15/4/17

Alemania vs Hungría |1954| La vida en fuera de lugar

Ferenc Puskás


Por: Juan Villoro

"Tener talento no basta: también hay que ser húngaro", dijo Robert Capa. No aludía al éxito, sino a su forma de ver la realidad.
En ciertos países el triunfo es un animal exótico. Cuando conocí al novelista húngaro Péter Esterházy, me contó el momento más memorable de su familia: en 1986 su hermano Márton jugó en el Mundial de México contra el país que daba más gusto vencer, la Unión Soviética. "Lo bueno fue que solo perdimos 6-0", dijo Esterházy con orgullo.
Otro hermano del escritor fue árbitro y él destacó como amateur. Su relación con las canchas ha dependido de fecundas desgracias: "las derrotas acompañan al fútbol húngaro como las pulgas al perro. Entre nosotros, los logros se vuelven sospechosos".

Durante el Mundial de 2002 me reuní en Barcelona con Mihály Dés, quien entonces editaba ahí la revista Lateral, refugio de parias, locos y genios de la literatura. Dés fue de los primeros entusiastas del escritor Roberto Bolaño, se interesó en Mathias Enard mucho antes de que renovara la literatura francesa (era un traductor del árabe recién llegado a Barcelona) y nombró jefe de redacción a un novelista colombiano que iniciaba su carrera, Juan Gabriel Vásquez.

Mihály posee un excelente olfato para el talento ajeno pero, como buen húngaro, desconfía de los triunfos propios. La casualidad quiso que viéramos juntos el partido Rusia-Estados Unidos. Por razones inversamente proporcionales, él apoyaba a Estados Unidos y yo a Rusia: para el húngaro, el opresor habla ruso y para un mexicano habla inglés. Sin embargo, a medio partido Mihály temió ganar. Recordé que en el primer numero de Lateral prometió lograr un "brillante fracaso".
Su conducta vital sintoniza con la de Esterházy y la de los estadios de su patria. Con su peculiar e irónico sentido del desastre, Hungría ha aportado melancolía elegancia al fútbol y a la cultura.


Con motivo del Mundial de Alemania 2006, Esterházy escribió una original autobiografía: Deutschlandreise im Strafraum (Viaje por Alemania en el área penal). Ahí aborda la derrota más inesperada de todos los tiempos. En 1954 Hungría llegó a la final de Berna después de más de treinta victorias seguidas; enfrentaba a Alemania, a la que había vencido 8-3 en la primera fase del torneo. Esterházy tenía entonces cuatro años y aún recuerda el rostro de su padre ante el inverosímil resultado: Alemania 3- Hungría 2.
El novelista ha vivido contra ese suceso: "Dediqué toda mi energía a erradicar de la historia del mundo esos noventa minutos". En otras palabras: atesoró la tragedia.
Para consolarse, pensó que si la dorada horda magiar hubiera vencido, la dictadura comunista habría sido más feroz. Cuando conoció a Hidegkuti, titular de aquel equipo, le preguntó por la lluviosa tarde de Berna. "De eso ya no hay que hablar". Dijo un hombre con la mirada nublada por el recuerdo.
Más sincero fue el guardameta del equipo. Esterházy coincidió con él en una tertulia de televisión. Grosics le confesó: "No hay un solo día, Péter, entiéndeme bien, un solo día, en que no piense en ese partido". Tratándose de un húngaro, no sabemos si lo hace para sufrir o para sentir un agradable acabamiento.


Los fanáticos compensamos la realidad con desesperadas supersticiones. Para su libro, Esterházy revisó las biografías de los participantes en el adverso milagro de Berna: tres alemanes y tres húngaros seguían vivos. ¡El partido se había empatado!
Uno de los sobrevivientes era Puskás. El gran artillero húngaro jugó lesionado en la final. Aun así, abrió el marcador y dos minutos antes de que acabara el partido anotó el empate, que fue invalidado por fuera de lugar (algo que en su caso era existencial).
"Con Puskás termina la época del juego y comienza la del entretenimiento", dice Esterházy. La frase revela el valor que el novelista húngaro otorga a la calamidad. Puskás le parece el primer futbolista posmoderno en la medida en que deslumbró sin llegar a la meta: fue el mejor sin asumirlo. Ajeno a la recompensa, supo permanecer en offside.

Cuando la rebelión liberal de 1956 fue reprimida en Budapest, el motor de la selección húngara decidió irse al exilio. En 1958 fichó con el Real Madrid. Para entonces ya tenía 31 años, pero sus pies no se habían enterado de la noticia.
Hizo legendaria dupla con Alfredo Di Stéfano y fue cuatro veces campeón de goleo. Estos éxitos distantes, percibieron como rumores en una época anterior a la televisión satelital y comunicados por una prensa severamente vigilada, perfeccionaron la idea de que el mejor de todos estaba al margen.

En 1962 Puskás asumió la nacionalidad española. El fugitivo, el emigrado, el disidente, ahora fue llamado "traidor". Jugó cuatro veces con la camiseta de la Furia, tres de ellas en el Mundial de Chile, en 1962. No anotó ningún gol para España. El exiliado no pertenecía ahí.

Cuando colgó los botines, su errancia continuó como entrenador. Llevó al Panathinaikos de Grecia a la final de la Copa Europea, donde perdió contra el Ajax. En 1993 recibió anhelado perdón de su país y se hizo cargo de la selección nacional, pero no por mucho tiempo.
Ningún otro símbolo del fútbol ha tenido una relación tan desgarrada con su patria. Ferenc Puskás convirtió el fuera de lugar en una condición moral y acaso física, pues pasó sus últimos años sumido en la penumbra del alzheimer.
Lo que sin duda fue una desgracia, también puede ser visto como una extraña lección. Los dolores edifican.
Siguiendo a Esterházy, es posible afirmar que, para un húngaro, el triunfo es algo que está lejos. Puskás buscaba la identidad en un lugar ajeno. También los desubicados tienen sentido de pertenencia.


La literatura se escribe desde los margenes; es siempre extraterritorial.
Como tantas madres, la de Esterházy no entendía la regla del fuera de lugar. Esa omisión no podía perdonarse, no en esa casa, donde todos los varones amaban el fútbol.
"Decidí explicársela en su lecho de muerte; era ahora o nunca. No me averguenzo de ello", dice el novelista con inquebrantante humor negro.
La muerte nos deja en la zona donde la acción se vuelve ilícita.
Los genios de la tragedia y la ironía sobreviven en fuera de lugar.


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