“La creatividad es más que ser simplemente diferente.
Cualquiera puede hacer extravagancias, eso es fácil. Lo difícil es ser tan
simple como Bach”. Charlie Mingus (1922-1979), contrabajista y compositor.
Ninguno de los dos parece de verdad. Uno, es un
jugador de PlayStation, con tobillos de goma, alas en los pies y una insólita
capacidad para penetrar la materia cada vez que un ejército de defensores
intenta detenerlo. Su slalom a toda velocidad se ve tan predecible como
imposible de neutralizar y esa es, seguramente, su virtud más perturbadora:
hacer lo que todos saben que hará, sin invertir ni un segundo en disimularlo.
Leonel Messi acelera con la pelota pegada al pie directamente hacia el bosque
de piernas, el lugar más imposible del mundo. Y pasa. Pasa siempre.
El otro, que fue bautizado en honor a Ronald Reagan, tiene
la caja torácica de un héroe de cómic, sonrisa de galán y el peinado de una
publicidad de yogurt. Así, impecable como un muñeco de repisa, encara,
desborda, engancha, cabecea, le pega desde 40 metros o define. Sus movimientos
parecen responder a un guión estudiado y no es extraño verlo, después de una
jugada monumental, mirándose en la pantalla gigante, embelesado, a ver si sigue
tan bonito como antes. No hay caso: a un tipo así se lo ama o se lo detesta. A
mí me encantaría ser irónico y jurar que es un invento, un baby face inflado a
fuerza de marketing. Pero no. Maldito sea, ¡el tipo es un crack!
Los dos viven en los posters. Omnipresentes, sonríen en las
gigantografías al costado de las autopistas, en la tapa de diarios y revistas,
en los juegos de computadora, en la televisión. En todas partes.
Uno y otro son símbolos perfectos de sus equipos. Leonel
Messi, argentino pero reformulado en el laboratorio de La Masía, es el orgullo catalán;
el país dentro del país, la vanguardia cultural y europeísta que resistió el
largo invierno de Franco. Cristiano Ronaldo es la nueva gema de la
aristocrática Casa Blanca. “¡Ala Madrid!, juegas en verso, que sepa el universo
cómo juega el Madrid…”, canta Plácido Domingo en el himno del Centenario. Eso
sienten. El Real Madrid, marca first class, es al fútbol lo que Ferrari es a la
Fórmula Uno. La elite.
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