenda de "parapenaltis".
"Era inmenso" recordó Finney en una entrevista. Mientras tomó carrera
y vio a varios de sus compañeros de espaldas, incapaces de ver la escena, tomó
la decisión de lanzar con la pierda derecha. Intuía que Yashin le había visto
en alguna ocasión disparar con la zurda y como era capaz de manejar ambas optó
por esta solución. Engañó al ruso y permitió que Inglaterra siguiese viva en el
torneo aunque ya no pudo volver a jugar en ese Mundial. A partir de ahí su carrera
inició la inevitable cuesta abajo en gran parte por las continuas lesiones.
Pero se mantuvo fiel al color blanco del Preston. El día de su adiós lo hizo en
Deepdale, su hogar. A las puertas del recinto hoy en día hay una estatua que le
recuerda. El autor se basó en la célebre foto tomada en 1956 durante un partido
ante el Chelsea en el que con el campo anegado se lanza al suelo en busca de un
balón junto a un contrario. "Splash" se titula y ganó la imagen
deportiva del año. Los hinchas del modesto club hacen reverencia ante ella.
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