Ferenc Puskás |
Por: Juan Villoro
"Tener talento no basta: también hay que ser
húngaro", dijo Robert Capa. No aludía al éxito, sino a su forma de ver la
realidad.
En ciertos países el triunfo es un animal exótico. Cuando conocí al novelista
húngaro Péter Esterházy, me contó el momento más memorable de su familia: en
1986 su hermano Márton jugó en el Mundial de México contra el país que daba más
gusto vencer, la Unión Soviética. "Lo bueno fue que solo perdimos
6-0", dijo Esterházy con orgullo.
Otro hermano del escritor fue árbitro y él destacó como amateur. Su relación
con las canchas ha dependido de fecundas desgracias: "las derrotas
acompañan al fútbol húngaro como las pulgas al perro. Entre nosotros, los
logros se vuelven sospechosos".
Durante el Mundial de 2002 me reuní en Barcelona con Mihály
Dés, quien entonces editaba ahí la revista Lateral, refugio de parias, locos y
genios de la literatura. Dés fue de los primeros entusiastas del escritor
Roberto Bolaño, se interesó en Mathias Enard mucho antes de que renovara la
literatura francesa (era un traductor del árabe recién llegado a Barcelona) y
nombró jefe de redacción a un novelista colombiano que iniciaba su carrera,
Juan Gabriel Vásquez.
Mihály posee un excelente olfato para el talento ajeno pero,
como buen húngaro, desconfía de los triunfos propios. La casualidad quiso que
viéramos juntos el partido Rusia-Estados Unidos. Por razones inversamente
proporcionales, él apoyaba a Estados Unidos y yo a Rusia: para el húngaro, el
opresor habla ruso y para un mexicano habla inglés. Sin embargo, a medio
partido Mihály temió ganar. Recordé que en el primer numero de Lateral prometió
lograr un "brillante fracaso".
Su conducta vital sintoniza con la de Esterházy y la de los estadios de su
patria. Con su peculiar e irónico sentido del desastre, Hungría ha aportado
melancolía elegancia al fútbol y a la cultura.
Con motivo del Mundial de Alemania 2006, Esterházy escribió
una original autobiografía: Deutschlandreise im Strafraum (Viaje por Alemania
en el área penal). Ahí aborda la derrota más inesperada de todos los tiempos.
En 1954 Hungría llegó a la final de Berna después de más de treinta victorias
seguidas; enfrentaba a Alemania, a la que había vencido 8-3 en la primera fase
del torneo. Esterházy tenía entonces cuatro años y aún recuerda el rostro de su
padre ante el inverosímil resultado: Alemania 3- Hungría 2.
El novelista ha vivido contra ese suceso: "Dediqué toda mi energía a
erradicar de la historia del mundo esos noventa minutos". En otras
palabras: atesoró la tragedia.
Para consolarse, pensó que si la dorada horda magiar hubiera vencido, la
dictadura comunista habría sido más feroz. Cuando conoció a Hidegkuti, titular
de aquel equipo, le preguntó por la lluviosa tarde de Berna. "De eso ya no
hay que hablar". Dijo un hombre con la mirada nublada por el recuerdo.
Más sincero fue el guardameta del equipo. Esterházy coincidió con él en una
tertulia de televisión. Grosics le confesó: "No hay un solo día, Péter,
entiéndeme bien, un solo día, en que no piense en ese partido". Tratándose
de un húngaro, no sabemos si lo hace para sufrir o para sentir un agradable
acabamiento.
Los fanáticos compensamos la realidad con desesperadas
supersticiones. Para su libro, Esterházy revisó las biografías de los
participantes en el adverso milagro de Berna: tres alemanes y tres húngaros
seguían vivos. ¡El partido se había empatado!
Uno de los sobrevivientes era Puskás. El gran artillero húngaro jugó lesionado
en la final. Aun así, abrió el marcador y dos minutos antes de que acabara el
partido anotó el empate, que fue invalidado por fuera de lugar (algo que en su
caso era existencial).
"Con Puskás termina la época del juego y comienza la del
entretenimiento", dice Esterházy. La frase revela el valor que el
novelista húngaro otorga a la calamidad. Puskás le parece el primer futbolista
posmoderno en la medida en que deslumbró sin llegar a la meta: fue el mejor sin
asumirlo. Ajeno a la recompensa, supo permanecer en offside.
Cuando la rebelión liberal de 1956 fue reprimida en
Budapest, el motor de la selección húngara decidió irse al exilio. En 1958
fichó con el Real Madrid. Para entonces ya tenía 31 años, pero sus pies no se
habían enterado de la noticia.
Hizo legendaria dupla con Alfredo Di Stéfano y fue cuatro veces campeón de
goleo. Estos éxitos distantes, percibieron como rumores en una época anterior a
la televisión satelital y comunicados por una prensa severamente vigilada,
perfeccionaron la idea de que el mejor de todos estaba al margen.
En 1962 Puskás asumió la nacionalidad española. El fugitivo, el emigrado, el
disidente, ahora fue llamado "traidor". Jugó cuatro veces con la
camiseta de la Furia, tres de ellas en el Mundial de Chile, en 1962. No anotó
ningún gol para España. El exiliado no pertenecía ahí.
Cuando colgó los botines, su errancia continuó como
entrenador. Llevó al Panathinaikos de Grecia a la final de la Copa Europea,
donde perdió contra el Ajax. En 1993 recibió anhelado perdón de su país y se
hizo cargo de la selección nacional, pero no por mucho tiempo.
Ningún otro símbolo del fútbol ha tenido una relación tan desgarrada con su
patria. Ferenc Puskás convirtió el fuera de lugar en una condición moral y
acaso física, pues pasó sus últimos años sumido en la penumbra del alzheimer.
Lo que sin duda fue una desgracia, también puede ser visto como una extraña
lección. Los dolores edifican.
Siguiendo a Esterházy, es posible afirmar que, para un húngaro, el triunfo es
algo que está lejos. Puskás buscaba la identidad en un lugar ajeno. También los
desubicados tienen sentido de pertenencia.
La literatura se escribe desde los margenes; es siempre
extraterritorial.
Como tantas madres, la de Esterházy no entendía la regla del fuera de lugar.
Esa omisión no podía perdonarse, no en esa casa, donde todos los varones amaban
el fútbol.
"Decidí explicársela en su lecho de muerte; era ahora o nunca. No me
averguenzo de ello", dice el novelista con inquebrantante humor negro.
La muerte nos deja en la zona donde la acción se vuelve ilícita.
Los genios de la tragedia y la ironía sobreviven en fuera de lugar.
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