"Y entonces, descubrí al Aleti. Un club insólito,
tragicómico, adorable, hecho a la medida de mi melancolía académica. Fue por un
aviso de televisión. Plano del edificio Metrópolis, en Gran Vía y Alcalá; la
cámara que desciende hasta rozar el asfalto; vuela una alcantarilla y se
dispara un balón plateado; dos manos que se aferran y, poco a poco, se asoma
una cabeza desde la sombra del hueco. Y una frase: “Ya estamos aquí”. Era el
Mono Burgos, que atajaba en el Atlético de Madrid recién ascendido luego de pasar
dos años en el infierno de la Segunda. Irresistible. Los empecé a seguir,
mientras veía, absorto, cómo el gordo Ronaldo tocaba dos pelotas por partido y
metía tres goles."
Por Hugo Asch.
La mejor Rocky es la primera, cuando pierde; pero
después gana el Oscar y la saga infinita, innecesaria. Lo del Aleti de
Simeone fue tan conmovedor como la única película decente de Stallone. ¿Cuántos
eran? ¿Doce, como los Doce del Patíbulo de Lee Marvin? ¿Se fue de verdad Diego
Costa a los cinco minutos? ¿Cuántos entraron por él? ¿Cómo pudieron ellos, los
del montón, contra estos galácticos, con Cristiano Ronaldo, Bale y todas sus
estrellas? Más de 500 millones de presupuesto contra sólo 120. Es un milagro esta
campaña del Cholo. O dos.
Se lo vio tenso a Ancelotti, en la conferencia de prensa previa. Para él era todo o nada, la gloria o Devoto. Por nombres, su equipo estaba dos goles arriba. Pero el invicto en la Champions era el Atlético de Madrid, que venía de eliminar a cuatro ex campeones al hilo: Porto, Milan, Barcelona y Chelsea. No era el rival más cómodo para un Madrid que se sintió muy cómodo esperando al Bayern de Pep, para después liquidarlo de contra, aprovechando los espacios. Y vaya si no lo fue. Lo ganó sobre la hora, desesperado, a puro centro y con el salvaje de Sergio Ramos en las dos áreas, definiendo. El aristócrata sufrió como un plebeyo. A veces pasa.
Se lo vio tenso a Ancelotti, en la conferencia de prensa previa. Para él era todo o nada, la gloria o Devoto. Por nombres, su equipo estaba dos goles arriba. Pero el invicto en la Champions era el Atlético de Madrid, que venía de eliminar a cuatro ex campeones al hilo: Porto, Milan, Barcelona y Chelsea. No era el rival más cómodo para un Madrid que se sintió muy cómodo esperando al Bayern de Pep, para después liquidarlo de contra, aprovechando los espacios. Y vaya si no lo fue. Lo ganó sobre la hora, desesperado, a puro centro y con el salvaje de Sergio Ramos en las dos áreas, definiendo. El aristócrata sufrió como un plebeyo. A veces pasa.
Di María es George Harrison. Condenado a jugar siempre con
Lennon y McCartney –Cristiano en el Madrid, Messi en la Selección– aceptó su
segundo plano y se esforzó para meter sus temas, igual. En Lisboa hizo un
trabajo descomunal. El empate fue todo de él, aunque Bale –con la mira torcida
todo el partido– justificó con ese cabezazo los millones que costó su pase.
Hace unos meses, harto de Mourinho y la indiferencia de un público que no lo
tenía entre sus preferidos, estuvo a punto de irse al Mónaco. Mantenerlo,
encontrarle una posición detrás del tridente Bale-Benzema-Cristiano fue un gran
acierto de Ancelotti. Que, con paciencia, fue arreglando un vestuario difícil,
desquiciado por un Mou siempre al borde del ataque de nervios.
Di María entonces: y Ramos. Algo de Isco; y Marcelo, que
entró y le dio más profundidad a un Madrid partido en dos por los valientes
partisanos de Simeone. Cristiano Ronaldo y Bale ausentes hasta el agónico
final, donde igual se robaron lo flashes. Extrañamente errático Casillas,
Benzema casi sin tocarla y muy flojo Khedira, que volvía luego de estar cinco
meses parado por lesión. Ancelotti había pensado en Illarramendi para
reemplazar al suspendido Xabi Alonso. Lo anunció, incluso. Pero lo dejó afuera.
Mal trago para el vasquito que el Madrid le compró a la Real Sociedad por 30
millones. Fue el gran incendiado de la final.
La historia puede ser cruel, a veces. Hace 40 años, en
Bruselas, el viejo Aleti del Toto Lorenzo estaba por ganar la copa y el Bayern de Beckenbauer se
lo empató en el minuto final del alargue, con gol de Schwarzenbeck, su central.
Sí: sobre la hora, y con gol de un central. Que obligó a un nuevo partido que
terminó… 4 a 0 en contra. Cuatro. Justo.Como un maldito espejo, la película
volvió a repetirse.
Aquella final perdida instaló la leyenda del “pupas”, el
equipo que siempre pierde. Simeone, símbolo de la última alegría, el doblete
Liga y Copa de 1996, llegó en diciembre de 2011 para salvarlos del descenso. Y
en dos años y medio, cambió la historia. Con Falcao primero, y luego sin él:
con un equipo sin grandes nombres, ganó cuatro títulos: Europa League,
Supercopa de Europa, Copa del Rey y la Liga. Y sin haber perdido nunca una
final, puso el pie en Lisboa. El último partido de la Champions.
Estuvo a un minuto de ganarla, con un equipo que dejó todo y
se quedó vacío. Sus forofos se lo agradecieron en el estadio Da Luz, cantando,
orgullosos, pese a los goles. Esta vez, el vecino rico no se las vio tan fácil. La gesta del Aleti de Simeone hará historia, como la Holanda
derrotada por Alemania en el Mundial de 1974.
Quien se pierde en su pasión, pierde menos que el que pierde
la pasión, decía Kierkegaard. Eso, exactamente, hizo el Cholo y su
banda de terráqueos en un cielo ajeno. Perderse en su pasión. Consumirse en el
deseo, la voluntad, las ganas.
Esos tipos nunca se van derrotados. Sépanlo, muchachos.
En 2014, levantó la Décima, a la que unió ese mismo año el Mundial de Clubes. Las dos primeras temporadas de Zidane en el banquillo fueron históricas y se ganaron la Undécima y la Duodécima.
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