11/7/17

BobbyFisher vs BorisSpassky |1972| La guerra del ajedrez


Era mucho más que la pelea por ver quién era el mejor jugador del mundo de ajedrez. En 1972, durante la Guerra Fría, un americano y un ruso enfrentaban sus cerebros, pero también dos modelos diferentes de sociedad. Islandia fue escenario de un enfrentamiento salvaje entre el actual campeón, Boris Spasski, y el genio americano, Bobby Fisher; un duelo marcado por la polémica y el comportamiento caprichoso del estadounidense.

Por: JUAN CARLOS ÁLVAREZ

El Comité de Deportes de la URSS convocó en 1972 una reunión crucial, la que debería servir para planificar el Mundial de ajedrez que se disputaba ese año y en el que Boris Spasski trataría de retener el título ganado tres años antes a su compatriota Petrosian. Para las autoridades soviéticas el ajedrez no era cualquier cosa. Después de la revolución bolchevique el régimen necesitaba alguna carta de presentación a nivel internacional y vieron en ese juego una buena solución. Con el país en la ruina, el ajedrez era barato en comparación con el resto de deportes que exigían inversiones en instalaciones, estadios y equipos. El imperio se volcó en fomentar la práctica de lo que consideraban un juego proletario como escaparate de la grandeza comunista. Además, era una buena forma de manifestar lo que consideraban supremacía intelectual sobre el resto del mundo. Se multiplicaron por lo tanto los practicantes en todo el país y se creó la descomunal Escuela Soviética que comenzó a dar grandes genios obsesionados con que el título mundial no saliese de sus fronteras. Desde 1948 lo ganaron Botvinnik, Smyslov, Botvinnik, Tal, Botvinnik, Petrosian y Spasski. Para los soviéticos el título era una cuestión de Estado.
La inquietud de la reunión de 1972 tenía nombre propio. Se llamaba Bobby Fisher. Por primera vez un norteamericano se había clasificado para disputar la final del Mundial tras imponerse en el duelo de candidatos a Petrosian por 6,5 a 2,5. Pero lo que había asustado a las autoridades rusas era el 6-0 con el que antes había despachado a Taimanov y Larsen. Era algo inaudito, no existían antecedentes de algo semejante. Campeón de Estados Unidos con solo 14 años Fisher era un genio indiscutible que en 1972 (con 29 años) estaba en su madurez como jugador. Ya no era aquel al que los rusos habían vencido repetidamente en la Olimpiada del ajedrez. Era un tipo incontrolable, capaz de aprender ruso solo para poder acudir a los manuales de los grandes maestros soviéticos. En definitiva, era una amenaza muy seria para Spasski. Los nervios se hicieron evidentes en la reunión del Comité de Deportes, que aceptó a regañadientes la preparación que el campeón ruso había diseñado aunque antes le pidieron que garantizase la victoria. "Solo puedo asegurar que voy a luchar", les respondió, lo que aumentó el recelo de las autoridades deportivas hacia Spasski, un tipo que a diferencia de la mayoría de grandes maestros no era miembro del partido y por lo tanto tenía un punto de independencia. Se le aceptaba porque en la URSS no había otro mejor que él en aquel momento.
Detrás de aquella presión también estaba la Guerra Fría que mantenían americanos y soviéticos. El duelo trascendía el enfrentamiento deportivo y se había transformado en un combate político de primer orden que disparó el interés en todo el mundo por un deporte que habitualmente solo aparecía en los diarios internacionales en breves reseñas en el fondo de cualquier página. Ahora no. Reikiavik, la capital islandesa elegida por la FIDE como sede de la final, se llenó de enviados especiales de todos los países ansiosos por el enfrentamiento que era mucho más que el duelo de dos de los intelectos más grandes que había en el planeta. Estados Unidos nunca había mostrado el mínimo interés en el juego, pero de repente se desató un terrible furor por el ajedrez en torno a la figura del talento criado en Nueva York. Entonces comenzaron los problemas.
Spasski, acompañado por su legión de grandes maestros, llegó puntual al país nórdico. Pero nadie sabía dónde estaba Fisher que comenzaba a dar síntomas de lo caprichoso de su comportamiento. Su entorno desveló que el americano no estaba conforme con la cuantía del premio en metálico y que no se presentaría a jugar en esas condiciones. Spasski le critica en público durante la ceremonia de inauguración que se celebra con su silla vacía. En un país receloso de la presencia estadounidense –durante la Guerra Fría era una gigantesca base del ejército americano– la actitud de Fisher no hacía sino agravar la situación.

Fisher aparece cuatro días después y tras doblar el premio un millonario británico: 125.000 dólares para el ganador. Pero entonces se supo que fue el propio secretario de Estado americano, Henry Kissinger, quien tuvo que mediar. "Queremos que derrote a los rusos, que luche por Norteamérica", le dijo a Fisher. La conversación le transformó de repente en un soldado que va a la guerra, que tiene la misión de derrotar a los soviéticos en su terreno. "El interés del país está por encima del mío", dijo en sus primeras declaraciones en suelo islandés.
La primera partida se disputa en el Pabellón de Deportes de Reikiavik. Spasski juega con blancas. Después de 30 jugadas la posición de las fichas en simétrica y todo apunta a las tablas (empate). Entonces Fisher comete un error al intentar un "golpe de alfil" que el ruso, frío y minucioso, le hace pagar para apuntarse el primer triunfo.
El americano radicaliza entonces su actitud. Se queja de las cámaras de televisión y pide que las retiren. Se encierra en su habituación y amenaza con volver a casa sin jugar (algo que hizo en numerosos torneos durante los años sesenta). Sus asesores están convencidos de que la posibilidad de retirarse es cada vez más real. No aparece en la segunda partida. Spasski se sienta ante una silla vacía y el árbitro enciende el reloj. Al cabo de una hora se le dará por perdida la partida. El ruso se queda en el escenario, desquiciado por la situación. Sus asesores asisten con preocupación a la escena, conscientes de que Spasski no está mentalmente preparado para una pelea. Saben que si el americano aparece lo destruiría con sencillez. Por fortuna para sus intereses Fisher no llega y la final se pone 2-0 a favor del vigente campeón.
La situación a nivel internacional se hace irrespirable. La URSS se siente insultada y le piden a su jugador que se retire porque saben que la FIDE, tras el comportamiento de Fisher, no podría negarle el título tras sufrir durante días los desplantes infantiles del americano. Spasski se niega porque quiere ganar sobre el tablero, no le vale esa clase de victoria que le sugieren las autoridades de su país. "Yo no era comunista, podía elegir", diría años después el jugador que tomaba sus propias decisiones y que durante los meses en Reikiavik mantuvo un comportamiento elegante, ejemplar.
Fisher aparece al fin para la tercera partida, pero trae bajo el brazo otra petición. Quiere jugar en una sala pequeña, sin público. La batalla psicológica a la que somete a Spasski es terrible. Muchos especialistas consideran que el ruso cavó su tumba al aceptar las continuas peticiones de su enemigo porque de alguna forma estaba reconociendo su debilidad. Aceptó el cambio posiblemente porque se sentía en deuda con él por haberle ganado la segunda partida sin jugar y Spasski no quería esa clase de gloria. La final se reanuda con una pelea entre Fisher y el árbitro que lleva al ruso al límite de su paciencia. Pero aguanta, juega y con blancas comete un error imperdonable que le lleva a su primera derrota.
Aquella partida atormenta a Spasski mientras Fisher aparca las protestas y polémicas y ya solo se centra en jugar. Todos sus sentidos se vuelcan en el tablero frente a un oponente al que ha conducido al delirio. Después de 21 partidas se convierte en el primer americano en ganar el título mundial por un claro tanteo de 12,5 a 8,5. Es recibido como un héroe en Nueva York mientras Spasski es acusado de no saber defender el honor de la URSS lo que tres años después le lleva a abandonar el país.
La URSS eligió al joven Karpov para reconquistar el título mundial ante Fisher, pero el americano volvió a poner un sinfín de trabas que impidieron el enfrentamiento. Ya nunca volvió a jugar de forma profesional y Rusia reconquistó el título que siempre creyó suyo pero que se le escapó en la fría Reikiavik a manos del que para muchos ha sido el mayor talento de la historia del ajedrez.



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